Llegaron a punto de las cuatro a la estación central de aquel pequeño pueblo. Mavis, que no había parado de hablar en todo el camino, volvió a repartir indicaciones acerca del hospedaje, la comida, los gastos, los ratos libres y del regreso a casa.
Bryn, había estado todo el camino mordiéndose la punta de las uñas y dando rápidas miradas hacia Frank, que parecía no apartar la vista del camino, pero ella sabía que llevaba un buen rato viéndola, a menos de que estuviera espiando a ratos a Nicky,el cual, no paraba de dar mal las indicaciones para llegar al lugar, para su mala suerte, Mavis venía apenas un tramo adelante y Frank no se permitía perderla de vista ni un segundo.
Una vez que llegaron, y después de escuchar las indicaciones más importantes para el momento (que Dave se quedaría con Mavis, Frank con Nicky y Bryn con el equipaje de todos a la hora de dormir en las cabañas), los cuatro jóvenes entraron a la cabaña central, esperando el registro para poder dar rienda suelta con las cervezas y botanas, apenas durmieran a Mavis con esos sedantes que tomaba la mamá de Nicky cada que tenía un ataque de pánico.
-Dave, deja las cosas a cargo de Bryn, además, a ella le toca dormir con el equipaje. Nicky, sácate las piñas de árbol de los bolsillos, te ves ridículo.
-Tú, Mavis, no sabes apreciar el arte de las piñas...Es obvio que son piñas, lo cual las hace hermosas, y son de árbol, lo que las hace doblemente más hermosas; es obvio que no entiendes.
-Da lo mismo, te sigues viendo ridículo-Riñió Mavis guiñándole un ojo a Dave, que de un segundo a otro se giró horrorizada y corrió hacia Frank que, la aventó suavemente contra un perchero.
-¿Pretendes que yo lleve todo?-Se atrevió a hablar Bryn. Últimamente se callaba todo lo que pensaba de Mavis, hacía dos meses que Mavis la había reportado por una estupidez y por que no le había comprado un burrito en la cafetería.
-Lo siento, Cariño, ¿te pesan dos mochilas y una petaquita?
-Me parecería mejor que la dejes, Mav, si no quieres que te acuse con Argus de tus abusos hacia esta chica-La profunda voz de Frank atravesó la habitación con ensueño, Bryn sintió que las rodillas se le volvían gelatina y que un relámpago le recorría la espalda justo en ese instante. La voz de Frank era dura y suave al mismo tiempo, tersa y áspera, era como escuchar cantar rock clásico a un ángel en el mismísimo edén, decorado por luces de media noche, claro.
Mavis, como si las palabras de Frank hubiesen sido una fría y dura cachetada, reaccionó como sólo una persona verdaderamente indignada lo hace. Se movió rápido hacia Frank tratando de verse imponente, pero Frank, con la mandíbula apretada a causa del coraje y la rabia que le recorrían el cuerpo, no dijo nada, la miró directo a los ojos, y justamente cuando Mavis se propuso a gritarle, un viejo de alrededor de ochenta a noventa años, salió del pequeño despacho detrás de la recepción.
Era alto, con una nariz prominente y un bigote tupido por las canas, llevaba un viejo mono de trabajo y se sobaba la calva con cansancio. Apenas vio a los jóvenes y la instructora, esbozó una sonrisa con todos sus dientes-que eran cinco, en realidad-y se quitó la mano de la calva.
Se aproximó lentamente hacia los chicos, y aún con la sonrisa grabada en el rostro, se atrevió a hablar.
-Es un placer, Jovencitos, ¿en qué les puedo atender?-La voz del viejo tenía el matiz de hace un siglo, era calma, cansada y sin dejos de tener una personalidad definida. A Bryn, esto le causaba miedo.
En realidad no sabía por qué, pero desde que puso un pie en ese lugar, sintió la necesidad de regresar el pie a la camioneta y volver su camino a casa de su madre, donde disfrutaría de una cama caliente sin el temor de ser observado durante la noche. Para acabar de colmar la situación, Bryn, era la única que dormiría sola. Ni siquiera sabía qué tan bueno era eso.
-Buen día-Contestó Mavis, dando por terminada la discusión.-Le agradecería que revisara su lista y nos dieras nuestras habitaciones.
-Aquí no tenemos una lista, señorita-Dijo el hombre dando una vuelta a la mesilla de recibidor y sentándose del otro lado. Se dejó caer en el sillón, puso los codos sobre el escritorio y comenzó a mover los dedos, pegaba una yema contra otra y así sucesivamente.-Se registran en ese cuaderno-Señaló un cuadernillo forrado con piel sobre una esquina alejada del viejo escritorio-Y luego yo les entrego sus habitaciones.
El hombre forzó una sonrisilla que de no haberse curvado, se hubiera podido confundir con una fea mueca de una boca sin dientes.
Bryn volvió a sentir ese escalofrío en la espalda.
-¿Y espera que nos quedemos en una cabaña cualquiera?
-No en realidad, me quedan sólo dos cabañas.
-Espere, el lugar se ve desierto-Defendió Dave- ¿por qué sólo hay dos cabañas?
El hombre miró desdeñosamente a Dave y frunció los labios formando una línea muy delgada.
-No se ofenda, Señorita, pero yo no le pregunto por qué de entre todos los zapatos bonitos del mundo escogió los más horribles que he visto en mi vida.
Ni Frank ni Nicky- e incluso Bryn-pudieron evitar reírse ante en comentario del señor, y de un segundo a otro, Bryn sintió que no debía tenerle miedo.
Mientras tanto, Dave, no cabía en la indignación y Mavis estaba que echaba chispas, pero decidió dejarlo pasar e ir directo a las negociaciones por las cabañas.
Como Mavis había planeado, Dave se quedó con ella, Frank se quedó con Nicky y Bryn aguardaría con el equipaje en un cuartito bastante improvisado que no cambiarían puesto que no había más y por que era gratis, en realidad.
El viejo la llevó hasta ese lugar, de todas las cabañas, era la más cercana al bosque. Ese bosque tampoco dejaba de inquietarle a Bryn, pero como nada podía hacer, nada podía decir.
-Espero que disfrute su estancia, señorita, lo lamento mucho.-El viejo metió la llave en la cerradura, le dio vuelta y esperó a que tronara. La cerradura cedió y la puerta se abrió con un chirrido horrible digno de cualquier película de terror.
La rubia, estaba segura de que no le gustaría. Pero una vez dentro el cuarto pareció volverse más agradable. La cama se veía suave, tenía un pequeño baño e incluso tenía un pequeño lugar para dejar sus cosas.
-No se preocupe, señor...
-Royer, señorita, Royer...Estoy a su servicio.-Le dedicó una última sonrisa y se dio la vuelta.
A al menos quince pasos de distancia, y antes de que Bryn entrara a su madriguera, el hombre tiró un libro de pastas duras y se alejó más rápido, tanto como su vejez le dejó ir. Bryn trató de llamar su atención, le gritó, pero el hombre no volvió.
La chica fue por el libro, se arrodilló en el suelo y lo tomó. No tenía título, las pastas eran de cuero y una correa con hebilla dorada le impedían ver su contenido.
Bryn, casi pudo jurar que el hombre lo dejó a propósito, pero antes de poder prestar atención a ello, una figura apareció el otro lado del campo y se dirigió directamente hacia ella.
El escalofrío regresó.
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Boo, cielo, boo.
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Shh. Silencio, pueden escucharte.
TerrorNo dudes en seguir corriendo. No mires atrás, no te atrevas a mirar atrás. Ellos saben que estás asustado. Te persiguen, y no dejarán de hacerlo. Sal del bosque. Escóndete. No grites. No llores. Ellos se alimentan de todo eso. Muévete más rápido...