Capítulo 10

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Desde que pisé aquellas tierras, mis sueños tampoco fueron tranquilos, y cuanto más al norte viajé, peores fueron mis pesadillas. De alguna manera el inframundo se colaba en los sueños atrayendo lo peor de nuestras vidas. Desperté en una rica habitación donde abundaban los colores blancos y dorados. La puerta estaba cerrada por fuera. La golpeé, pero no hubo respuesta.

A través de una vidriera azulada que iluminaba mi cama, descubrí que mi habitación daba a un precipicio a cuyos pies se extendía un oscuro mar de árboles.

Devoré algo de carne y pan, que habían dejado en una mesa y, aburrido, me tumbé en la cama. Cuando desperté, era de noche. Habían repuesto la comida y encendido una vela. Tras insistir en la puerta atrancada, volví a dormir.

Al día siguiente, un nuevo plato de comida. Tras largo rato despierto, oí unos pasos fuera. Golpeé con ambas manos exigiendo que me sacasen de allí. Me detuve a escuchar... Alguien aporreó el otro lado de la puerta: golpes desordenados, descomunales, acompañados por sonidos guturales que me hicieron retroceder hasta la cama.

No pude conciliar el sueño. Durante ese largo día, nadie trajo comida. Pensé que si me tumbaba en la cama y fingía dormir, podría sorprender a mis captores, pero nada sucedió.

Tras anochecer, unos pasos se acercaron sigilosos. La puerta se abrió deslumbrándome un diminuto candil. Al acostumbrarme a la luz, reconocí al noble que nos acogió en su carro, traía otro plato de comida.

—¡Ah, estáis despierto, mi amigo! Espero que nuestras costumbres no os hayan sobresaltado.

—¿Quién sois? ¿Dónde está el príncipe?

—Así que es cierto. Ese joven es el famoso príncipe Ballder del Reino Verde.

—¿Qué le habéis hecho?

—¡Remediar sus daños! Por ello he descuidado mi hospitalidad para contigo. Las estocadas de tu amo eran profundas, pero sin duda el destino le ha sido favorable, otros hombres han muerto por heridas menores... Por cierto, permitid presentarme: soy el dueño y marqués de Édoli. Lamento que vuestra estancia en mi morada sea tan pobre, pero hemos tenido muchas bajas en la servidumbre. Y ahora si me disculpáis debo volver a velar por vuestros amigos. Si todo va bien, mañana podréis visitarlos.

—Me gustaría verlos ahora.

—Aún duermen. Yo tengo más prisa que tú en su curación, pero debemos dejarles descansar.

Hice un ademán de salir de la habitación, pero el marqués me sujetó y sentí flojear mis fuerzas.

—Debes descansar. Siento encerrarte de nuevo en tu alcoba, pero no tengo opción. Últimamente hemos sufrido ataques de criaturas monstruosas. Creedme, aquí estaréis a salvo.

Tras otra noche de pesadillas, agradecí los primeros rayos del sol. Pronto el marqués vino a buscarme. Le seguí por el destartalado palacio de aspecto abandonado y oscuro, sin encontrarnos más compañía que algunos cuervos que disfrutaban de los altos cipreses que adornaban el claustro interior. Bajamos unas escaleras de piedra, pasamos largos pasillos y desembocamos en una estancia repleta de catres vacíos, donde dormían Ballder y Tritón.

—Pronto despertarán —afirmó señalando una silla—. Puedes esperar aquí. No dudes en llamarme cuando su estado mejore.

Estuve sentado varias horas observando a mis amigos. El príncipe gesticulaba, dando la impresión de soñar con sus antiguos problemas en la corte. Sobresaltado, abrió los ojos.

—¿Dónde estamos?

—En Édoli.

—¡Édoli! Recuerdo un carruaje.

El Destierro de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora