Juguemos a que te encuentro

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— ¡Listo o no, allá voy! —un Gerard de siete años vociferó alegremente mientras jugaba al escondite con su hermano de cuatro. El antes nombrado se descubrió los ojos listo para encontrar al pequeño Mikey donde quiera que éste estuviese oculto.

Miró a su alrededor. El jardín trasero era en sí bastante extenso pero aquello no era desafío para él. Rápidamente comenzó a escudriñar y buscar en cada espacio o escondite lo suficientemente grande cómo para albergar a Mikey.

— ¡Mikeey! Sal de donde te escondes. ¡Sal y prometo que te daré golosinas! —bramó con picardía.

Mikey era lo suficientemente iluso cómo para caer en su astuto juego de palabras y terminar saliendo de su escondrijo por su cuenta. De esa manera Gerard casi siempre salía ganando el juego, pero aquella vez su truco no pareció dar resultado. Se detuvo en medio del jardín en espera de avistar algún movimiento sospechoso pero nada ocurrió. Pensó en intentar otra cosa justo cuando vislumbro algo de movimiento detrás del árbol que albergaba su pequeña casita del árbol construida en madera. Sonrió, ya lo tenía.

Se acercó con pillería al lugar dando cada paso con cuidado, pues no quería alertarlo de su presencia. Podía ver los cabellos semi-rubios del menor brillar a la luz del sol detrás del tronco así como también vestigios de su camiseta azul.

— ¡Boo! —exclamó provocando que éste largase un chillido y luego saliera corriendo mientras reía para evitar ser atrapado por el mayor. Gerard corrió detrás de él, también riendo.

— ¡Ahh! ¡Me persigue un monstruo obeso!—Mikey mientras trataba de esquivarlo. Los alaridos de diversión de los niños Way eran lo único qué se escuchaba además del canto de las aves y el ocasional ladrido de algún perro del vecindario. Ambos terminaron cayendo al césped y Gerard atrapó a su hermano entre sus brazos, decidido a no soltarlo a pesar de los intentos de Mikey por liberarse.

— ¡Te tengo, Mikey! —rió, a la vez que le hacía cosquillas por todo su cuerpo.

— ¡No, Gee! ¡Eso no, por favor! —chilló el menor con su vocecita aguda sin poder controlar sus ataques de risa. Las cosquillas siempre habían sido su gran debilidad además de los dulces.

— ¡Di que soy el mejor hermano del todo el mundo y que me quieres! —murmuró Gerard— ¡Y sólo así me detendré!

— ¡Eres el mejor! —logró decir entre risitas. Sus mejillas se encontraban rojas a causa de todo el movimiento habido.

— ¡¿Y qué más?! —Gerard aceleró las cosquillas.

— ¡Te quiero, Gee!

— Pues yo también te quiero, Mikey —Gerard finalmente detuvo su suplicio. Pero en lugar de soltarlo, rodeó a su hermanito con sus brazos mientras este reposaba su espalda contra su pecho, dándole un gran abrazo de oso invertido. Ambos niños yacieron en el césped respirando en grandes bocanadas, pues sus pequeños pulmones intentaban recuperar el aire perdido desesperadamente.

— No sabes cuanto —Gerard reposó su barbilla contra la cabeza del menor. Su fino cabello se sentía sedoso y exquisito bajo su piel y Gerard disfrutaba del agadable aroma dulce del shampoo para bebés. En teoría Mikey ya no era un bebé, pero su madre aún continuaba bañándolo con ese shampoo que Gerard tanto amaba— Hasta mataría dragones enoormes por tí.

— Dragones  —repitió el menor con una risa. Gerard podía sentir cada respiración suya contra su pecho.

El afecto que sentía hacía Mikey no lo compartía por nadie más. Ni siquiera por su mami o su papi, personas a las quería mucho. Ese era un afecto sólo para él; su hermanito, su amigo, su compañero de juegos. Ambos eran inseparables, rara vez se los veía sin el otro y siempre hacían todo juntos. Lo que hacía Gerard, Mikey quería hacerlo también, lo que tuviera Gerard, Mikey también quería tenerlo, pues su hermano era su ídolo, su modelo a seguir.

Lo miraba con ojos llenos de admiración esperando aprender conocimiento del mayor, y Gerard estaba más que feliz porqué él era su todo. Al comienzo, había sido reacio a tener un hermano, pero ahora no podía imaginarse como sería su corta vida sin Mikey. Con pensar en ello le daban ganas de llorar.

— ¡Mira, Gee! ¡Maripositas! —el menor se liberó de su agarre con el fin de perseguir entusiasmado unas mariposas coloridas, de suguro atraídas por los rosales de su madre. Este intentaba alcanzarlas en el aire pero las mariposas huían de él.

Gerard observó la escena con diversión. Tenía sed de tanto reír así qué se levantó y se sacudió los restos de césped de su ropa o su mami se enojaría con él. Se disponía a dirigirse hacía la casa con el fin de buscar algo para beber pero a medio camino un grito proveniente de Mikey le helo la sangre. Se dio la vuelta y vio a su hermano yacer en el pavimento mientras las lágrimas comenzaban a caer por su rostro. Gerard rápidamente corrió hacía su dirección con preocupación.

No muy lejos de allí, Donna oyó los lastimeros llantos de su hijo menor desde la cocina y se apresuró a salir al jardín. Corrió hacía el menor y se agachó junto a él y Gerard.

— ¡¿Michael, estás bien?! —bramó la mujer, pero para su sorpresa este pedía la ayuda de Gerard y no la suya.

— ¡Me duele, Gee! —Mikey sollozaba. Sostenía una rodilla lastimada contra su pecho. Solo era un raspón con algo de sangre.

— No llores, Mikey. Solo es un pequeño raspón  —trataba de consolarlo— ¿Ves? El dolor se irá con el beso mágico —en efecto, Gerard besó suavemente su rodilla lastimada mientras acariciaba su cabello.

Mikey pareció calmarse luego de un tiempo ante los mimos de su hermano, y aunque Donna estaba algo desconcertada con respecto a lo sucedido hacía unos minutos, no pensó demasiado en ello. Después de todo, sus hijos eran muy unidos.

Dear brother ↠ WaycestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora