Prólogo: El secuestro del ave

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Luces de colores, jolgorio y notas musicales cubren las calles de París mientras Elizabeth y yo nos acercamos a la Opera de París. Hoy van a hacer un espectáculo especial y Elizabeth tenía mucha ilusión por verlo así que acepté venir, aunque estas cosas suelen aburrirme bastante. La miro de reojo intentando que no note que la observo; lleva un vestido rojo oscuro que se le enreda en los brazos. Su cabello castaño está recogido en un moño y el flequillo le cae a un lado despreocupadamente. Simplemente hermosa. Me arreglo la corbata; después de la función pienso confesarle mis sentimientos y no huir como en otras ocasiones.

El teatro por dentro es uno de los edificios más lujosos y preciosos que he visto en mi vida. La riqueza, el esplendor y la amplitud abunda, aunque no llama mi atención. Preferiría una botella de Jack Daniels. Cualquier persona de clase media como yo se impresionaría pero a mí no me llaman la atención todas estas tonterías de la alta sociedad.

Durante la función, puedo ver como Elizabeth se emociona en varias ocasiones y como llama mi atención para que observe cosas tontas que, gracias a ella, se convierten en interesantes. Siempre sabe como sacarme un sonrisa.

En mitad de un baile de can can, las luces se apagan y todos nos quedamos en completa oscuridad. La gente comienza a murmurar y yo me pongo en tensión; siendo quién soy puedo intuir que esto no va bien.

-¡SILENCIO!- alguien grita desde el escenario.

Un foco se enciende e ilumina a un hombre de estatura media, esmoquin elegante, cabello blanco y mirada de serpiente.

-Perdone la interrupción, querido público. Solo necesito recoger una pertenencia del recinto. No llevará mucho tiempo- y hace un gesto con la mano.

Antes de que pueda llevarme a Elizabeth de aquí, noto como algo frío y duro me agarra de la cintura... y me levanta del suelo. Estoy atrapado en una mano enorme de metal unida a lo que parece ser un hombre de metal gigante. Y Elizabeth está atrapada en la otra mano.

-¡Suéltanos, cabrón!

Me retuerzo pero es en vano. La mano me agarra con más fuerza y noto como me falta el aire. Elizabeth grita, llora y se retuerce; no puedo verla así. En la muñeca del hombre de metal veo un cable dorado del que tiro y parto, y que hace que la mano afloje la presión; es ahí cuando consigo escapar y caigo en los asientos. Ahora que estoy delante del hombre de metal puedo ver que en medio del pecho tiene un corazón protegido por un cristal. Tal vez si pudiese atravesarlo con algo... La gente ha comenzado a correr y gritar y me cuesta observar alrededor pero logro distinguir en una cortina de terciopelo una larga y dorada barra puntiaguda.

Justo cuando me levanto, un destello morado aparece en mitad del techo del teatro y observo como una fina línea blanca se va abriendo y va borrando por donde pasa hasta que un paisaje totalmente distinto al de antes aparece.

¡¿Qué coño está pasando?!

No perdiendo más tiempo, me levanto y voy a por la barra. Necesito varios tirones hasta que consigo arrancarla de la pared y para cuando lo hago, ya es demasiado tarde.

Sobre nosotros ha aparecido un balcón repletos de rosas y sobre el, una mujer extendiendo los brazos hacia nosotros. Hacia Elizabeth. El hombre de metal lanza a Elizabeth hacia la mujer y yo, en un intento vano de salvarla, atravieso su corazón con la barra metálica.

La siguiente escena la veo a cámara lenta y muy detallada: Elizabeth volando hacia la mujer, llorando, llamándome y extendiendo sus brazos hacia mí. Puedo observar como su moño se suelta y su pelo cae onduladamente sobre sus hombros. Puedo ver como su vestido de terciopelo se mueve como ondas por el aire. Atrás, la mujer ríe malvademente.

Yo también extiendo mi brazo hacia ella y grito:

-¡Elizabeth! Voy a ir a por ti, ¿me oyes? ¡Todo irá bien!

Es entonces cuando la mujer atrapa a Elizabeth por la cintura y la escena desaparece dejando a la vista de nuevo el techo del teatro. Noto como una parte de mí muere al cerrarse esa luz.

-Eli... Eli...- se me quiebra la voz y noto humedad en los ojos producido por la tristeza y la furia.

Había olvidado la presencia del hombre de metal, que me vuelve a agarrar y me lanza contra la pared. Mi cuerpo parece dejar de respirar al golpearme y caigo al suelo hiriéndome el pecho. Noto como voy perdiendo la conciencia y mi vista se nubla hasta quedar en oscuridad. Lo último que escucho son unos pasos acercándose apresuradamente hacia mí.  

Desgarros en el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora