Capítulo 4: El sueño de un Señor Oscuro

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El sueño de un señor oscuro:

Una intranquila penumbra reinaba en la gran estancia de piedra. Era una sala circular sin columnas, con runas talladas en las paredes y en el suelo. Una gran abertura en el techo dejaba ver el cielo repleto de nubes negras. Un relámpago iluminó la habitación permitiendo ver el único mueble que la decoraba. Era un trono de madera roja adornado con espinas, su superficie era escamosa como la piel de un reptil. Había sido tallado minuciosamente años atrás por un artesano. En él estaba sentada una persona vestida con una túnica roja con las manos entrelazadas en actitud reflexiva. Su cabello era negro como las nubes que relampagueaban en lo alto de la estancia abovedada y su piel tenía un tono rojizo.

De pronto se abrió una pequeña puerta situada a un lado de la habitación y de ella salió un desgarbado ser llevando una bandeja con una copa. Se acercó a trompicones al trono y levantó la bandeja.

-Aquí tiene su licor mi señor Delarus.

El llamado Delarus levantó la mano, cogió la copa, dio un trago y suspiró complacido. El grotesco sirviente se quedó mirando a su señor con una mirada bobalicona. En ese momento recibió un manotazo que le mandó varios metros atrás.

-Desaparece de mi vista- ordenó el señor a su camarero y éste salió corriendo por donde había entrado.

Pasaron los minutos y el soberano seguía en la misma posición reflexionando. De repente una gigantesca sombra entró por la abertura del techo y se desplomó con un gran estruendo a escasos metros del trono. El impasible señor ni se inmutó. La sombra era un inmenso dragón negro que jadeaba debido a las múltiples heridas que presentaba.

-Lingar, no me digas que te encuentras en ese estado debido a tu ataque al reino humano.

-Es que no estaban solos- dijo el maltrecho animal entre jadeos. Un dragón blanco muy poderoso me derrotó...

Delarus se estremeció pero ninguna expresión de sorpresa o miedo cruzó su rostro. Seguidamente se levantó y se acercó a escasos dos metros del leviatán. Un relámpago iluminó su faz con lo que se contempló su rasgo característico. En cualquier situación mantenía una maliciosa media sonrisa.

-¿Te parece correcto venir ante tu amo con excusas? Tu misión era establecer una base avanzada en la mísera ciudad que llaman Hurben. Y apareces ante mí con las manos vacías y con un aspecto lamentable. Fuera de aquí, no mereces ser mi protegido, tu ineptitud se ha hecho patente. Desaparece de mi reino y no vuelvas.

El reptil negro sintió que todo su odio afloraba en él y se levantó amenazadoramente dispuesto a atacar al señor que le había repudiado. Éste continuó con su maquiavélica sonrisa y no dio ni un paso atrás cuando otra enorme criatura cayó del techo por la abertura de la bóveda y se situó sobre el orgulloso Delarus haciendo que tiemble toda la estancia. Era Wistlex una monstruosa hembra de dragón rojo que superaba ampliamente en tamaño al dragón negro. Ésta era el dragón preferido del soberano y su montura personal. El dragón rojo era la máxima expresión de un dragón del mal. De proporciones perfectas, con un tamaño superior a todos los demás dragones de la oscuridad y con un aliento ígneo que dejaba en ridículo al de los otros dragones. Éste fundía piedra y acero con gran facilidad. Además Wistlex era tremendamente cruel y traicionera, rasgo que atrajo especialmente a su señor.

-¡Ya has oído a tu señor! Sal de aquí y no vuelvas o acabaré contigo en un instante- rugió el dragón carmesí.

Con miedo en sus ojos amarillos Lingar dio un salto y se encaramó a la pared abovedada trepando por ella como una lagartija de veinte toneladas y despareciendo por la abertura.

-No creo que vuelva.- dijo Delarus a su magnífico animal acariciandole el mentón- Puedes descansar aquí si quieres.

Después se sentó en el trono y continuó con su actitud reflexiva mientras Wistlex dormitaba en el centro de la sala.

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