La mudanza había resultado un paso muy difícil de dar, pues aunque necesaria llegaba en un momento importante en la vida de Maia. De hecho ella no se había percatado de lo mucho que odiaba aquella palabra hasta el día en que su padre la mencionó por primera vez. Aquel hombre, con quien las discusiones habían sido constantes desde los últimos tiempos solía utilizar la palabra "paso" en vez de mudanza y siempre intentaba que ella también. Lo argumentaba con el gesto serio, en el hecho de que no se trataba de una decisión cualquiera. No estaban huyendo decía él. Era más bien la única forma que se le ocurría de ir hacia adelante, a por algo mejor. Poder estar más unidos como familia y tener estabilidad. Allí afirmaba él, estaba lo importante.
Maia, por su parte, no entendía porqué la estabilidad tenían que buscarla alejándose del lugar en el que desde siempre habían vivido.
Estancados. Esa era otra expresión que solía utilizar el hombre en las frases repetidas, que empleaba cada vez que ella iniciaba la discusión sobre la mudanza.
Los motivos claro está, eran más que nada una formalidad. Inevitables cuando la niña preguntaba en busca de respuestas. La decisión sin embargo, estaba más que tomada y mientras el vehículo avanzaba por la carretera en plena tarde calurosa, cargado de cajas y objetos preciados y necesarios, padre e hija viajaban inmersos en sus propios pensamientos y conflictos internos, sin hablarse. Los separaba esa pared invisible de padres que tomaban decisiones cuyos hijos no entendían.
La radio estaba prendida pero ninguno escuchaba.
Era difícil que Maia se formulara reflexiones tan amplias y, según ella, rebuscadas como las de su padre. Desconocía muchas cosas de la vida adulta y esto hacía que no pudiera tener una visión amplia del panorama.
En parte porque a sus once años no había tenido que buscar trabajo, ni mucho menos trabajar. No conocía el valor monetario que se ocultaba detrás de las cosas con las que normalmente se divertía y pasaba el tiempo. El celular, Internet, cable, y otras tantas "distracciones", como solía decir su padre, cuya hija las encontraba sin embargo muy entretenidas.
Deudas y fin de mes tenían valor y peso solo en la mente de aquel hombre y para ella eran nada más que el significado de algo lejano y extraño, parte del "mundo de los adultos" en el cual pensaba poco y nada. Los adultos eran, como Maia bien sabía, demasiado complicados.
Su mente juvenil estaba inmersa en otros aspectos de la mudanza y tenía otras prioridades. Apenas hacían unas horas que se habían marchado del pueblo pero el pensamiento de la joven se hallaba sumergido en los recuerdos.
No podía sacarse de la cabeza el motivo que la impulsó a negarse de inmediato cuando la posibilidad de "trasladarse" -esa era la palabra que su padre había usado al principio- fue mencionada casualmente una tarde. Maia sentía la mudanza casi como la muerte de su vida anterior. La pérdida de todo lo que conocía.
No solo estaba siendo alejada de su ciudad, sus amigos y los lugares que frecuentaba, sino que además y principalmente se apartaba de sus posibilidades de salir, por fin, con el chico del que tan perdidamente enamorada estaba.
Gran parte del año escolar ella y sus amigas, Jimena y Andrea, se lo habían pasado mirado en el recreo o en la clase, entre suspiros y comentarios, al muchacho de cabello rubio y ojos marrones, sonrisa cálida y cara angelical.
Una semana antes de la mudanza, ese chico, EL chico, Maicol Colima, le había escrito a ella -sí, solo a ella- una carta que dejó sobre su banco. ¡Tan romántico! cuando otros sólo enviaban mensajes con terceros o lo hacían a través de sus celulares... En las pocas palabras allí escritas él le decía lo inteligente y linda que le parecía Maia, lo mucho que la miraba durante el recreo y la invitaba a salir algún día si es que ella así lo quería.
Y claro que lo quería, lo deseaba, la verdad sea dicha. Desde hacía tiempo había notado que los chicos y las chicas eran diferentes en muchas cosas, no solo en que ellos eran más tontos, sino también en sus cuerpos y solía encontrarse a sí misma preguntándose por esas diferencias. Eran cosas de las que no hablaba con su padre, y la hacían desear poder ver a su madre, a quien por lo general odiaba el resto del tiempo, pues los había dejado a ambos desde hacía ya varios años.
¿Cómo se sentiría dar su primer beso? Tal vez hubiera llegado el momento de descubrirlo.
Sin embargo ella no se atrevió a dar ninguna respuesta de inmediato. Escuchando los consejos de sus amigas, resolvió que lo mejor seria, por unos días, fingir indiferencia para que él no pensara que ella era "una de esas", como solían decirle a un cierto grupo de chicas, que tenían en común el hecho de no caerle bien ni a Maia ni a sus amigas.
Notó como Maicol la observaba en las clases, y se dedicaban mutuamente sonrisas y miradas, sin llegar a dar ese primer paso que ambos deseaban.
Y entonces, el final, la angustia, la noticia. Papá había decidido dar un "paso". Uno hacia adelante, en forma de meter las pertenencias en cajas y avanzar, con toda literalidad, más de 300 kilómetros al sur de donde toda su vida habían vivido.
Y ella lo odiaba por eso, o al menos eso se decía a sí misma, aunque en verdad solo estaba muy pero que muy enojada y triste a tiempos iguales.
Por eso había decidido no hablarle y viajar con los ojos cerrados fingiendo que dormía, por si él intentaba entablar conversación.
Hasta el momento sin embargo, su padre no había pronunciado ninguna palabra.
La camioneta comenzó a disminuir velocidad.
Maia estaba segura que habían estado viajando por unas horas pero no sabía con exactitud cuántas y podía, con abrir los ojos y mirar hacia afuera, comprobar si habían llegado, por lo que así lo hizo.
De inmediato se arrepintió de eso. Fue como si por un segundo se le detuviera el corazón, tensándole todos los músculos del cuerpo. La sensación le recordó, sin saber porque, a esos momentos en que caminando por una vereda silenciosa, un perro le ladraba de repente desde alguna casa cercana. Estuvo a punto de alejarse de la ventana de un salto pero se contuvo con esfuerzo. Esperaba ver muchas cosas. Tal vez una estación de servicio o la entrada de la ciudad a la que se dirigían, pero en verdad no aquel rostro mirándola fijamente a través del cristal.
Su padre alargó el brazo y comenzó a bajar la ventanilla.
Detrás de ella se encontraba, pensó Maia, la mujer más fea del mundo. Aquella anciana podría tener fácilmente doscientos años, pues su cara era arrugas sobre arrugas y uno de sus ojos, pudo comprobar la joven, era totalmente gris. Su pelo no llegaba a verse ya que estaba cubierto por un ridìculo gorro de lana color rosado descosido y sucio, si bien algunos mechones despeinados y grisáceos salían desde debajo del mismo y parecían enmarcar su rostro en alambres retorcidos.
—¿A dónde va señora?—preguntó el padre de Maia sacándola de su ensimismamiento.
La mujer no respondió, tras observar a la joven más tiempo del que a ella le parecía aceptable, giró su viejo cuello y miro hacia adelante en la carretera, señalando con una mano delgada y huesuda. Un dedo índice, extrañamente alargado y fino, acabado en una uña que daban la impresión de no haber sido cortada en mucho tiempo, indicó la dirección.
¿Y que era ese olor? Un hedor que se filtraba por la abertura de la ventanilla y se sentía como la mezcla de todas las cosas podridas o en descomposición. Además, no había nada delante, o al menos nada que pudiera verse a simple vista, cualquier parte hacia la que la señora se dirigiera, implicaba viajar un tramo bastante largo, temió Maia. El padre miró a la niña, confundido, aunque esta solo lo vió por el rabillo del ojo pues no podía quitarle la vista de encima a aquella perturbadora mujer que por algún motivo tampoco dejaba de mirarla.
—Venimos bastante cargados —. Dijo el padre. Maia suspiró, tranquila. —Pero podemos hacerle un lugarcito atrás si no le molesta viajar un poco apretada —agregó enseguida, para disgusto de la joven que hubiera al menos pellizcado la pierna del hombre si no fuera porque la vieja no le quitaba los ojos de encima. La anciana caminó muy lentamente, como si midiera cada paso, hasta la puerta trasera y la abrió, al mismo tiempo que su padre descendía del vehículo y acomodaba algunas cajas moviéndolas como podía hasta dejar un pequeño lugar, en el que se sentó, sin decir nada, la extraña mujer.
—Está medio apretado pero es mejor que caminar sola con este calor ¿no le parece? Además a media hora de acá ya debería estar el pueblo, ¿usted va hasta ahí? —preguntó su padre.
La señora asintió y Maia pudo jurar que veía los pliegues de su rostro moverse hacia abajo y hacia arriba en ese movimiento de cabeza.
—Nosotros también vamos hasta allá —comentó en seguida el padre, que parecía no estar perturbado por lo extraño de la situación. ¿Es qué se había vuelto idiota? ¿Qué hacía esa señora sola en el medio de la carretera? se preguntaba Maia. Rápidamente escribió en su celular "desde cuando levantamos gente en la carretera? Esto es raro" pero se detuvo antes de enviar el mensaje a su padre, pues aun seguía molesta por todo lo ocurrido.
Además sabía que a esa altura jamás echaría a la mujer del vehículo.
—De hecho nos mudamos hoy, al complejo de edificios de Mussela. No se si lo conoce—. Nuevamente, solo un asentimiento, esta vez aún más enérgico que el anterior. El gorro se cayó de su cabeza y la mujer lo levantó y se lo colocó rápidamente. Maia pudo ver por el retrovisor una calva y manchada cabeza, cubierta de esporádicos y largos cabellos grises que eran los que antes salían por debajo del gorro.
Se revolvió en su asiento.
El padre puso primera y el vehículo comenzó a ganar velocidad en la solitaria carretera.
—Si llega a estar incómoda o cualquier cosa me dice. Pero no se preocupe que ya en cualquier momento llegamos —recomendó el hombre sonriendo. Como única respuesta Maia pudo observar una sonrisa, si es que así podía llamarse a aquella mueca, que le hizo erizar la piel. Los labios arrugados, se abrieron para mostrar algunos dientes de oro, otros marrones, podridos y algunos pocos en aparente estado de normalidad.
¿Por qué no pronunciaba ninguna palabra? Y, ¿Que era ese espantoso olor que le quemaba la nariz y le provocaba un creciente deseo de alejarse de aquel lugar a toda prisa? Maia sentía como cuando pasaba cerca de un basurero y la podredumbre comenzaba a volverse insoportable. Algo de todo aquello no le agradaba para nada.
O mejor dicho, todo le parecía demasiado extraño.
¿De donde había salido la mujer, en primer lugar? Con su olor, no le parecería extraño si alguien la hubiese abandonado en medio de la carretera.
Sin embargo lo que más perturbó a Maia, fue la certeza de qué al mirar por el retrovisor y observar directo a la vieja, esta sonrió y fijó sus ojos, el gris y el sano, justo en la mirada de la joven.
Cuando Maia desvió la vista, podía jurar que la mujer todavía no lo había hecho.
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Relatos desde las sombras ©
KorkuTodos tenemos una misteriosa casa cerca de la cual intentamos no pasar solos por las noches. Una mujer de apariencia tenebrosa que recorre ciertos lugares y cuya sola presencia genera miedo en los que escuchan sus pasos acercarse. Un lugar en el qu...