Hay infinidad de cosas malas y terribles en las vidas de todos los presentes en este mundo. Cosas que sin importar distinciones pasan, a veces sólo un momento, a veces se quedan mucho más que ese instante.
Aquello que nos acompaña por más tiempo del necesario de a poco se convierte en lo único que podemos creer de los sentimientos que ahora están perturbados.
Sentimientos que en la tranquilidad tienen un ataque de bipolaridad y, en el día soleado, en medio de una risa, o en contemplando un cielo blanco nos hacen vivir lo peor, recordarlo y definirlo.
Como sentirse abandonado, que fue lo peor que sentí cuando me di cuenta de que esa persona ya no estaría comentando para elegir un lugar en que probar todas las bebidas del menú. Cuando comencé a llorar por la ausencia de alguien que no estaba en todas las navidades.
Eso era lo peor de pocas cosas, la lista, larga o corta dependiendo del tamaño de la letra con que se escribiera, tenía algo malo para cada cosa que alguna vez sentí.
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El peor amor es el que no lo es, y lo adoptamos con el nombre de un hijo muerto.
Las peores lágrimas son las silenciosas, porque nadie puede escucharte llorar, pidiéndote que pares.
Los peores gritos son los que se quedan atorados en la garganta, silenciando la voz y haciendo berrear el pecho.
Los peores besos son los perversos y macabros, fruto de la mala humanidad y los deseos infernales. Los malos son aquellos que no se sienten, es como beber agua, rodeada de un lago, en equivalencia dulce.
Los peores cigarros son los que matan, en su totalidad, aquellos que a cada suspiro exhalan lo que queremos que se vaya con el humo y la ceniza.
Los peores abrazos no son los de despedida, ellos son un momento donde hay amor y recuerdo. Los que de verdad son malos son los que aprisionan y no dejan alternativa, más que yacer palpitante bajo el yugo del carcelero.
Las peores mentiras son las que pintamos nosotros mismos en el espejo.
Los peores días que ahora recuerdo son los que estuve esperando una respuesta, que me iba a dar esperanza o hacer matar el amor que me olvidó de ti. Estuve tan llena de canciones que me arrullaban hasta dejarme dormida, entre las letras que parecían haber sido escritas para decirme que yo era la peor.
El peor dolor que he conocido en mi corta existencia y me hace sentir como una anciana maltrecha de 150 años es el del corazón, que se siente tan real que tememos por un verdadero infarto, parece no dejar pasar aire al cerebro y ahí colapsa en una tristeza irremediable. Es como una opresión, de la mano propia y del amor y se hace más profundo conforme no le dejamos ir. Lo peor de esto es que ahora lo siento otra vez.
Lo peor de todo, que ha definido de a poco mi vida es que no lo veo venir, llega y cuando me doy cuenta de ello ya pasó, sólo me puedo lamentar y saber que por más que quisiera ver el otro lado de la tormenta la autoflagelación no me permite olvidarlo y aquí esta, como una nube negra que en los días malos se desborda pero nunca se va.
No se cual será la peor muerte, pero no puede ser tan mala como esta vida.