Capítulo 10

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Dos manadas enfrentadas, dos leones en cabeza. Como si se viera desde el cielo, como si realmente fuéramos bestias, juré poder oír nuestras mandíbulas chirriar cuando nos encontramos cara a cara. Dos felinos sobre dos patas, lanzando las zarpas a la aire, rugiendo, manteniendo nuestro orgullo bien alto.

Fui el primero en golpear. Sin embargo mi puño fue bloqueado al instante. Cogiéndome el brazo, Gonzalo trató de retorcerlo; pero, dando un leve giro de muñeca, posicioné mi mano sobre su antebrazo, dando la vuelta a la tortilla.

Ágil de reflejos alcancé a coger su otra extremidad, que venía con suma puntería a mi nariz. Manteniendo sus dos brazos estirados, levanté la pierna, la eché hacia atrás, bien doblada; y a la vez que tiraba de él hacia mí, le golpeé con el talón en la rodilla. Cayó a mis pies, retorciéndose de dolor.

-¡Sergio! -gritó alguien.

Me volví, y de milagro esquivé un navajazo que habría acabado en mi cuello. Sin pararme a analizar la situación, dejé que mis nudillos chocaran contra el labio del personaje que había intentado apuñalarme. De pronto éramos cuatro en el mismo círculo. Dos de ellos venían directos a por mí. Dando un buen salto, encogiéndome en el aire, llegué a dar a uno en plena cara de una patada. Nada más caer, me giré, encontrándome con el otro, y cubriéndome la cara con ambos puños le golpeé una y otra vez lo costados. Puñetazo, vuelta a la defensa. Puñetazo, vuelta a la defensa. Sin perder tiempo, trató de golpearme de forma lateral con la pierna. No sin cierto esfuerzo, le enganché por el gemelo, y con toda la fuerza que pude, dejé caer el codo sobre su muslo. Aún no había acabado. Dando un leve giro, cuando él aún no se había desplomado al suelo, aproveché para asestarle otro codazo, pero esta vez en la cara. El tercero, asustado fue en busca de alguien con el que enfrentarse, alguien de su nivel; sin embargo, se topó con Dani, que iba corriendo hacia su posición. De un salto cayó en la pierna flexionada del contrario, alzando la cadera y asestándole un rodillazo en la barbilla. Vi caer un par de dientes, y como si fuera a cámara lenta, comprobé la caída de espaldas, mientras que Chuky, como un mono, saltaba el cuerpo ahora totalmente dolido y se enzarzaba en otra pelea.

Por ese despiste, Gonzalo alcanzó mi cuello con la pierna buena, manteniéndose, no sé cómo, sobre la rodilla chafada, y tirándome automáticamente al suelo.

"Joder..." -pensé, frotándome la oreja izquierda. Notaba cómo me palpitaba la sangre. Se puso sobre mí. No llegué a contar cuántos puñetazos se tragaron mis ojos, pómulo derecho, y nariz. De repente mi salvación vino en forma de punky. De una patada, Álvaro me lo quitó de encima.

-Gracias -le dije tras escupir un poco de sangre.

Con la cara hecha un estropicio, me levanté, y giré sobre mí mismo para evaluar la situación.

No íbamos del todo mal, todavía estábamos enteros. Gonzalo volvió a la carga, corría a mi posición.

"Por Dios... que esto no me duela tanto como pienso"

En plena carrera, lancé mi cabeza hacia adelante chocando las frentes; y sin recuperar del todo la estabilidad, impulsé el brazo, ganando algo de tiempo y chocando mi puño contra su garganta. Ahora sí, cayó redondo.

Durante varios segundos me mantuve doblado sobre mí mismo, intentando contener las ganas de vomitar.

Cuando me alcé vi cómo Isaac golpeaba las piernas de uno de ellos con un bate en el que anteriormente no había caído. Dani por su parte, ponía en práctica su puño americano, rehaciéndole la cara a uno que, bueno... estaba más guapo ahora. Guillén, como luchador de kick boxin, saltaba y pataleaba en el aire, causándole grandes daños en cara, brazos y piernas a un desgraciado. Me giré en busca de Chuso . Y efectivamente lo encontré, delante de un coche de policía.

"¡Mierda! Putos vecinos."

Sin miramientos me tiré al suelo al lado de Gonzalo, buscando su navaja.

-"Se te ha medido, se te ha evaluado; y definitivamente, no has dado la talla" -le parafraseé al oído tras escupir más sangre.

Antes de clavarle el puñal, le rajé la cara con una A anarca.

-Así te recordarán.

Acto seguido, hundí la lámina despacio en su pecho. Una y otra vez, disfrutando como un crío con un juguete nuevo.

-¡SERGIO, COÑO! MUÉVETE -oí a Dani.

Desperté del trance, y comprobé cómo los Antidisturbios se ensañaban con los míos, así como con los amigos de Gonzalo. Antes de poder hacer nada ya tenía a uno de ellos encima.

Me levanté, ágil, y cuando vi su porra cerca de mi cara, saqué la pistola de mi padre. Apuntando a su viente.

-Atrévete -me dijo, chulo.

La cargué. Y cuando mi sangre estuvo lo suficientemente fría como para ser capaz de disparar, oí el sonido de la bala alcanzando la carne, atravesando órganos.

Sin embargo, no vi ni una gota de sangre caer de ninguna parte de su cuerpo. Me temblaron las manos, y el arma cayó al suelo.

Bajé la cabeza, y, efectivamente ahí estaba el boquete, justo en el abdomen. Ahí estaba la sangre fría.

Me desplomé contra el suelo, quedándome de rodillas en frente del policía. Todavía en esta situación, él, engreído, golpeó varias veces mi cabeza hasta que acabé de costado. Sentí el frío. Sentí el vacío y la oscuridad. Sentí la materia, la energía.

Desperté en el hospital, con máquinas sonando por todos lados, con vías que empapaban de vida a mis venas, y con una cicatriz en la tripa.

Tras mi recuperación fui enviado a la cárcel por asesinato con agravante de alevosía, por lo tanto ésta sería mi casa durante los próximos diecinueve años.

Ahora mismo me hallo sentado en el catre de mi celda, con un papel y un lápiz, escribiendo todo lo ocurrido desde que mi vida se empezó a venir a abajo (con breves pausas de felicidad).

Según mi psicóloga esto me ayudará a plasmar el dolor y a eliminarlo de mi interior, pero, ¿sabéis? eso ya no va a pasar. Gonzalo se pudre bajo tierra, y yo me pudro entre estas cuatro paredes. Mi hija y el amor de mi vida ya no volverán jamás. Lo único que me queda es sentir culpabilidad.

Me siento culpable por no estar con mis hermanos, por no poder cuidarlos.

Me siento culpable por haber defraudado a mi madre, y hacer sentir a mi padre que nunca me enseñó nada útil.

Me siento culpable de no haber protegido a mi futura familia,

Y me siento culpable de no sentir remordimiento alguno por la vida de Gonzalo.

La culpabilidad. Qué sentimiento tan desesperante. Y qué inútil.

P.D: No sé si volveré a escribir o no, pero creo que empiezo a sentir que el dolor será siempre una parte de mí que no habrá forma de eliminar. "Por si no nos vemos luego: Buenos días, buenas tardes, y buenas noches."

El culpable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora