Capítulo 5

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Amanecía cuando la serpenteante columna humana, ataviada con el jubón rojo del cardenal Rimioni, llegó al castillo de Erven. Los guardianes dudaron en abrir el portón, pero Hollder en persona les disuadió cobijado entre un puñado de sus soldados:

—Ninguna tropa extranjera puede entrar sin autorización directa del rey.

—Mi padre agoniza en su lecho de muerte y como alférez general asumo el mando de la ciudad, y os ordeno que abráis paso a nuestros aliados.

Inseguros, liberaron de una pequeña noria la cadena que sostenía el portón. Las tropas encabezadas por el mismo cardenal Rimioni franquearon el foso cubriendo de rojo las calles principales. Contemplamos asombrados el gentío que, poco a poco, tomó la ciudad ganando en número a los soldados verdes de Erven. El cardenal detuvo su caballo ante Hollder, que había salido a su encuentro. Tras desmontar le puso la mano en el hombro.

—Has hecho bien.

—Gracias, eminencia.

—Pronto serás investido rey, y con mi ayuda serás el soberano más poderoso que jamás ha pisado estas tierras. ¿Tu hermano sigue guerreando en el sur?

—Según mis informadores se encuentra moribundo en el castillo de Vennerbuk, tras perder el Libro del Averno. Ahora que los bárbaros lo han recuperado dejarán de atacar.

—Dios está de nuestro lado: ha apartado a tu hermano del poder y respecto al libro, no os debéis preocupar, dejad que se lleven esa reliquia pagana. Llegará el día en que les demos su merecido a los bárbaros, acabando con todas sus herejías. ¿Dónde está la reina Thillda?

—Velando al rey.

—Me ocuparé de ella, debemos aislarla de la cúpula del poder. Tú te ocuparás de dar con prontitud pleno poder al Tribunal de la Salvaguarda. —Al ver la duda relejada en la cara del joven príncipe, el cardenal añadió—: Cómo sucede en el resto de ciudades civilizadas. No olvides lo que debes decir, debemos crear suficiente confusión como para que nadie tenga un motivo claro de insurrección.

Hollder sabía que debía actuar con celeridad. Convocó con urgencia a jefes del ejército y nobles para anunciar:

—Mi padre está al borde de la muerte, aún es pronto para hablar con seguridad, pero todos los testimonios apuntan a una conspiración en la que la reina estaría involucrada. —Tras esperar a que los gestos de asombro se apaciguaran entre los presentes continuó—: A mí también me costó creerlo, pero ahora que estoy seguro, no tengo más remedio que afrontarlo. En estos momentos la ciudad está bajo mi cargo, así que, escuchadme: queda erigido el Tribunal de la Salvaguarda de la Santa Fe como máximo poder por encima de todo rango o nobleza hasta que se esclarezca la situación. Sólo la pureza de alma llevará a buen puerto esta lobreguez.

Hollder guardó silencio, saboreando la amarga mentira que acababa de divulgar. Pensó que su boca nunca había pronunciado una calumnia tan ruin, pero que todo sería perdonado cuando la paz y el orden se restablecieran bajo su mando, incluso por su padre.

Siguió al cardenal hasta la gran torre que albergaba los aposentos reales, su entrada ya estaba cercada por soldados rojos. El curandero y catador del monarca estaba retenido en el jardín junto a las damas de confianza de la reina.

—¡Exijo ver a su majestad! —gritaba el curandero sin que surtiese ningún efecto.

Hollder, zafándose de la muchedumbre, llegó hasta la puerta de la torreta, donde los soldados de la guardia real se negaban a ser relevados por las tropas de Rimioni. Repitiendo sus mentiras, intentó evitar el enfrentamiento, pero los vigías desenvainaron sus espadas.

El Destierro de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora