El pelear no me impedirá cuidar de ti

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— ¡Mikey! —escuchó a Gerard llamándolo mientras caminaba de regreso hacia su casa. En vez de detenerse, Mikey apresuró el paso y lo ignoró. Aún seguía molesto por lo ocurrido en la mañana y no quería hablar con él.

— ¡Mikey, espera! —Gerard llegó corriendo a su lado, respirando con dificultad y algo sudado. Se llevó una mano al pecho— Caminas rápido. ¿No me oías llamándote?

— No, si te oí.

— ¿Entonces porque me has ignorado? —el moreno frunció el ceño, a la vez que trataba de recuperar el aliento y seguirle el paso. Mikey pensó que si no fuera tan gordo no tendría problemas para correr, tuvo el horrible impulso de decírselo en la cara pero se contuvo de hacerlo.

— Porque se me dio la gana —contestó con molestia, prefiriendo mirar el piso para así no tener que verle la cara a Gerard.

Mikey no podía creer que al parecer no tuviese idea de lo que había hecho para enfadarlo, o simplemente no le dio demasiada importancia al asunto, pero Mikey sí y mucha. Llámenlo exagerado, pero todos se sentirían igual en la misma situación. Imagínate que la persona en la que más confías te abandona de pronto en un lugar que no conoces, no lo recibirías con abrazos y besos precisamente. Al menos había encontrado a Pete y lo había ayudado a guiarse, a pesar de que el moreno estaba igual de perdido que él. A su vez, Gerard quedó desconcertado ante la respuesta retórica de su hermano, y aún más cuando este lo empujó al intentar colocar un brazo alrededor de sus hombros.

— Okay, ¿qué demonios te pasa? —bramó Gerard, sin entender el peculiar comportamiento de su hermano ni su trato frío hacia él.

— Deberías saberlo. Después de todo tú fuiste quien me dejó solo esta mañana en la escuela —escupió.

— ¿Qué? ¿De que estás hablando?

— Prometiste que te quedarías conmigo, que me ayudarías a encontrar mis clases. Pero no lo hiciste. En cambio, ¡te fuiste y no apareciste en todo el día! —Mikey se había detenido en medio de la calle, reclamándole a su hermano mayor la falta que había cometido tal como si fuera una diputa amorosa. No le importaba hacer un escándalo y que las personas viesen lo que ocurría, necesitaba dejarlo salir todo— Me asusté, Gerard —no quería llorar, era demasiado grande para hacerlo. Tenía doce años, sus días de llantos habían terminado, aunque era algo que no siempre podía controlar del todo.

— Mikey... Lo siento —Gerard sonaba como si alguien le hubiera clavado un puñal en el corazón, al ver las lágrimas arremolinarse en los ojos de su hermanito sintió que también lloraría. No había querido hacerlo sentir mal, solo pensó que estaría bien por su cuenta y que se arreglaría con el mapa que le habían dado, así que había decidido irse con sus amigos, sin siquiera detenerse a pensarlo demasiado. Había sido un tonto, ahora se daba cuenta, y se sentía fatal— No creí que te importara tanto. En serio... Perdóname.

— Eso ya se verá —Mikey contuvo las lágrimas, tratando de no sonar demasiado herido. Sus lentes se habían empañado y se vio obligado a quitárselos para limpiarlos. Luego se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso a casa, dejando a Gerard de pie en la acera, el cual lo veía marchar con angustia justificada. Esta vez sí que lo había arruinado.

Al llegar a casa, Mikey cerró la puerta principal de un portazo, provocando que su madre se guardase el usual saludo y le preguntase que le ocurría.

— ¡Gerard es un idiota, eso es lo que ocurre!

Comentó antes de correr escaleras arriba y encerrarse en la habitación que compartía con Gerard. Su madre le vio correr por las escaleras extrañada, preguntándose qué pudo haber ocurrido entre sus hijos para que se peleasen. Cuando su otro hijo llegó a casa poco después, Donna tampoco pudo sacarle nada. Este simplemente miró hacia arriba con desolación y luego se echó abatido en el sofá de la sala, sin responder a sus preguntas. Donna suspiró, a veces era imposible entender a los adolescentes.

Dear brother ↠ WaycestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora