Capítulo 5: La Gran ciudad del Ocaso

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La gran Ciudad del Ocaso:

El viaje había durado cinco días. La caravana de carros avanzaba lentamente hacia el oeste y por fin se divisaban las torres en el horizonte. Ningún acontecimiento importante había perturbado el éxodo de los habitantes de Hurben hacia la capital.

Drak estaba sentado en la parte trasera de la carreta con los pies colgando sobre el camino. Su madre se encontraba sentada junto a su marido y éste guiaba a los dos caballos que tiraban del carruaje. Detrás de ellos cabalgaba el anciano vestido de blanco sobre un caballo del padre de Drak.

Durante estos días Drak y el dragón transformado en humano habían podido hablar largamente sobre temas de la antigüedad que tanto interesaban al muchacho. Sobre la guerra del cambio y la guerra contra Armenot.

-Kalgan…- pues así se hacía llamar el anciano.- Si los dragones fuisteis obligados a abandonar estas tierras, ¿por qué estás tú aquí y también los tres dragones que vi?

El viejo antes de responder hizo un gesto de preocupación y dijo:

-Desde hace unos años las fuerzas que impedían el paso sobre las montañas inexpugnables están menguando. Aparecen brechas en el escudo mágico cada vez más grandes. Por allí entré yo hace un año y me puse al servicio de tu rey. Por eso me han enviado para defender el mundo de los hombres. En principio íbamos a venir varios de nosotros pero la guerra se está recrudeciendo en mi reino y cada vez quedamos menos…  Pocas personas de tu reino conocen mi naturaleza; solamente el rey y sus allegados. Cuando descubrí mi forma de dragón al rey ofreciendo mis servicios me nombró defensor de Ridebor. Cuando tu amigo Virrel apareció pidiendo auxilio él mismo me envió en vuestra ayuda.

Al oír el nombre de Virrel, Drak se levantó y fue a la parte delantera del carro y contempló la inmensa ciudad. Dominando su silueta tenía dos altas torres de base redonda de más de cien metros de altura. Entre ellas había otra torre más baja pero mucho más ancha y sobre ésta una gran bandera azul con una estrella plateada. Rodeando la ciudadela había una muralla de veinte metros de altura con multiples torres de defensa. Tanto las torres como la muralla estaban hechas con piedra blanca ennegrecida por los siglos. A los lados se alzaban dos cordilleras y detrás el océano.

Cuando ya estaban a unos cientos de metros de las puertas vieron que entraban y salían decenas de carros llevando mercancías escoltados por lo que parecían soldados por los reflejos de las armaduras a lo lejos se veía una polvareda sin duda formada por un grupo de caballos que se acercaban hacia ellos. Llegaron en un minuto, eran más soldados de la ciudadela. Llevaban una armadura plateada muy brillante con adornos dorados y en su mano una lanza de caballería. Como su carreta encabezaba el convoy el soldado que parecía ser el oficial al mando se dirigió a su padre.

-Supongo que sois los habitantes de Hurben. Me alegro que todos hayáis llegado sanos y salvos.

-Perdimos cientos de jóvenes en la batalla así que no todos hemos llegado sanos y salvos- contestó sabiamente el veterano cuidador de caballos.

-Lo siento mucho. Debería haber medido mis palabras. Síganme.

Tras atravesar las murallas Drak se sorprendió con la cantidad de gente que había en la calle. Cientos de personas andaban de un lado a otro. Unos vendían fruta, otros trasportaban érafos. Muchos simplemente paseaban por las abarrotadas calles entre edificios magníficos con una artesanía desconocida en Hurben. Había mucha gente que vestía elegantemente con túnicas de muchos colores y diademas sobre sus cabezas. Se notaba que la ciudad había prosperado a pesar de las guerras de la antigüedad.

Llegaron a la gran torre central. Ésta tenía alrededor cuadras, barracones de soldados, herrerías, campos de doma y de tiro con arco. Docenas de soldados marchaban de un lado a otro con oficiosidad.

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