Él me gusta. Si, me gusta al nivel de querer gritarlo y que por error me escuche.
Me gusta desde hace tanto que no se como es que antes no ví en sus ojos esa fiereza que me hace temblar tan fuertemente que debo sacar el miedo a gritos, con sarcasmo y no de la manera más agradable para quien está enamorada.
¿enamorada?
Si, definitivamente. Las horas bien invertidas en pincelar en la memoria sus rasgos son las suficientes para entrar a un camino sin retorno que me está dejando poco a poco sin pesadillas, con los más dulces sueños teniendo como acto de apertura una sonrisa que lleva su nombre.
Me gusta cuando está distraído, y puedo verle con una mirada que se que le incomoda. Tiene un perfil cincelado en las letras de los versos fugaces.
Me gustan sus manos, fue lo primero que me robó el aliento y de a uno me presentó sus compañeros miembros:
Su mandíbula; que es el único lugar al que puedo atacar en nombre de Cupido.
Sus labios, que me invitan a saltar en picado al paraíso.
Sus ojos, que como telón negro exasperan a mi corazón al abrir y cerrar la obra de su vida.
Quisiera poder dormir en el hueco de su cuello.
Sus palabras y el control que tiene sobre mis manos de cazadora con taquicardia.
Me gustan los pequeños momentos en que recuerdo el amor, cuando vuelvo a sentir mi ritmo cardíaco en una secuencia que acompaña la muerte.
Como efecto secundario o como causa de su existencia, me gusta como se siente. Como me siento.
Lo poco que puedo disimular, o tal vez la experiencia que estoy adquiriendo en guardarmelo.
Lo bien que me hace sentir un toque suyo el resto de la semana, hasta que llega uno mejor y toma el lugar como momento predilecto.
Pero sobre todo me gusta como me hace vivir, y eso resulta egoísta, pues si le amara podría no esperar algo a cambio del sueño en la madrugada, mi cordura y paciencia.
Tiene un acervo poético de cualidades. Que por su ramificada ignorancia los demás no pueden ver, pero no importa si así el deleite es secreto, sin ser nombrada más allá de lo que insistimos en negar.
Quiero todo el día que permanezcamos abrazados a nuestra manera; entre juegos, malos nombres y besos en las mejillas, un poco más al abismo a veces.
Muero lentamente por dentro gracias a la sucia necesidad de un beso que implique más que el mero roce furtivo.
Quiero enlazar mi cintura en tus brazos como tan bien se sienten cuando me tomas de sorpresa, pero ahora sin necesidad de pretender algo.
Quiero saber como serás a solas conmigo, en la totalidad de los sentidos y la ceguera de los impacientes.
Si por mi nulo anonimato lees esto, como fruto de tu insomnio solo quiero que sepas que esto no es amor a ti, es un escape a otros sentidos masoquistas que son ignorados gracias al tierno encuentro con el amor.
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Diario de mi juventud
Подростковая литератураPor todas aquellas flores de nuestro jardín