Armisticios

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—Creo que es hora de que vaya volviendo. Querría asegurarme de que todo está bien —contestó John, al cabo de un buen rato.

Greg se levantó, bostezando. Se estiró en silencio, sin querer despertar a sus compañeros, y arqueó una ceja en dirección a John mientras le observaba. Tenía claro por qué su amigo quería irse y, aún más importante, qué era lo que quería comprobar que estuviera bien.

Aunque "quién" abría sido una mejor fórmula para plantear la frase.

—Bien. Coge una linterna de la caja. Necesitarás una, así que ya puedes quedártela.

John obedeció, estirándose al levantarse igual que él, gruñendo. Tenía los músculos entumecidos, y se obligó a relajar los músculos de su rostro en una expresión neutra cuando se dio cuenta de lo mucho que le dolía. Estaba casi seguro de que había tenido el ceño fruncido la mayor parte del camino. Saltó a las vías, asegurándose de que el seguro de su pistola estuviera bien puesto antes de hacerlo.

Se quedó mirando como Greg recogía un fusil, apoyado en un ladrillo junto al fuego en el que se había estado cocinando y alrededor del cual se sentaban los que pertenecían al turno de vigilancia de esa noche. La mujer con la que hablaba, con una vieja cazadora de aviador y un arnés con compartimentos y un refuerzo metálico en el hombro izquierdo le lanzaba miradas de vez en cuando, por lo que dedujo que hablaban de él. Se puso de nuevo el chaquetón verde, bastante seco ya, y hundió las manos en los bolsillos mientras esperaba.

Cuando Greg saltó a las vías con él, soltó un suspiro.

—Bueno, ahora ya podemos irnos. Los del otro lado ya saben que vamos para allá.

John asintió, y extendió una mano.

—Las damas primero.

—Míralo que graciosete se nos ha puesto —bromeó, avanzando por delante de él.

No pudo evitar soltar una risita.

Caminaron en silencio un rato, hasta que se vieron obligados a encender las linternas para poder guiarse en la oscuridad del túnel, perdida ya de vista la luz de emergencia de la estación. Escuchó movimiento a su lado, y cuando giró la cabeza, vio que Greg estaba luchando por aguantar el mango de su linterna con el brazo mientras ocupaba las manos en rebuscar por su chaqueta. Escuchó el sonido de una cremallera, y una exclamación triunfante cuando sacó un paquete cuadrado de cartón.

—¿Te importa si...? —preguntó, alzando la caja en su dirección. John pudo ver la marca de tabaco pintada en uno de los laterales con tinta roja. Puso los ojos en blanco y meneó la cabeza.

—Adelante.

—Gracias, John — sacó un cigarro y se llevó el filtro a los labios antes de guardar de nuevo el paquete dentro de su chaqueta.

Encendió el mechero y prendió la punta. El cigarrillo se iluminó como una baliza de señalización, roja en la oscuridad cuando Greg dio la primera calada. Él no era muy fan del tabaco. A decir verdad nunca lo había sido. Pero no era quién para impedir a los demás darse el gusto cuando quisieran.

Se masajeó el hombro cuando sintió que un repentino ramalazo de dolor, como un pinchazo, le rasgaba por dentro. hizo una mueca, presionando y moviendo el músculo. Se estaba haciendo daño, lo sabía. Pero el dolor controlado que se estaba haciendo a sí mismo era mucho mejor que ese cuchillo invisible atravesándole la piel. Se retorció un momento, estirándolo, y el dolor pareció remitir hasta limitarse a un pinchazo intermitente.

—Así que... Tú y Mycroft Holmes, ¿eh?

La tos salvaje de Greg a su lado le sacó una sonrisa.

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