...
Pasaron cuatro días, y no tuve noticias de Avril. Nadie sabía nada de ella, nadie recordaba haberla visto por ningún lado, la policía no tenía sospechosos, ni pistas. No quería ponerme en lo peor, porque ello significaría haber perdido a mi familia antes incluso de formarla.
"Nada. ¿Cómo es posible que nadie la haya visto después de salir de aquí? Su madre dice que no volvió a casa esa noche."
Estaba tumbado en la cama, con los ojos cerrados; recordando la angustiosa pesadilla de la otra noche, pensando que, tal vez, tuviera alguna relación con lo sucedido, pero en un plano alejado de cualquier sueño.
Una semana después.
Pablo entró en mi habitación con un periódico en la mano. Prácticamente destrozado, con las hojas sueltas. Y lo lanzó a mi cama abierto por una noticia que rezaba así: "SE CIERRA EL CASO DE AVRIL HELÍA"
El subtitular decía: "Ha sido hallado el cuerpo de Avril Helía en el descampado 'El Pinar' a dos horas y media del pueblo de residencia, en la madrugada del martes a las cuatro a.m. Por lo visto la joven no iba sola, sino que estaba en espera de dar a luz..." Dejé de leer. Miré al frente sin observar realmente nada; tratando de entenderlo, de hacerme una idea. Del porqué, de quién.
"Avril... y mi hija."
No recuerdo bien cuántos días estuve pensando, sin comer, sin dormir, sin beber, sin hablar. Sólo... pensando. Hasta llegar a una conclusión. La vida no había sido justa en absoluto conmigo, ¿por qué iba a tener que serlo yo con ella; o con los demás? 'Dios no existe. Tú eres, TU PROPIO DIOS.' Rememoré aquella pintada de Humanes. Ahora entendía bien su significado. Cuando, sin ton ni son Dios te castiga, cuando no hay remedio para el dolor, cuando te planteas que todo sea tu culpa, que evidentemente deberías haber muerto tú, es cuando decides que Él no existe, es el momento de reaccionar y pasar a otra etapa de tu vida. Una en la que nadie controle tus actos, en la que las normas sean tuyas, y el dolor sea como mínimo directamente proporcional al daño causado. Mi momento acababa de llegar. Ya no sentía nada. Bueno sí. Una sed anormal. Sed de ver muerto al asesino de mi familia, de verlo sufrir, de arrancarle le cabeza e ir enseñándosela a todo el mundo como trofeo, para que comprendieran: Que tú eres tu propio Dios.
Y así estuve tal vez un mes. Alimentándome de lo que me inyectaban por vía intravenosa, levantándome cada cierto tiempo. Con un sólo objetivo: Aniquilar a ese hijo de puta, o morirme ya, de una jodida vez.
Mi rabia pudo con la muerte. Y así salí al fin de aquella maldita habitación. Era un hombre distinto: Agrio, desagradable, apático, irascible. Horrible.
No mentiría si dijese que no volví a hablar con mi familia, y apenas con mis amigos. Me encerraba en mi habitación, investigando, trabajando más que la propia policía. Según la poca información que recibía de ellos había sido apuñalada cuatro veces en el vientre, y una sola en el corazón. Con una navaja que gracias a numerosas horas de trabajo en el laboratorio, habían deducido que era una "Mariposa, o abanico", me dijeron que en ésa, el mango se dividía en dos, y era necesario un movimiento circular con la mano para abrirla. Los cortes, supuestamente, con esta navaja no superan el centímetro. Pero claro, esto no fue precisamente un corte, sino puñaladas.
"Navaja de abanico... ¿De qué me suena eso?"
De pronto, un recuerdo fugaz hizo su aparición. El día de la paliza.
Me llevé la mano a la cara. A la cicatriz.
"Ese día me rajaron con una navaja parecida a ésa. Una navaja que se abría de forma circular. Sí, dividida en dos. De hecho, en el tiempo en que uno de Los Nazis tardó en abrirla, traté de darle una patada en la mano y tirar 'el abanico' al suelo, pero fue demasiado rápido, y sus amigos me tumbaron enseguida.
Gonzalo.
Está claro. Es demasiado listo como para mancharse las manos con un crimen así. Se aseguró de que nadie oyera a Avril, y la llevó hasta un descampado; seguramente no iría solo, sino con su grupo de gilipollas. Le pediría esa navaja al mismo tío que me rajó a mí, para que si, por algún casual se descubría todo, no fuera él el propietario del arma asesina"
Cogí a toda prisa las llaves del coche, sin siquiera detenerme a hablar con la policía para verificar mi historia. De hecho, ¿qué dudas podían quedar? Estaba clarísimo. Celoso, loco, rabioso, con ganas de venganza. Y encima, ella embarazada. Tenía todas las papeletas.
"Y la jodida culpa es mía. Por no pensar en esto antes, por no hacerme cargo de ellas como se merecían. La culpa es mía. La culpa es mía, es mía, sólo mía." Me dije llorando de camino al coche, con la pistola vieja de mi padre en el cinturón.
Mi padre, un policía jubilado y con armamento en casa contaba todavía con su arma reglamentaria. Además, eso me daba cierta información de este caso, con la que sólo yo contaba.
Me aseguré de que estaba cargada antes de arrancar el coche. Efectivamente, así era. Un policía nunca dormía seguro sin su pequeña al lado.
Puse en marcha el motor. Calle arriba. "Hijo de puta. Descansa ahora, porque en unas horas vas a sufrir. Cabrón."
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El culpable.
Cerita PendekJodido. Ése ha sido mi estado de ánimo casi desde que tenía ocho años. Tener ganas de desaparecer entre la multitud de gente, de querer camuflarme para que nadie notase mi presencia. Y seguí así tal vez hasta los doce, trece años. Sí, más o menos c...