Pancho el curioso

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Existe, llegando casi a los límites del pueblo, de cualquier pueblo, sobre todo de aquellos antiguos fundados en épocas poco recordadas, un enorme terreno que ocupa una o dos manzanas.
Allí las casas se encuentran en estado de abandono y por lo general solo una se mantiene en pie.
El paso del tiempo es inclemente y lo que no cambia o lo acompaña es dejado atrás. La hierba crece, la humedad corrompe. La suciedad, el clima, el abandono y el vandalismo no tienen piedad.
Es así que surgen estos lugares, llenos de historias que pocos conocen y en los cuales siempre puede verse, al menos, el decadente resto de lo que antaño fuera quizá muy llamativo, bajo la forma de una casa. La casa.
Aquella construcción qué de manera inexplicable, cuando todo a su alrededor ya no es como antes, aun cuando ya nadie la habita, la cuida o la mantiene, aun cuando las paredes mohosas y el suelo húmedo solo sirven de hogar para alimañas y vagabundos, sigue firme, como si aguardara la llegada de alguien qué, un día pasando la vé, y tal vez encantado por su magnificencia, por su toque antiguo, por sus historias ocultas se detiene frente a su antiguo y ya no tan magnífico pórtico y decide entrar para explorar.
Caminando desde el centro hasta esta zona, atravesando una calle de tierra muy poco transitada, puede demorarse entre veinte y treinta minutos, sin embargo usando una bicicleta el tiempo del trayecto se reduce bastante y por eso José, "Pancho" para los amigos y familiares, siempre se trasladaba en la suya cuando iba de recorrida a ese lugar, antaño zona barrial, y ahora abandonada, cuyo nombre desconocía y por tanto llamaba simplemente "el baldío".
José siempre había sido un niño muy avivado para su edad y todas sus maestras se sorprendían de que con apenas once años fuera tan bueno charlando y supiera tantas cosas, al punto de que a veces dejaban sin habla incluso a las propias docentes. Era la combinación perfecta entre el carácter desvergonzado del niño con él ansia de conocimiento que todo joven posee.
En ocasiones tenían la impresión de mantener una charla con un adulto, y sin embargo era Panchito con el que hablaban.
Desde niño se había destacado en él ese aspecto de su personalidad que lo hacía extremadamente curioso, característica normal en cualquier otro niño pero que en él se veía aumentada de forma considerable. Incluso antes de que aprendiera a hablar su madre siempre debía cuidar de que, al dejarlo en el piso o en algún otro lugar no se le escapara gateando hacia cualquier zona de la casa. Pronto notaron con asombro que el niño no iba jamás dos veces al mismo lugar, como si aun en su mente infantil, pudiera pensar y decidir que ya había estado allí y ahora quería ir a otra parte.
El niño siempre contaba la anécdota de la cicatriz con forma de triángulo en su mano derecha, la cual se había producido cuando en un descuido se le escapó a su abuela y buscando quién sabe qué entre los recipientes de su cocina metió la mano en una lata de duraznos a medio cerrar que contenía galletitas.
Con su corta edad era uno de los pocos jóvenes que más conocía el pueblo, pues desde que aprendió a usar la bicicleta e incluso antes lo había recorrido por todas partes siempre guiado por un deseo de descubrir y una necesidad de curiosear, que nacían incontrolables en su interior.
José terminaba yendo a cuanto lugar pudiera imaginarse, siempre claro está, dentro de los límites del pueblo, pues reconocía que aún era muy pequeño para viajar a otros lugares solo, sin el permiso de sus padres. Claro que, el hecho de extrañar a su familia era un asunto también de peso en su decisión pero tal situación, como era lógico, no la decía en voz alta.
Eso, y mucho más, lo escribía el muchacho en un diario que siempre llevaba consigo a todas partes y qué, en ausencia de una cámara fotográfica o mejor medio para mantener los detalles más precisos de todas las nuevas cosas que conocía y aprendía, utilizaba para anotar, describir, detallar y explicar todo aquello que deseaba conservar y para lo cual no confiaba en su memoria.
También podía verse como el diario era de alguna manera la forma en que el muchacho expresaba aquello que en voz alta hubiera resultado demasiado molesto o problemático. Como las ocasiones en que a sus padres parecía molestarle su exceso de curiosidad.
José no era un niño diferente, como los adultos creían, o al menos así lo explicaba en su diario, donde enumeraba las golosinas que más le gustaban y como encontrarlas. Aquellos chocolatines con pegatinas del señor Rodríguez, los tubos repletos de chicles con formas coloridas y redondeadas, y principalmente las lengüetas, unos caramelos alargados con la forma de una lengua bastante más larga que la de cualquier persona y cubierta de azúcar.
Enumeraba también los juegos que le gustaban, las páginas de internet donde se divertía o encontraba cosas interesantes, así como también los acontecimientos más interesantes que había vivido junto a sus amigos.
Dedicaba más de una hoja a relatar una tarde en que jugando con Carlos y Nahuel habían encontrado un terreno de grandes plantas a cuyo lado transcurría la ruta por la cual circulaban vehículos de todo tipo. Autos, camionetas, motos y camiones. En dicho terreno hallaron además un árbol cuyos frutos eran similares a sólidas rocas que sin embargo se partían con suma facilidad. El resultado de ese hallazgo había sido que los muchachos, escondidos en la hierba alta y con los bolsillos repletos de aquellos frutos, los lanzaron como proyectiles a las partes traseras de los camiones. Si el golpe provocaba que el camionero se detuviera, valía cien puntos. El juego había acabado cuando, desafiando a su suerte Carlos lanzó un disparo hacia una camioneta, desde la cual descendió la furia hecha hombre, gritando que llamaría de inmediato a la policía.
En la primer hoja de su diario había dibujado, mirándola de un libro con una bandera pirata, una calavera, debajo de la cual se hallaba anotada con fuertes letras rojas "Propiedad privada de Pancho G. No leer".
En las hojas siguientes tenía todo tipo de cosas, desde pequeños detalles sin importancia hasta sus sentimientos más profundos que experimentaba al recorrer y descubrir nuevos lugares. Las plazas, las iglesias, el puente, las escuelas y los dos liceos estaban presentes con lujo de detalle, así como también varias casas, fábricas, tiendas y antiguas construcciones que el muchacho dibujaba y describía lo mejor que podía.
Hasta un árbol genealógico había armado en la última hoja y podía verse allí los nombres de sus bisabuelos, abuelos, padres e incluso un nombre femenino unido mediante una fina línea roja al suyo y que podía ser interpretado como el de una chica por la que Pancho se sentía atraído, ¿Como saberlo?
Por lo que podía leerse en el diario, si luego se miraba el mapa que contenía, parecía que el muchacho había recorrido todos los lugares que tenía a su disposición.
Todos excepto uno.
La zona marcada bajo el nombre de "El Baldío" aparecía como inexplorada y al lado de este nombre, una fecha. Aparentemente ese era el día en que el niño había decidido finalmente realizar su exploración.
Si bien por las otras fechas y números tachadas al lado de esta última puede pensarse que al menos unas tres veces ya se había planteado venir al lugar sin, por algún motivo, realizar el viaje.
Esto último es perfectamente entendible, puesto qué "El Baldío" no era la zona especifica que el joven deseaba recorrer, algo que además ya había hecho hacía tiempo. No, si se miraba con atención el diario, como seguramente Pancho lo hacía, las fechas tenían dos pequeñas letritas con suave lápiz oscuro encima de sí, "c.a".
Y páginas después un dibujo bastante malo de lo que parecía ser una enorme casa debajo de la cual había escrito "casa abandonada".
Parecía ser entonces qué a pesar de toda su curiosidad el muchacho aún no se había atrevido a investigar una parte del pueblo y los motivos de esto estaban también escritos debajo del dibujo. "Según Maicol, antes vivió un asesino y ahora su fantasma sigue estando ahí, y el que entra no vuelve a salir" ¡Que horror! habrá pensado Pancho, quizás, aunque no lo dijera en voz alta o lo anotara en su diario.
Probablemente el miedo ante esas palabras, "¡Asesino!", lo habían impedido de aventurarse, diario en mano, a revisar el lugar que era uno de los únicos que faltaba en su lista y que, con el tiempo, se había transformado efectivamente en la única zona que todavía no había revisado. ¿O fue la palabra "Fantasma"?
Todo apuntaba a que por algún motivo ese miedo ya no lo detendría y ahora la decisión estaba tomada. Puede verse incluso, gracias a los variados garabatos pequeños en las esquinas de las hojas del diario como poco a poco la idea de la casa se instaló en su pensamiento y no lo abandonó jamás. Lo que al principio era un hobby, pasó a convertirse en un deseo que ya no podía seguir siendo pospuesto y fue tal vez entre esos pensamientos que el muchacho tomó la decisión final de ir hacia el lugar.
En las páginas siguientes al dibujo había detallado incluso el plan a seguir.
Ir en la tarde era indispensable, por lo que tendría que ser apenas saliera de la escuela o bien un fin de semana en los que no tuviera clases. Sin desear sacrificar los findes, que ya tenía reservado para otras actividades que disfrutaba casi tanto como la exploración, se decidió por hacerlo un viernes en la tarde, saltándose una de sus primeras clases. Con menos palabras y más abreviaciones así lo había escrito. Aprovecharía que si enviaban deberes tendría hasta el lunes para pedirlos y en un tiempo que había establecido en no más de una hora revisaría y haría formar parte de su diario esa casa que aún se mantenía, aparentemente en pie en la zona baldía de los límites del pueblo, como resistiéndose en ser incluida en un registro de un pasado ya dejado atrás.
Una linterna, por si acaso, una pequeña palanca prestada de su padre, la mochila, su bicicleta y el siempre presente diario eran los instrumentos que usaría para la investigación, y así fue qué llegado el día el muchacho se despidió de su familia y partió, no hacia la escuela como ellos pensaban, sino en busca de la casa que tras tanta deliberación sería investigada.
La emoción de esa posibilidad debe haberle provocado que pedaleara a toda velocidad y con una sonrisa que no se borraba en su rostro. Sin duda, un niño muy curioso el pequeño Pancho, quien, según contaba en su diario, deseaba ser arqueólogo o investigador privado.
La casa, ubicada en la zona que el joven había llamado "Baldío" era, no sólo la más grande de todas las que allí se encontraban, sino que también la única que se mantenía, más allá de su gran descuido, en pie.
La vereda que llevaba hacia la misma había sido tomada por la creciente hierba pero el porche de la entrada aun se mantenía en un estado relativamente bueno, o al menos las enredaderas solo cubrían algunas partes de las paredes y la baranda delantera.
Si bien las ventanas mostraban claros signos de haber sido víctimas de vandalismo, aún no estaban totalmente destruidas.
La puerta de entrada, de madera negra y desgastada estaba en su lugar y a simple vista parecía cerrada. A diferencia de las casa cercanas, cuyas puertas, techos y en ocasiones paredes ya no se encontraban en sus respectivos lugares.
Muchas cosas había tenido que soportar aquella gran edificación y sin embargo, así con todo, logró resistir.
Que afortunados habrán sido aquellos que pudieron vivir en esa maravilla de estructura, y que suerte les habrá deparado el destino era algo que Pancho no se preguntaba, pues nada en su diario daba indicios de interés por la historia de los antiguos dueños, tal vez esperase aprender sobre esta en el acto de investigación o quizás ni siquiera le importara.
Tras su llegada, José no perdió tiempo y luego de haber dado dos vueltas a la manzana, como para ganar valentía, dejó su birrodado en la vereda de enfrente y comenzó con unas rápidas anotaciones y descripciones en su diario. "Casa mas grande, dos pisos. A su alrededor hay cinco mas pero ninguna esta en buen estado. Las ventanas están todas rotas, pero la puerta sigue en su lugar. Casa MUY vieja, hecha con distintos tipos de madera por lo que puede verse a través de las partes donde la pintura está descascarada. Color en algunas partes oscuro en otras gris y en otras una mezcla entre marrón claro u oscuro y amarillento. Averiguar fecha de construcción. Techo de aguja, con chimenea doble, una esta derrumbada." Tras estas pequeñas inscripciones, con ciertas faltas ortográficas que solo podían ejemplificar el apuro que sentía, el joven, impulsado por la curiosidad, un sol brillante y la escasez de tiempo comenzó a acercarse a la casa, dispuesto a realizar la investigación que más le interesaba, la del interior de la vieja propiedad.
La puerta, claro está, permanecía cerrada y aunque extrajo su palanca para intentar forzarla, fue completamente inútil, no tenía la fuerza suficiente para eso. Parecía como si algo ejerciera fuerza desde el otro lado, tal vez alguna parte derrumbada que desde fuera no podía verse. Entrar por las ventanas no era posible pues los pedazos viejos de vidrio seguían en su lugar y cortarse era una probabilidad que prefería evitar.
Fue entonces que Pancho divisó un pequeño hueco que no era posible distinguir desde la vereda, en el extremo izquierdo de la casa, a poco más de un metro debajo de la ventana. Era llamativo pues no se hallaba cubierto de maleza y además su tamaño permitiría que hasta el cuerpo de un adulto pasara por ahí, si bien quizás a Pancho este detalle se le pasó.
Al mirar por él mismo no pudo ver mucho pues parecía estar realmente oscuro dentro, por lo que extrajo su linterna y entonces sí, comenzó la exploración. Pudo ver, y así llegó a anotar con esfuerzo, una especie de despensa con algunas estanterías casi todas ellas vacías, luces sin bombillas, todo tipo de cosas desparramadas en el suelo, mugre y basura en su mayoría y alguna que otra bolsa negra llenas de algo que no podía verse desde allí, basura con seguridad, tal vez propiedad de los antiguos dueños, ¿O acaso serían adornos? ¿Objetos antiguos de la casa y los viejos propietarios? Estas dos preguntas anotó en su diario y estimularon con seguridad su deseo por entrar.
Era un niño muy curioso este Pancho, y sin dudas fueron sus ganas de seguir explorando y tal vez encontrar alguna maravilla oculta que documentar en su diario lo que lo impulsó a bajar por el pequeño hueco, teniendo mucho cuidado de meter primero sus piernas para intentar pisar alguna madera y lograr sostenerse de algo, o en última instancia soltarse e intentar caer de pie. La mochila había sido lanzada primero, junto con la palanca, causando un ruido sordo. Daba igual, pues la casa estaba vacía.
Sin contar que sus manos libres eran necesarias para sostenerse y pasar su delgado cuerpo por allí.
Sabía muchas cosas el muchacho, pero había algo que no conocía.
Pancho no sabía que a veces ciertos lugares no deberían ser explorados en solitario.
Que ciertas puertas cerradas, eran el inequívoco signo de que allí no podía entrarse, que en ocasiones ciertos huecos, usados para entrar, pudieran haber sido hechos y usados por otros, antes. Abandonado no significaba vacío y ventanas rotas podían no dejar ver nada desde fuera hacia adentro, pero tal vez si desde dentro hacia el exterior. Pero esto claro está, él no lo sabía.
Ni tampoco sabía de la fuga que se había dado en el sanatorio mental, a un par de kilómetros del pueblo. Fue entonces que mientras sus piernas buscaban alguna madera que pisar para bajar con mayor seguridad, algo sujetó la delgada pierna de Pancho y tiró. ¿Qué habrá pensado en ese momento? Es imposible de saber, pero sus gritos proferidos de inmediato pueden ser una ilustración muy viva de lo que pasaba por su mente después, y que no lograría llevar nunca al papel.
Olvidó que en "El Baldío" nadie puede escucharte suplicar.

Así fue como este diario llegó a mis manos y, aunque Pancho ya no puede terminarlo, yo me voy a encargar de eso, pues escribir sobre el interior de las casas y las interesantes cosas que allí se encuentran puede ser una actividad muy disfrutable.
Por ahora me quedaré unos días más en esta casa, que a fin de cuentas es mi casa. O lo era antes de que vinieran y me pusieran aquel chaleco.
Si, aquí me quedaré, leyendo de nuevo este interesante diario y conociendo un poco más que cosas han cambiado de mi viejo pueblo, aquellas cosas que no pude ver por mi mismo en su momento, cuando me llevaron, ahora puedo verlas a través de los ojos de este gran niño.
Fue una excelente idea que Pancho lo trajera, y sin duda fue muy buena idea que trajera además su mochila, pues ahora en ella puedo poner lo... bueno, lo que queda de él.
Pero ya es hora de sacarla, junto con la basura, está comenzando a mojar el piso.

Relatos desde las sombras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora