El primer sueño que tuvo Sherlock Holmes con un lobo, fue en su doceavo cumpleaños.
El lobo tenía el pelaje de un tono pálido, del tono de la miel más clara, salpicado de puntas blancas en las zonas donde el marrón se hacía más oscuro: tras las orejas y en los flancos del lomo. Los ojos azules del animal lo habían seguido en todo momento mientras correteaba con la lengua colgando, olfateando el aire con su hocico, moviendo las puntiagudas orejas hacia adelante y hacia atrás. Él lo observaba desde las alturas. Su fantasía más recurrente era la de volar. Siempre se había sentido cómodo con la idea de elevarse por encima de todo lo demás. De vez en cuando también soñaba que era un aguerrido y osado pirata, pero no podía comparar la libertad de volar con la de ser un marinero fiero y temido.
La sensación de estar flotando por encima de absolutamente todo lo demás era mucho mejor.
Normalmente no se acercaba al suelo en sus sueños. Nada interesante le esperaba allí, pero esa vez fue diferente. Sentía una inmensa curiosidad a cerca del lobo, sabía que era importante, aunque no podía recordar por qué.
Descendió entre las ramas desnudas y cubiertas de nieve del bosque en el que estaba, salpicado de blancos y ocres por una nevada temprana en los últimos días del otoño. El lobo alzó la cabeza y olisqueó hasta dar con él. Se posó en una de las últimas ramas, sin ganas de bajar más, y lo observó desde allí. El animal caminaba con sus patas pisando con suavidad pero firmeza las hojas caídas, las ramas y la nieve. Caminaba con cierta elegancia, meneando la peluda cola con suavidad tras él. Por como miraba a su alrededor, se podría decir que estaba incluso perdido.
Sherlock se dio cuenta, pese a sus limitados conocimientos en el ámbito animal, que su inesperado acompañante de sueños era no más que un cachorro. Su cabeza aún era más grande que su cuerpo, y las patas bailoteaban, como si estuviera deseando ponerse a jugar en cualquier momento. Le recordó a Barbaroja, y deseó bajar y jugar con él.
Sabiendo que era pequeño y ligero, Sherlock planeó hasta descender sobre el lobo, y se posó sobre su flanco, intentando llamar su atención. El lobo giró la cabeza para mirarle, lamiéndose el hocico. Sherlock miró abajo y, en un pequeño charco, se vio reflejado por primera vez. Era un cuervo, pequeño y estilizado, con largas plumas negras y brillantes como el azabache. Graznó, abriendo las alas y batiéndolas con suavidad.
Después de que ambos, lobo y cuervo, pasearan juntos por el bosque nevado —el cuervo posado sobre el lobo, amasando el pelo con las garras sin arañar la piel—, Sherlock empezó a sentir que despertaba, y se obligó a salir volando, deseando volver a soñar con el lobo de pelaje arenoso. Emprendió el vuelo, dibujando círculos en su ascenso, y escuchó el aullido claro del lobo cuando éste alzó la cabeza con elegancia para gritar.
Cuando despertó por la mañana, le dijo a su madre que había soñado con un lobo. Ella se puso tremendamente contenta, al borde del éxtasis, pues el sueño traía grandes noticias consigo.
Mycroft y su dragón serpiente, de color azul topacio, aparecieron durante el desayuno. Su hermano llevaba un libro en las manos, y el dragón serpenteaba en el aire a su lado. Cuando se sentó a la mesa, el dragón se enroscó en su silla y asomó la cabeza por encima de la de Mycroft, soltando una ligera humareda con olor a incienso de reina de noche por las napias. A Sherlock le gustaba jugar con el dragón de Mycroft, a pesar de que éste solía ser también bastante... despótico. Pero lo que más adoraba sobre todas las cosas, era sentarse junto a la chimenea a leer y tener al dragón acostado a su lado, para poder oler el incienso que dejaba escapar.
— Felicidades, Sherlock. Ya eres un distópico.
En aquella zona del nuevo mundo, habían surgido personas con sueños premonitorios. Con criaturas a los que las antiguas civilizaciones habían llamado espíritus guardianes. Formas del alma encarnadas bajo el aspecto de animales que protegían a su dueño y se aseguraban de que este encontrara a su otra mitad. Aquel o aquella destinado a compartir su corazón. No todos los distópicos (como así se habían hecho llamar a principios del siglo veintiuno, cuando empezaron a surgir los primeros humanos con espíritus animales) encontraban a su pareja destinada, pues esta podía morir antes de encontrarse; o podías ser uno y que tu animal nunca se manifestara. Además, ser un distópico casado con otro no garantizaba que la descendencia también lo fuera, así que eran una franja de la población bastante impredecible.

ESTÁS LEYENDO
Your shadow I follow
FanfictionEn un futuro lejano, ha aparecido progresivamente una nueva variante de humano: el distópico. Este tipo de persona posee un espíritu animal que le representa simbólicamente y que le acompaña desde la pubertad, hasta que encuentra con su alma gemela...