Capítulo 1: ¿Quién es el desconocido?
Desperté bañado en sudor, algo que se venía repitiendo desde hacía dos meses y medio, desde aquella noche… el sueño siempre era el mismo, su cuerpo pegado al mío, sus manos deslizándose sobre mi piel, sus labios devorándome. Seguía soñando con el hombre que me había dejado una nota de agradecimiento después de haberme llevado directamente al cielo. Una nota en la que solo ponía “ha sido un verdadero placer conocerte preciosa. Siempre recordaré esta noche, gracias” así sin más, sin nombres, sin números, sin correos, nada para localizarlo.
Esos dos últimos meses había visitado aquella playa con la esperanza de encontrarlo pero ninguna noche apareció, estaba llegando a pensar que todo aquello había sido un sueño, una fantasía. Si no hubiera guardado la nota en el cajón de mi mesa de noche hubiera terminado creyendo que nada fue real.
Necesitaba ocupar mi mente en algo, olvidar a aquel hombre y dado que mí último año en la universidad empezaría en tres días me era bastante fácil ocupar mis pensamientos. Pero cuando volvía cada noche a la cama unos ojos azules hacían que mi cuerpo entero temblara.
El despertador sonó sacándome de un sueño profundo, esa noche me había vuelto a despertar en mitad de la madrugada. Salí de la cama maldiciendo por lo bajo y me preparé para el que sería (si todo salía bien) mi último año de universidad. Por fin tenía tiempo para escribir que era lo único que quería, presentaría alguna de mis novelas a las editoriales y si había suerte cumpliría mi sueño, me convertiría en una escritora, la gente leería mis historias.
Con un café en la mano en la mano y la otra cargada de libros corrí por el campus. Después de varios minutos encontré la clase que buscaba, latín, empezábamos mal el día. El señor Pitcon se presentó como nuevo profesor encargado de enseñar la lengua muerta. Durante lo que me pareció una eternidad tomé nota de lo más importante hasta que por fin la clase se dio por finalizada mientras Pitcon decía.
–Recordad “Mors ultima línea rerum est .“
“La muerte es el último límite” fue una de las primeras frases que aprendí en latín y desde entonces la llevaba tatuada a lo largo de mi espalda. Para mí no había límite, el único que podría frenarme para no conseguir mis sueños era la muerte, por mucho que me costara pensaba insistir e insistir. Y por mucho que mis padres quisieran otro futuro para mi, yo conseguiría ser escritora. Ellos nunca estuvieron de acuerdo en que estudiara literatura, mi padre quería que fuera abogada como él, y mi madre tenía la misma idea. La noche que acudí a aquella playa, donde conocí a Mister ojos azules estaba abatida, mis padres me habían dado un ultimátum, si seguía adelante con la carrera de literatura y con mi sueño de ser escritora no me apoyarían de ninguna de las maneras, lo que significaba que la ayuda económica que me habían dado, se terminaría. Pero no por ello desistí, al contrario, me arme de valor y empecé a trabajar en una pequeña cafetería, pedí una beca y gracias a mis buenas notas me la aceptaron. Sin el apoyo de mis padres, sin el apoyo del mundo entero… yo seguiría luchando por mis sueños.
–Vicky – La voz de mi mejor amiga se sonó detrás de mí.
–Mel. –dije mientras corría a abrazarla.
Mel y yo éramos buenas amigas desde pequeñas, nunca nos habíamos separado desde el día en el que nos conocimos. Aquella pequeña morena de ojos verdes era como la hermana que nunca tuve.
– ¿Dónde te habías metido? –me reprendió poniendo los brazos en jarra.
Mientras caminábamos hacía nuestra próxima clase le expliqué que se me había hecho tarde, ya que se me habían pegado la sabanas. Mel como de costumbre empezó a contarme sus vacaciones con su prometido en Brasil. Jason y ella llevaban cuatro meses comprometidos, me habían pedido que fuera la madrina de su boda, lo cual me encantó.
ESTÁS LEYENDO
El desconocido.
General FictionVicky buscaba olvidar en aquella noche, con lo que no contaba es que apareciera el hombre que turbaría sus sueños. En la habitación del hotel más cercano se desató una pasión que terminaría a la mañana siguiente, cuando al despertar halla una triste...