Dos nunca sin querer y un siempre inmortal.

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Nico POV;

Siento como si volviera a tener diez años, cuando no tenía que preocuparme por nada más que la puntuación que obtenía en Mitomagia. Y tal vez el que Bianca me obligara a hacer los deberes. Pero el  caso es que me siento a salvo. Seguro. Cuando estoy con ella todo es mas sencillo y más fluido. Más humano. No me siento un hijo de Hades. Ni si quiera un semidiós. Ni un héroe del campo de batalla  demasiado joven para participar en una guerra de la que eligió tomar parte. 

Me siento yo mismo.

Por eso creo que ya ha llegado el momento de contarle a Sophie mi historia. Mi vida. Siempre he definido la palabra existencia, como una serie de acontecimientos importantes que condicionan mi vida. Sucesos que te marcan. Sobretodo para mal. Normalmente para mal.

Pero puede que ya no la vea así. Ahora la veo como un tiempo precioso que incluso antes de empezar se termina. Que no dura lo suficiente como para que alguien, quien sea, tome conciencia de que has estado aquí. De que te has esfumado en el viento. En la nada. De que has ido y has vuelto. De que has esperado tu oportunidad.

- Bueno, desde luego no tengo treinta años. ¿Por quien me has tomado? - digo con sorna. Claro que no tengo treinta años. Me río internamente.

Sophie parece ligeramente aliviada, pero no creo que en ningún momento se creyera que tengo más de diecisiete años. Pobre e inocente ilusión.

- De echo, creo que mi cumpleaños fue hace unas semanas. - ella pone cara de desconcierto y desilusión. Creo que tal vez se lo debí haber dicho. Ups. - Sí, cumplí noventa y dos.

Nunca pensé que alguien pudiera llegar a abrir tanto la boca. Contradice todas las leyes de la física. Desafía la gravedad. Es sorprendente. 

- ¿Noventa y dos... meses? - me río entre dientes de nuevo y niego con la cabeza. 

- ¿Años? - pregunta de nuevo. Yo asiento un poco acojonado por cual será su reacción. A veces Sophie puede dar verdadero miedo. - ¿Y se te ocurre contármelo después de meses de relación?

Yo me encojo de hombros y sonrío ligeramente para suavizar la afirmación. Me parece que tal vez la haya cagado. No creo que estos sean los típicos problemas de pareja.

Sophie suelta aire muy lentamente, como si intentara relajarse a base de yoga mental. Vuelvo a sonreír ante este pensamiento. Eso no parece hacerle gracia.

- ¿Por qué no me dijiste que era tu cumpleaños? Por dios, si fue apenas seis días después del mío. - estoy a punto de volver a encogerme de hombros, pero me doy cuenta de que tal vez no sea la mejor opción. - ¿Sabes qué? Creo que me molesta más esto que lo de que tengas noventa y dos años.

Ahora soy yo el desconcertado.

- ¿No te molesta que sea un vejestorio, probablemente senil? - digo incrédulo, pero a Sophie parece hacerle mucha gracia mi pregunta totalmente seria. Se ríe y yo me muestro un poco molesto, pero en realidad estoy aliviado de verla sonreír de nuevo.

Cuando ha dejado de reírse, contesta a mi pregunta.

- Nico, creo que hablo en nombre de todas las chicas de la cabaña de Afrodita cuando digo que no aparentas noventa y dos años - y dicho esto, se le acaban prematuramente las reservas de seriedad que tenía almacenadas para el invierno. Nunca he visto a nadie que se ría más.

Yo sonrío ligeramente y hago aspavientos con las manos en el aire. 

- Ya sé que no aparento mi edad. Se llama crema hidratante. - eso hace que se ría aún más.

Sophie se relaja de repente, como si se acabara de acordar de que estamos tratando un tema serio. La verdad es que yo también lo había olvidado.

-Sigue contándome. - me insta, y se vuelve a instalar en mi regazo. Yo suspiro, pero sigo hablando.

- Nací en Venecia en mil novecientos veinticuatro... - le cuento la muerte de mi madre a manos de Zeus, mi desconocimiento de todo lo divino cuando mi padre nos borró la memoria en el río Leteo... Le hablo sobre Bianca. Sobre el tiempo que pasamos en el hotel casino Loto.  Sobre esos dos felices meses en el internado. Sobre su muerte y mi camino a solas. Le hablo sobre los días pasé en el Tártaro en soledad, y mi posterior supervivencia a duras penas en la vasija de Oto y Elfíaltes. Le hablo de mi historia. De mis idas y mis venidas. De mi espera de una oportunidad.

Sophie escucha atentamente todas y cada una de mis palabras. Se las bebe. Cuando acabo, lágrimas de tristeza resbalan por su rostro y mojan sus cabellos casi castaños. No lágrimas de compasión o pena. Si no de tristeza por mí. 

La atraigo hacia mí y la abrazo. Y así, sentados en la cama como estamos, aún a oscuras, siento que no querría, ni por todo el oro del mundo, cambiar ni un ápice de las últimas horas. He aprendido a vivir de momentos, y no de palabras. Las palabras mienten, matan, hieren. Los momentos son la unidad básica que condiciona cualquier existencia. Lo que nos hace ser como somos sin miedo a existir. Y sé que la última noche fue uno de los momentos que marcarán la vida de Sophie, y daría lo que fuera por que eso no fuera así. Pero ha pasado. Y juro por el río Estigio que nunca dejaré que le suceda nada parecido nunca más. 

Hay que tener valentía para ser tú mismo. Es un deporte olímpico. Para algunos es tan sencillo como saltar a la comba. Para otros es como hacer un récord de dos kilómetros en salto de longitud. Pero todos lo intentamos.

- Siento mucho que hayas tenido que pasar por esto - me dice con la voz ligeramente rota. - Pero espero que sepas que te quiero. Y que siempre te querré. No me importa tu pasado. 

Y no sabe cuanto necesitaba oír esas palabras. Lo mucho que significan para mí. Ella es mi puñetero universo. Y siempre lo será.

Before the after... (Nico di Angelo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora