El mensaje en una botella (Reto extra de abril)

31 4 0
                                    

*Esta historia quedo en Tercer Lugar en el reto extra de abril*

Estoy desesperado. Solo y desesperado, pero peor que eso, estoy perdiendo la cordura. Esto lo escribo quizás en mi último momento de sensatez. Lo escribo porque lo necesito. Necesito que alguien lea mi historia, alguien que sepa lo que yo sufrí. Pero no quiero alargar esto demasiado, pronto perderé otra vez el juicio, y esta vez quizás no lo recupere.

Comencemos desde el principio.

Era Abril, bien lo recuerdo. Me encontraba trabajando en mi oficina, tranquilamente realizaba algunos informes. Mientras lo hacía, no dejaba de pensar en mi amada: Rachel Gómez. ¡Ah, cuanto la quería! Solo pensar en ella me crispaba, me sonrojaba. Si eso no es amor, nada lo es. Pero mi corazón sufrió el primer vuelco: Recibí una llamada.

Era la jefa de mi amada. Ella había muerto, de paro cardiaco. Casi me da uno al oír eso. Allí fue cuando todo empezó, de forma indirecta. Llore en la velada, llore en su funeral, y aún sigo llorando por eso. Creo que jamás lo superare.

No ahondare demasiado en ella. No quiero colapsar emocionalmente. Sé que son mis últimos momentos, y no quiero vivirlos así.

Después de este suceso, decidí tomarme unas vacaciones. Relajarme y reflexionar sobre la vida. Mi vida. Por eso elegí, vaya mala decisión, pasar mis vacaciones en un crucero. Y así comenzó mi pesadilla.

En el crucero conocí a Eddie Kaspar, con quien entable una rápida, y creo que sincera amistad. Congeniábamos perfectamente. Compartíamos casi los mismos gustos. Le conté lo de mi amada, y él lo entendió perfectamente, y me regalo palabras de ánimo. Así pasaron los primeros tres días de crucero. En la noche del cuarto, comenzó lo horrible.

Estaba dormido, y de pronto sentí una fuerte sacudida. Me desperté, y observe a mí alrededor. Nada. Volví a dormir. Una nueva sacudida, está más fuerte. Me levante, pero no sentí otra. Me disponía a volverme a acostar cuando una nueva sacudida, seguida de otra, y de otra, cada una más intensa.

Oí a gente gritar, y entre los gritos, escuche a alguien decir:

- ¡El barco se hunde!

Me desespere. No. No. No puede ser. Intente salir corriendo de allí, pero ocurrió una nueva sacudida, la cual me hizo perder el equilibrio y chocar con un estante. Sentí como varias colonias y joyas daban con mi cabeza, ocasionándome una fuerte jaqueca. En eso, perdí la conciencia...

Desperté en un barco salvavidas pequeño. En medio del gigantesco océano, me encontraba en un barco pequeño. Solo. Y no había rastros del crucero, ni de personas. Estaba confundido. Comencé a pensar en qué diablos había pasado, pero no tenía explicación lógica para eso. Aun así tenía problemas mayores. Hacia un frio tremendo, en el barco no había nada, salvo un pedazo de papel y un lapicero (Con los que estoy escribiendo esta historia), una botella de agua y una lámpara. Nada más.

Ni un mapa, ni comida, nada de eso. Comprendí, entonces, mi destino. Moriría, sí, pero sobreviví más de lo esperado.

Después de un día de navegar a la deriva, llegue a tierra firme. Mi emoción se desvaneció al notar que era una isla desierta, en todo el sentido de la palabra. Lo único que había era una palmera, con unos cuantos cocos. Y arena, mucha arena. Mis esperanzas de pedir ayuda eran nulas. No sabía ni siquiera en donde estaba. Me dispuse a dormir allí.

Pero, entonces, alguien arribo a la isla. Eddie. No se imaginan la emoción que sentí al ver a Eddie llegar. Tenía compañía, y quizás esperanzas de sobrevivir.

Hablamos un rato, y resulta que el me salvo en el crucero. Mientras yo estaba desmayado, me llevo a un barco salvavidas, ignorando lo que hacían los demás. Pero, por un mal movimiento, mi barco se puso en marcha, y llevado por la corriente, se alejó conmigo de pasajero único. Eddie se metió en otro barco, y con suerte fuimos arrastrados por la misma corriente. El crucero pidió ayuda, pero igual que la Titánica, no había nadie cerca para socorrernos, y las autoridades no estaban capacitados para eso.

- Simplemente no sabían que hacer- Me dijo Eddie. Le pregunte que había en su embarcación.

- Una señal de esas que tiran fuego al ser encendidas- No se acordaba del nombre, y sinceramente yo tampoco- Un encendedor, y una navaja.

Ahora podíamos pedir auxilio. Concordamos en que esperaríamos a que un avión pasara, o un helicóptero, u otro barco, y encenderíamos la señal. Mientras eso pasaba, intentaríamos sobreviré cuanto pudiésemos.

Primer día, nada. Segundo día, nada. Tercer día, nada. Cuarto día, nada. Quinto día, nada...

Vigésimo tercer día, nada. Ya estábamos muriendo de hambre. Los cocos se habían acabado, y la palmera parecía no poder dar más. La botella estaba seca en su totalidad, vivíamos de agua salada. Pescábamos peces con las manos, pero esta técnica era ineficiente. Atrapábamos uno por dos días, a veces por tres. Y en cuanto al avión, o helicóptero, o barco, aun manteníamos la esperanza...

Era el día 70, y aun seguíamos varados en la isla. Apenas unos tres cocos habían crecido, pero ya no más. Las esperanzas ya estaban en el suelo. Hasta ese momento habías aguantado bien, soportado las adversidades. Pero mi vida cambiaria definitivamente un mes después.

Era el día 101, y el pescado estaba escaseando. No habíamos atrapado uno desde hace una semana. La palmera la habíamos cortado para hacer fuego, el invierno se acercaba, y las noches eran heladísimas. Pero ese día algo cambio en Eddie. Él se había mantenido sereno y calmado en todo ese tiempo. Algo cambio en el. A mediodía, nada más se levantó, saco la navaja, y dijo:

- Adiós amigo.

- ¿Que vas a hacer?- pregunte desconcertado.

- No soporto esto. ¡No lo soporto! Así que hare algo que debí hacer hace mucho tiempo- Y diciendo esto se suicidó, con un corte en la cara, y uno en el estómago.

Desde ese día me sentí vacío, solo. Deje de contar los días, el tiempo murió para mí. Estos días he pensado en la vida. Meditando todo lo que he hecho. Pero sobre todo, pienso en Rachel. Rachel. Rachel...

A veces, imagino que ella esta aquí, viéndome y abrazándome. Y entonces el frio desaparece, siento calor en todo mi cuerpo. Alucino con verla aquí, alucino con barcos, helicópteros, aviones. Alucino con Eddie. Alucino, alucino, alucino. De eso trata mi vida. Y por eso estoy perdiendo la cordura, el juicio.

Estoy comenzando a perderla otra vez. Al menos me alcanzo para escribir un breve resumen de mi aventura. La guardare en la botella, y la arrojare al mar. ¡Si, eso hare! Con suerte alguien la encontrara. Suerte. Suerte. Suerte. ¡Oh, maldita suerte!

Me empiezo a desvanecer, estoy a punto de morir. Bien lo sé. En cualquier momento, o ahora mismo, ella vendrá. Vendrá y yo la veré, volando en lo alto del cielo. Vendrá, y me dirá con su voz melodiosa:

- Ven conmigo

Y no podre rechazar esa oferta. Sinceramente no puedo...

Lamento no haber profundizado tanto en este relato, pero no soy Stephen King para hacerlo. Solo soy un náufrago sin cabeza, y sin amada.

Ya vino. Ya está aquí. Siento como me arrastro hacia ella. Me siento feliz, contento. Es hora de ir con ella. Estoy mojado. Cada vez más mojado. Hay agua en mis pulmones. Pero al menos, estoy con ella. Con ella. Con ella...

Mensaje encontrado en una botella en El Océano Pacifico. 24 de noviembre de 2016


RETOS CyEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora