C A T O R C E

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Con bastante pesar y los músculos acalambrados, Seung Hyun se removió sobre la cama mientras permitía que sus enrojecidos e hinchados ojos se acostumbrasen a las brillantes luces matutinas. Girando sobre su costado derecho, permitiendo que su espeso cabello se desparramase sobre la almohada, observó con curiosidad un girasol yaciendo justo a su lado, con los pétalos siendo acariciados por los brillantes rayos que se escabullían de entre las cortinas.

Fue inevitable que una sonrisa se escapase de sus labios mientras la tomaba con más suavidad de la necesaria y la acercaba a su nariz, tan solo para aspirar el fresco aroma floral. No recordaba la última vez que había recibido un detalle tan simple, cargado de tanto significado. No era como si fuese la gran cosa, o como si con ella pudiese olvidar todo lo que había pasado, sin embargo, debía aceptar que era un bonito detalle para empezar el día.

Saliendo de la habitación, y encaminándose directamente hasta la cocina, de dónde provenía el ligero aroma a café, encontró a aquel delgado hombre de piel canela. Dándole la espalda, Young Bae se mantenía concentrado mientras sacaba el pan tostado del horno, alcanzaba la barra de mantequilla, y las ponía a un costado de un plato de cereal, un tazón con fruta, un vaso con jugo y otro con leche.

Los apenas agiles movimientos del mayor consiguieron que el moreno se girase de improvisto, tan solo para dedicarle una suave sonrisa antes de acercarse para dejar un gentil beso en la mejilla del más alto.

—Te hice el desayuno...— sonrió tímidamente— No es la gran cosa, pero espero te guste.

—Gracias. — sacudió los hombros— Todo luce estupendo.

No había que ser un genio para darse cuenta de la cierta incomodidad. Ambos recordaban perfectamente la escena de hacia noches atrás, cuando el mayor se había desmayado entre los brazos del moreno mientras lloraba en silencio. Desde ese momento, Young Bae había estado firme en su decisión de no marcharse de su lado.

No había mucho qué decir, de hecho, la mayoría del tiempo habían estado comportándose ajenos, sintiéndose desnudos ante la mirada del otro. A pesar de las malas decisiones tomadas y el dolor que éstas acarreaban, de alguna forma habían derribado una barrera que había estado reacia a desaparecer.

Las equivocaciones habían terminado dejándoles frágiles, anhelantes de un poco de cariño.

Seung Hyun lo sabía, había estado mal lo que había hecho, y había sido peor restregárselo en la cara, sin embargo, en ese momento no había pensado. Había actuado por instinto, dejando que el resentimiento, los celos, las inseguridades y todo lo demás influyeran en él, al grado de llevarlo al borde, de buscar en otra persona lo que quería.

Comprendía perfectamente las consecuencias. Había lastimado al hombre que amaba, se había lastimado a sí mismo y también a aquel otro hombre que lo único que había hecho era querer ayudarlo. Si alguien debía ser reprendido, era él. Era egoísta y cruel.

Alzó la mirada y tan sólo se quedó quieto, con la cucharada de cereal a medio camino mientras observaba cómo el hombre frente a él se dedicaba a mirarle, con esos hermosos ojos marrones corrompidos en anhelo y ternura. Mordisqueándose el labio inferior, alcanzó la mano del más joven sobre la mesa, notando cómo éste entrelazaba sus dedos con determinación mientras le sonreía.

Dispuesto a decir algo, se vio repentinamente interrumpido por el insistente timbre de la puerta. Sin decir absolutamente nada, observó cómo el otro se alzaba de su sitio e iba al encuentro de su extraño e inoportuno visitante. Mientras veía al menor desaparecer, no hizo más que sonreír con incredulidad.

Young Bae mordisqueó sus propios labios mientras sentía el inconfundible aleteo en su estómago. Sentía que finalmente había podido llegar a tocar el corazón de Seung Hyun, esta vez de la forma correcta. Quizás no fuese perfecto, vaya tal vez era lo más lejano a ser bueno, sin embargo, no habría nadie que pudiese quererlo como lo quería él.

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