Capítulo 3

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No volví a saber nada más de Carlota. Después de aquella mirada, no volvió a haber más, de ningún tipo. A cambio, aunque no fuera buena idea, hablaba con Avril todas las noches... Horas y horas hablando, conociéndonos; descubriendo a una chica realmente increíble. Gonzalo en su momento no me mintió, era realmente tímida. Apenas hablaba de sí misma, siempre trataba de alabar a todas las personas que le rodeaban, como si ella no fuese ni la mitad de buena que ellos en nada, como si... como si se despreciara en todos los sentidos. Más o menos, como yo.

Nos contábamos anécdotas, problemas con nuestras familias, amigos... Incluso rozábamos de vez en cuando el tema de las parejas. Pero nunca profundizamos demasiado en ello, tal vez porque no nos pareció buena idea.

Pasaron días, y días... Y yo cada vez me veía más incapaz de pasar una noche sin hablar con ella; sin saber qué tal le había ido el día, aunque no fuera ni siquiera importante, aunque no entendiera nada. Sólo quería oírla.

Con el tiempo, notaba que ya no echaba en falta a Carlota ni la mitad que antes, que podía sobrevivir sin sus ojos, sin su sonrisa. Sin su tacto.

Avril conseguía mantenerme en una nube, como si todos mis problemas se quedaran abajo, como si ahora mi problema principal fuera no caerme de esa nube en la que ella me mantenía.

Hasta que llegó esa noche. Esa noche no hubo llamada, ni mensaje; nada. Al principio no le di importancia, pensé que estaría con los exámenes y no podría llamarme. Pero pasaron dos semanas, y yo no tuve noticias suyas.

Un día, algo desesperado, cogí el móvil y la llamé yo. La primera vez no hubo respuesta, ni la segunda. A la tercera conseguí que me lo cogiera:

-¿Sí? -susurró.

-Gracias a Dios, pensé que habías muerto -intenté bromear.

-Ah... Hola Sergio -me dijo ella muy apagada, muy seca-, oye no puedo hablar, si no te importa deja que te llame yo, ¿vale?

-No -contesté tajante-, no; porque sé que no llamarás. Llevas dos semanas sin hacerlo, ¿por qué ibas a llamarme ahora de repente? -notaba que me estaba poniendo demasiado agresivo.

-No es buena idea que me llames tú... -me dijo muy, muy bajito-, Gonzalo está en el baño. Escucha, quedamos mañana en la plaza del Toro, sobre las siete. Tengo que colgar.

Sin esperar a que respondiera se fue de la línea.

Me puse a pensar en cómo había sido el tono de su voz durante los pocos minutos que había durado la conversación, hablaba como escondida. Como si temiera a Gonzalo. No me daba para nada buena espina eso, pero esperé paciente al día siguiente, y cuando vi que se acercaba la hora salí de casa, de nuevo sin despedirme.

Pasé la plaza de las Coliflores, y llegué hasta una pequeña plazoleta, con una enorme figura de un toro de bronce justo en el centro, en frente mismo del pequeño riachuelo, que ahora se mantenía lleno de hojas. Era otoño.

La plazoleta estaba rodeada de un montón de vegetación, de hecho el único modo de llegar era pasando por un gran tronco, de lo que yo juraría que era un abedul; y una vez haberlo pasado, saltar un poco unas cuantas piedras para caer justo delante de la cornamenta del toro. Al lado del pequeño río había unos bancos, algo sucios, debido a que ahí apenas iba la gente, y mucho menos los servicios de limpieza.

Se hicieron las siete, y Avril no aparecía. Debió de ser como media hora más tarde cuando vi cruzar a un chico muy bajito por delante del toro. Llevaba una gorra que le tapaba la cara, y un abrigo enorme, incluso para ser de hombre al chaval le llegaba por las rodillas. De pronto el chico se giró y se encaminó hasta mi banco. Yo, pensando que querría sentarse, le hice hueco y me puse a mirar hacia otro lado; se sentó muy cerca de mí, casi rozándome a pesar de que tenía espacio de sobra.

El culpable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora