La mente es el abismo del alma. Nunca lo supe, hasta ahora. Si bien es cierto que siempre lo sospeché, solo tras haber pasado la prueba, mi prueba, logré encontrar la terrible verdad que el velo de la consciencia me ocultaba, quizás protegiéndome.
Hoy vivo aterrado por la mera existencia de esa verdad, lo que implica, lo que se oculta tras las apariencias, aquello que mora en las sombras entre las sombras.
A veces me pregunto si todavía recuerdo y cada día que pasa debo esforzarme más para que esas imágenes vuelvan a mi.
Pienso que sueño, hasta que la escucho en los susurros del viento nocturno o los callejones de las veredas solitarias. Entonces es como si el sonido penetrara en mi mente devolviendome parte de aquellas imágenes.
Sabía que a través de olores o imágenes podíamos nosotros, los humanos, recordar cosas, pero no sospechaba que a través de los sonidos esos recuerdos fueran igual de reales, incluso más. No podía saberlo, las puertas que abrirían en la mente, la melodía.Ocurrió una tarde de otoño que me encontró caminando por el parque e hizo arrepentirme de no haber llevado más abrigo. La poca gente que frecuentaba en ese momento la plaza lo hacía cubierta de ropas y a paso ligero, buscando llegar a sus casas o algún lugar donde refugiarse del frío y del viento que poco a poco soplaba con mayor intensidad.
Por lo general en mi trabajo, paseando mascotas, no me alejaba mucho de esa plaza pues allí había todo lo necesario para que los pequeños, y no tan pequeños, canes recorrieran, jugaran e hicieran sus necesidades. Puedo decir que de toda la ciudad aquel punto de mi recorrido era el que más disfrutaba, pues el verde de los jardines bien cuidados, embellecidos por las flores que lo pintaban de blanco y rojo, protegidas por vallas de madera y los bancos grisáceos contrastaban de una manera que me hacía sentir cómodo y tranquilo. Podía fumar algún cigarrillo mientras los animales se divertían entre ellos y eso hacía más llevadera mi jornada.
Desde lo acontecido he intentado no volver a pasar por aquel lugar, que considero sin lugar a dudas como una zona prohibida para cualquiera que desee conservar su mente en estado de cordura.
Ese día sin embargo, estaban demasiado inquietos y me llevaron de un lado de la plaza para otro, ignorando mis gritos y tirones, olisqueando hacia ninguna parte y gruñéndose entre ellos, me sorprendió aquel comportamiento tan extraño en animales que segundos antes jugaban entre si. En determinado momento fueron capaces incluso de llevarme hasta la mitad de la transitada calle, donde fuimos recibidos por los bocinazos y frenadas de los vehículos. Esta situación no me dejó más remedio que ponerme más firme que de costumbre y llevarlos con mano segura y a tirones de vuelta a la protección de las veredas rodeadas de verde pasto y bancos casi vacíos. Fue entonces cuando me percate de que uno de los perros, el bello bulldog francés de la señora Martínez, se había soltado de su cadena y se alejaba a paso ligero alcanzando ya la acera contraria a la mía.
Rememorando ahora ese momento, pienso que tal vez el animal, en su superioridad de sentidos, pudo escuchar lo que yo hasta ese entonces no, y fuera así atraído hacia el origen de la hasta entonces inexistente melodía.
Surge este pensamiento para consolarme de que no fueron azares del destino los que me llevaron a seguirlo, tras dejar a los otros perros momentáneamente a cargo de un guardia que tenía su caseta de vigilancia en el lugar, pues no puedo confrontarme con la idea de que por mera casualidad, por mera suma de hechos irrelevantes, una persona, cualquier persona, se vea arrastrada hasta los pozos más hondos de la mente humana, cruzando el umbral de la cordura, no concibo que solo caminando por esas calles pueda escucharse, sin quererlo, aquella melodía.
No me fue difícil alcanzar aquel can luego de varios minutos de persecución, pues de improviso, tras estar alejándose a toda velocidad de mi, ignorando mis llamados y gritos, se detuvo.
La imagen aún está fresca en mi mente, pues el modo en que aquel animal clavó sus patas delanteras en el suelo y allí se quedó, quieto, inmóvil, firme como una estatua mirando hacia la nada, fue en verdad anormal, pensé que jamas antes había visto algo así, ni siquiera en los perros mas entrenados. Juro que por un momento incluso yo pensé en detenerme y no acercarme más, pues sentí como si una emoción primitiva se hubiera despertado en mi interior, como un latido desde lo más profundo de mi ser, una... vibración.
La certeza de que un paso hacia adelante, podía ser mucho más que eso.
Avancé, sin embargo, temiendo la posibilidad de que el animal volviera a escapar y fuera mi responsabilidad enfrentar la ira de la dueña. Sabiendo además que el frío podía provocar aquella piel de gallina y la persecución aquella descarga de adrenalina que de pronto me invadía. El cosquilleo de la nuca, como si un insecto caminara sobre ella con sus peludas y numerosas patas, descendía hasta semejar una leve electricidad que recorría mis piernas. Quiero pensar que sin duda era el miedo a que el animal pudiera volver a irse lo que causaba aquello.
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Relatos desde las sombras ©
TerrorTodos tenemos una misteriosa casa cerca de la cual intentamos no pasar solos por las noches. Una mujer de apariencia tenebrosa que recorre ciertos lugares y cuya sola presencia genera miedo en los que escuchan sus pasos acercarse. Un lugar en el qu...