Capítulo 2: Volver a caer.
Con paso acelerado y las pulsaciones a mil, corrí hacía el baño más cercano. Me miré en el espejo, la imagen que me devolvió no me desagradaba. El pelo rubio me caía hasta los pechos totalmente liso, el rostro ligeramente sonrojado, los ojos color miel con largas pestañas gracias al ritmel, la nariz fina, los labios de un tono rosáceo todavía entreabiertos por la falta de respiración. La camisa negra de escote redondo y mangas cortas que llevaba se adhería a mi cuerpo mostrando cada curva a la perfección, lo más que me agradaba de aquella prenda era la forma en la que me hacía lucir los pechos, era recatada pero a la vez dejaba ver un escote bastante pronunciado. Aunque mi parte favorita del atuendo eran mis pantalones vaqueros con pequeñas roturas en las rodillas, dándome un punto macarra. Y como no mi converses negras, las cuales ya estaban un tanto estropeadas, pero aún así no podía despegarme de ellas. Físicamente me agradaba, mentalmente me detestaba. Mis pensamientos eran una locura, algunos me decían que había hecho bien en plantarle cara a Ryan, otros me aseguraban que me arrepentiría de no haber unido mis labios a los suyos, de no haberle confesado que también había soñado noche tras noche con su cuerpo, sus labios, con sus caricias, con aquellos ojos azules que me había hipnotizado.
Abrí el grifo del lavabo, llene mis manos de agua y me refresqué la cara y la nuca. Cuando me creí lista, salí del baño y me encaminé hacía el bar. No tenía fuerzas para ir a una clase. Me pedí una botella de agua y le envíe un mensaje a Mel.
“Me voy a casa, me duele la cabeza. Hablamos luego”
Pensé que estar sola en mi casa me ayudaría, pero fue todo lo contrario. Mis pensamientos se arremolinaron aun más, así que me puse mi ropa de deporte y empecé a correr. En mi Ipod sonaba Sail de Awolnation, cuando me di cuenta que estaba corriendo por delante del hotel donde mi nuevo profesor me había llevado al paraíso.
Me quedé mirando, recordando cada momento de aquella noche, era como si pudiera sentir cada toque, cada beso ¿Cómo se suponía que debía aguantar tanto tiempo viéndolo, y sin poder tocarlo, sin poder besarlo? Me iba a terminar volviendo loca.
Necesitaba despejar la mente, así que llegué a casa, me preparé un baño con sales y velas y subí a todo volumen a Muse con su versión de Feeling Good, no sabía lo que tenía aquella canción, pero cada vez que la escuchaba una electricidad recorría mi cuerpo haciendo que terminara bailando.
Cuando el agua se enfrió y mis dedos eran sinónimos de pasas, salí de la bañera. Todavía era temprano así que me decanté por vestirme con un vestido ligero y pasear a Pelusa, el único gran amor de mi vida. Aquel perro llevaba conmigo desde hacía diez años.
Paseamos durante dos horas, el pobre animal ya tenía la lengua por fuera, así que lo cogí en brazos.
–¿Estas cansadito gordito? –le decía al animal, que movía la cola con entusiasmo. –¿Quién es el perrito más bonito del mundo? ¡Ay mi Pelu!.
–Un perro con suerte– dijo una voz masculina, consiguiendo que me frenara en seco.
Levanté la mirada, y ahí estaba, delante de mi, increíblemente guapo, Ryan Applewhite.
–¿Qué coño haces aquí? – pregunté de mala manera
Sentía como mis ojos se habían abierto de par en par por la sorpresa. ¡RYAN APPLEWHITE POR FUERA DE MI CASA! Tenía que ser un sueño.
Él se acercó a mi y acarició a Pelusa en la cabeza quien gustoso recibía las caricias. “Traidor, deberías morderle o al menos gruñirle” pensé, pero sabía a ciencia cierta que eso no pasaría, mi perro era la definición de cariñoso y cobarde, más clara.
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El desconocido.
General FictionVicky buscaba olvidar en aquella noche, con lo que no contaba es que apareciera el hombre que turbaría sus sueños. En la habitación del hotel más cercano se desató una pasión que terminaría a la mañana siguiente, cuando al despertar halla una triste...