Capítulo 31 sólo quiero la verdad

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CAPÍTULO 31 SOLO QUIERO LA VERDAD

-Vamos fuera, Alice...

Miré una última vez a Jasper antes de salir tras mi hermano. Sabía que me iba a caer otra bronca por su parte. También era consciente de que esta no estaba siendo una de mis mejores actuaciones en mi vida, pero no podía hacer otra cosa.

La vida me había enseñado a ser fuerte, a ser dura y capaz de superar cualquier obstáculo que se pusiera en mi camino. A luchar por lo que deseaba... y eso era lo que estaba haciendo.

Dejé de lamentarme de mi mala suerte hacía ya muchos años a base de capas y capas de protección sobre mi maltrecha mente. Salir del agujero en el que mi propia madre me había metido no fue nada fácil; el dolor psicológico que sentí a lo largo de mi infancia no era nada comparable con el dolor físico al que era sometida día tras día.

Las primeras veces que Jackson me pegó sentí miedo, mucho miedo.

Se había casado con mi madre cuando yo sólo tenía seis años y nunca me gustó. A esa corta edad descubrí que su sonrisa era falsa y malévola, justo como sonreía el malo de los dibujos animados de la tele. No sé que se le pasó por la cabeza la primera vez que me pegó. Supongo que le gustó, que se desahogó conmigo de alguna manera ya que después no pudo parar de hacerlo. Estuve tres años recibiendo maltrato físico y psicológico por su parte. Yo me había convertido en el saco de boxeo con el que se descargaba cuando algo en su trabajo no iba bien, cuando no le gustaba la cena que le servía mi madre o simplemente cuando se enfadaba por cualquier tontería de las suyas. Tenía que soportar sus latigazos con el cinturón de piel sobre mi espalda desnuda, aguantar las patadas mientras yo estaba tirada en el suelo y completamente expuesta, tenía que sobrevivir a la vergüenza de que los niños me miraran raro por todas las veces que "enfermaba" a lo largo del curso escolar. Gracias a Dios fueron pocas veces las que me dejó marcas a la vista, siempre intentaba que sus palizas no fueran muy obvias. Aún así, muchas de las veces me dejaba como un maldito trapo que no era capaz de moverme.

Después de las primeras agresiones el miedo dio paso a la rabia.

Rabia porque mi madre lo veía todo. Mi madre... más bien esa mujer que se hacía llamar como tal miraba impasible mientras su esposo, un ciudadano ejemplar de día y un maldito maltratador a tiempo completo, me pegaba y me pateaba. Ella no hacía nada. Se limitaba a sollozar mientras miraba las palizas que me propinaba ese ser diabólico. Solo eso. Nunca supe a ciencia cierta si a ella también la pegaba; con toda seguridad sí, a juzgar por el miedo tan atroz que aparentemente le tenía.

Quería a mi madre, como cualquier niña de esa corta edad, pero mi amor por ella fue muriendo cada día un poquito más hasta quedarse reducido a la nada. De hecho, llegó un punto en el que me daba igual si ese hombre le pegaba o no a mi madre. Solo era consciente de mi rabia y mi dolor hacia esas dos personas que me estaban amargando la infancia. Si yo hubiera sido mi madre habría luchado con uñas y dientes por mi hija. Por la cabeza de una niña de casi nueve años llegaron a pasar pensamientos raros y crueles; llegué a pensar que me trataban de esa manera porque no era suficiente. Muchas veces me sentí como una carga. Mi madre me tuvo muy joven y me mantuvo ella sola hasta que conoció a ese degenerado. No se... quizás todo el pasado influyó en mi futuro.

Casi di las gracias al cielo cuando una de las veces se le fue la mano a Jackson y me marcó la cara. Ese día, gracias a la rapidez de mi profesora de primaria, comenzó mi maldita liberación y mi nueva vida. No sentí ni pizca de nostalgia o pena cuando una tarde lluviosa de invierno salí de mi casa para no volver. Tampoco la sentí cuando mi madre sollozaba y gritaba porque me apartaban de su lado, porque se estaban llevando a su única hija.

Fue entonces cuando conocí a los Cullen, mis salvadores.

Los primeros meses no fueron fáciles, ni para ellos ni para mí. No confiaba en nadie y mucho menos en Carlisle. No me llevaba nada bien con el género masculino y mucho menos si se trataba de un completo desconocido. La paciencia que tuvo el que se iba a convertir en el padre que nunca conocí fue increíble. Sesiones eternas con los psicólogos, terapia para superar mis terrores nocturnos y mis pesadillas totalmente infundadas, restablecer mi autoestima y la confianza perdida en los demás... y todo eso con tan sólo nueve años.

Suavemente, me matas (+18) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora