C I N C O

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Seung Hyun miraba a través de la ventana del auto del ojeroso, observando con detalle como el cielo se oscurecía conforme pasaban los minutos. Aquello que había sido un precioso atardecer de colores anaranjados, había desaparecido para dejar paso a un intenso e inmenso cielo raso. No había estrellas que le adornaran esa noche, no había nada. No había luz, ni para él, ni para nadie; incluso la bella luna era cubierta parcialmente por algunas nubes, dando apenas un suave destello de iluminación.

Ni siquiera la suave música Jazz que parecía haber captado el gusto del ojeroso fue suficiente para hacer acallar su profundo suspiro, mismo que no fue desapercibido por éste, quién simplemente mordió su labio inferior, prefiriendo dejar las cosas así. Sabía que el pelinegro se sentía afectado, pero ¡Diablos!, ni siquiera tenía palabras ya para consolarle. Todo lo que le decía al mayor parecía entrarle por un oído y salirle por el otro.


—¿Qué tal si pasamos a con el viejo Luigi y compramos unas cuantas pizzas?— la cantarina voz hizo eco en el reducido espacio del auto, luego de que la música disminuyese.

—Claro...— la respuesta apenas y había sido un murmullo, uno bajo y sin fuerza.

—¡Vamos hombre, hablo de las pizzas de Luigi!

—La verdad es que esas pizzas son asquerosas, Ri.— sonrió esta vez el pelinegro mayor, mirando de soslayo al más joven.

—¿Qué? ¿Cómo dices eso? ¡Él es italiano!

—Italiano y una jodida. Es más, te apuesto doscientos wons a que aprendió italiano en 'El padrino'.

—Umhh, ya no te daré de mi pizza. ¡Has insultado al grandioso Luigi!— el menor fingió indignación mientras volvía su mirada al frente, refrenando una sonrisa en la esquina de sus labios.


De cualquier forma, SeungRi prefería bromear de esa forma con el mayor, sobre cualquier idiotez que se le ocurriera, a tener que reprenderle por lo terco y tonto que era cuando se trataba de aquel bastardo.

Luego de un rato, se encontraban por fin en el departamento de SeungRi. Habían entrado al espacioso y ordenado departamento, solo para encontrarse con que un delicioso aroma les recibía. El ojeroso frunció el ceño mientras se dirigía a la cocina, siendo seguido por el mayor, quién de igual manera fruncía el ceño.

Sobre la mesa de la cocina, se encontraron con una hoja de papel con un par de líneas escritas, al parecer la madre del ojeroso había ido esa tarde y había dejado comida preparada en el horno.

Literalmente, ambos chicos aullaron de placer. La comida de la madre del menor era deliciosa. Fue SeungRi quien se encargó de meter al horno la comida para calentarla, mientras el mayor preparaba los platos y los cubiertos.

Comiendo animadamente, bebieron de la reserva de cervezas que el menor mantenía en la nevera y rieron ante las estúpidas ocurrencias del otro. Aproximadamente a eso de las diez, el pelinegro mayor se excusó para ir al baño, dejando a un ya ebrio menor en la sala, escuchando un poco de música, tarareando algo inentendible.

Seung Hyun sentía que el espacio en el baño era reducido, quizás era por lo ebrio que se encontraba o simplemente así era, ya no estaba seguro. Se miró al espejo y se contempló por incontables minutos.

No se reconocía. A decir verdad, nunca lo había hecho. Muchas veces antes había escuchado por boca de su familia e incluso amigos, que había algo en él que era especial, pero él no había podido ver lo mismo que los otros, ni antes, ni mucho menos ahora. En ese momento, él se veía como una figura amorfa. No encontraba su espacio ni su propósito.

Mordió su labio inferior con fuerza, tanta que incluso se hizo sangrar, pero poco le importó. Cerró los ojos y se encontró con la imagen de esa tarde, recordó a la prometida de Young Bae, ella era una mujer verdaderamente preciosa. Era una mujer de mundo. Una mujer adinerada, que había trabajado en el pasado como modelo para una que otra revista reconocida en Corea e incluso Japón. Era ella una de esas mujeres que te robaban el aliento con su simple presencia. Físicamente, era perfecta. Tan delgada, con una piel ligeramente tostada, unos preciosos ojos redondos marrones, labios en forma de corazón de un rosa natural, mejilla rosadas y una larga cabellera negra que se ondulaba alrededor de su rostro.

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