"Un problema menos" Me dije de camino a casa. No podía quitarme de la cabeza todos los moratones y heridas que llenaban la cara de Avril, me ponía enfermo sólo de pensar en ese hijo de puta. Sólo con pensar que uno solo de sus dedos la habían rozado "Cobarde", me decía una y otra vez.
Llegué sobre las doce y media a casa de mi madre. Esta vez me iba a caer una buena. Ella no era como mi padre, que dejaba la puerta abierta y como si nada; no. Mi madre no pararía de gritarme hasta que se le quedara ronca la voz. Entré con sumo cuidado, como sabiendo que nada más pisar el suelo de la casa mi madre iba a aparecer cual radar. Pero no. Hubo sólo silencio. Nada de chillidos y portazos, sólo silencio.
Me acerqué al salón y las luces estaban apagadas. Pasé por la habitación de mis hermanos pequeños, en un principio simplemente miré si estaban o no dormidos; sin embargo algo me indujo a entrar, como si fuera una atracción.
Me acerqué a la cama de Luna, y la miré silencioso desde arriba. Los mechones rubios estaban desparramados sobre una almohada que era dos veces más grande que su pequeña cabeza. Me fijé en que su muñeco preferido, el Dr. Martin estaba en el suelo. Me agaché, recogí al oso de peluche y se lo puse debajo de la colcha, al lado de su mano.
Luego me giré y observé que en la otra cama dormía plácidamente Raúl, con el pelo tapándole los ojos. Suavemente se lo retiré un poco y le di un beso en la frente, para después apoyar la mía contra la suya y poder quedarme así un rato, con mi familia. Con las dos criaturas más inocentes del planeta.
La mañana siguiente.
El rasgar de una guitarra eléctrica me despertó de mala leche; y mientras me desperezaba trataba de recordar porqué puse esa canción como alarma.
Unos segundos más tarde, tras razonar que yo no había cambiado mi alarma, me di cuenta de que era el tono de llamada, que ya llevaba un rato sonando. Era Avril.
-¿Sí...? -dije con voz ronca.
-Gonzalo me ha llamado para decirme que se acabó, que no quiere volver a verme -me contestó, casi gritando por la emoción.
Yo sonreí a la nada.
-Te dije que te dejaría en paz -me levanté de la cama y me puse los vaqueros que estaban encima de la silla.
-Tenías razón, ya está, se acabó... Se acabó sufrir.
Parecía una niña ilusionada con una muñeca nueva.
-Oye Sergio, para celebrarlo, ¿por qué no te pasas por mi casa hoy? No están mis padres.
"Para celebrarlo... Para celebrar que ayer le rompí la cara a un chaval."
-Eeeh, claro, ¿por qué no?
-Genial, pues nos vemos a las... ¿cinco, en la puerta de mi casa?
-Sí, sí, allí nos vemos -le dije mientras me encaminaba a la cocina a desayunar algo.
-Bien, hasta luego Sergio -dijo. Noté cómo sonreía por la otra línea.
-Adiós -colgué.
Me hice una tostada de mantequilla con mermelada de melocotón. Me puse a pensar, en que casi todas las cosas del Mercadona, estaban realmente buenas. Benditas marcas blancas.
16:55 de ese mismo día.
Estaba justo en frente de la casa de Avril. Miré hacia arriba, subiendo la mirada por todas las ventanas, hasta llegar a una que escondía una habitación tras unas cortinas moradas. Supuse que ésa sería la suya.
Llamé al timbre y a los pocos segundos observé cómo esa misma cortina se echaba hacia un lado, dejando ver a una chica que me sonreía desde arriba.
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El culpable.
Historia CortaJodido. Ése ha sido mi estado de ánimo casi desde que tenía ocho años. Tener ganas de desaparecer entre la multitud de gente, de querer camuflarme para que nadie notase mi presencia. Y seguí así tal vez hasta los doce, trece años. Sí, más o menos c...