Capítulo 1

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Durante el trayecto en coche hacia mi fiesta sorpresa sonaba Bon Jovi en la radio, en una cadena que solo transmite canciones viejas pero agraciadas para mis oídos. Yo, como de costumbre, estaba sentado en el asiento central de la parte trasera del coche, y a mis lados Kurt por la derecha y Henry por la izquierda. Kurt estaba jugando a las Nintendo 3Ds mientras Henry no paraba de preguntar que si ya habíamos llegado. Mi padre, que hacía de copiloto, se estaba tomando un café que había comprado en el bar de la gasolinera en la que paramos para repostar, mientras que mi madre no quitaba la vista de la carretera. Está muy obsesionada con "cumplir las leyes".

- Este café sabe a agua –dijo mi padre con cara de asco.

- Tíralo entonces –añadió mamá a la queja.

- Tirar el café es como tirar el dinero que me gasté en comprarlo, y sabes que no me gusta tirar el dinero –especuló papá.

- Entonces calla y no repliques –cerró la conversación la conductora.

Mis padres suelen discutir por tonterías, por tonterías muy tontas. Un café que sabe a agua. Aunque esto no es nada con la discusión que tuvieron la semana pasada sobre ser vegano. Papá decía que ser vegano es que no comes carne pero sí comes pescado, mientras que mamá decía que vegano es no comer carne de ninguna clase. Ninguno tenía razón. Todo el mundo sabe o debería saber que ser vegano significa no ingerir nada relacionado con animales; ni leche, ni huevos, ni queso y evidentemente, tampoco carne. La discusión vino a causa de que salió en las noticias que el número de personas veganas había aumentado considerablemente. Todo acabó en que estuvieron sin hablarse todo el día. Como yo digo, tonterías muy tontas.

Pasada una media hora en coche llegamos a un lugar desconocido para mí de Kern County. Era una plaza con una fuente en centro con la figura de un ángel que miraba al cielo con una expresión de terror, como si el mismísimo diablo fuese a caer encima de él. No entiendo la religión la verdad. Al lado de la plaza había una especie de mansión a la que mi padre señalaba mientras mi madre mandaba mensajes con su iPhone 6. En ese momento supuse que ahí tendría lugar mi fiesta sorpresa. Nos bajamos del coche y cogimos rumbo a la mansión con la excusa de que ahí vivía una amiga de mamá, a la que no veía desde el instituto. Yo asentía y no hablaba, esperando encontrarme cualquier chorrada. Seguramente todo estaría lleno de globos de colores, con un cartel en la pared que tendría escrito Felices 18 Charlie u Hoy te has convertido en un hombre, cualquier tontería. También me imaginé una tarta de chocolate (odio el chocolate) de tamaño abismal con las típicas bolitas plateadas que si muerdes una te partes una muela.

La mansión tenía en la entrada un pequeño jardín con arbustos en formas cúbicas y rosas blancas. Para llegar a la puerta había que subir siete escalones, el número de la buena suerte, lo que nunca me he tragado. Es de idiota pensar que un número da buena suerte, los números son números simplemente y no te van a dar buena o mala suerte, solo te proporcionan matemáticas. La escalera era de mármol y resbalaba. Por peldaño que subía mi rostro falso de felicidad se iba convirtiendo en un rostro serio y seco, de no tener ganas de nada, que era lo que en verdad me estaba ocurriendo. Al llegar a la gran puerta de entrada mi madre tocó el timbre un par de veces, y de repente la puerta se abrió sola, por arte de magia. En mis pensamientos estaba Maggy escondida detrás de la puerta con su cara de emoción por la fiesta. Le gustan mucho esos rollos familiares que yo no soporto.

- Entra tu primero cariño –me dijo mamá señalando la puerta entreabierta.

- Vale –asentí mientras caminaba hacia el interior de la mansión con las manos en los bolsillos.

Detrás de mi iban mis hermanos, a continuación mi madre apurando a Kurt y mi padre con una cámara en las manos. Que no se note que hay sorpresa.

Al pasar el pasillo de la entrada hasta arriba de cuadros del Renacimiento colocados simétricamente en paredes de color beige había una especie de gran salón, pero todo estaba demasiado oscuro y no se veía nada. Yo me limité a esperar fingiendo estar confuso. De repente se empezó a oír un piano, pero muy bajito. Tan bajito que había que prestar mucha atención para oírlo. Una luz comenzaba a iluminar la habitación poco a poco, y siluetas de personas aparecían al fondo de la habitación. Recuerdo ver en primer lugar el rostro de la señora Grace, una mujer de casi sesenta años que era mi vecina. La recuerdo alegre, divertida y simpática, todo lo que yo no soy. También recuerdo ver a mis tíos paternos con mis primos Oliver y Sarah. Sarah y yo somos de la misma edad, en cambio Oliver tiene ocho años. Mi infancia la pasé con Sarah prácticamente. Siempre jugábamos a esconderle a papá el mando de la televisión cada vez que había partido de rugby. Se cogía unos cabreos impresionantes, pero como éramos unos críos sonreía y no nos reñía. Claramente, Maggie también estaba en la fiesta. Llevaba unos vaqueros ajustados de color azul desteñido y un suéter que decía <<I LOVE CALIFORNIA>>, algo inusual por no decir ordinario, pero yo me callé. Todos gritaron ¡¡¡SORPRESA!!! pegando saltos y con grandes sonrisas de oreja a oreja. Yo me limité a fingir que estaba contento.

- ¡Os voy a matar! No me esperaba esto para nada. Me habéis dejado sin palabras –dije.

- Es tu decimoctavo cumpleaños. ¡No podíamos quedarnos sin hacerte algo! Te lo mereces Charlie. –decía Maggy mientras se acercaba a darme un abrazo.

- No hacía falta amigos –intenté no hablar mucho- ¡Tengo la mejor familia del mundo y a los mejores amigos que existen! –que empalagoso me sentí ese día.

- Cariño, mira a la cámara. –me dijo mi madre con su iPhone en las manos preparada para sacarme una foto- Di patata.

Me dispuse a posar para esa foto que tanta ilusión le hacía tener a mi madre. Sonreí y abrí los ojos como suelo hacer en las pocas fotos que subo a mi cuenta de Instagram. Después uno por uno de los invitados se quisieron sacar fotos conmigo. Quería que la tierra me tragara.

Cuando terminaron las fotos pude observar el decorado de la fiesta, y para mi sorpresa no había globos de colores, solo encontré globos blancos y negros, mi combinación del círculo cromático favorita, como el ying y el yang. Lo malo que hay en lo bueno y lo bueno que hay en lo malo. En mi filosofía todo lo que la gente quiere hacer ver por bueno tiene algo malo que lo descoloca, y todo lo que la sociedad critica y aleja de su vida tiene algo bueno que lo hace especial. A parte de los globos estaba la tarta que me temía desde un principio que fuera de chocolate, pero no, era de yema tostada, mi tarta preferida. Al final mis padres no se habían equivocado tanto. Por una vez pensaron en lo que a mí me gusta y no en lo que a ellos o a los demás les gusta. Estaban siendo compresibles conmigo por primera vez, me estaban empezando a entender. Ese pudo ser ese día el mejor regalo de cumpleaños, ese rayo de esperanza de que mis padres me conocían, cosa que hasta ese día veía imposible de llegar a ver con mis propios ojos, pero los milagros existen, aunque tampoco me voy emocionar tanto por una tarta y unos globos.

La fiesta comenzó y la música hacía retumbar las paredes. Sonaron grandes cantantes como Ray Charles y el grandísimo rey del pop, Michael Jackson. Me estaba empezando a divertir por primera vez en mucho tiempo. Me sentía bien ese día, conmigo mismo y con mi alrededor. Fue algo extraño pero agradable a la vez.

Al paso de una hora de baile me mostraron un piano de cola que se escondía tras una cortina roja en una esquina de la sala. Me pidieron que les tocara una canción y a ser posible que cantara. Me negué a cantar pero no a tocar. Aparté la cortina roja hacia un lado, sacudí el taburete del piano lleno de polvo y me dispuse a tocar Claro de Luna de Beethoven. En ese momento me sentí libre. Una sensación de placer me recorría todo el cuerpo mientras mis manos tocaban solas la partitura que tenía guardada en mi memoria. La sonrisa que tenía en ese momento era real y no ficticia como unas horas antes. Empecé a notarme en otro lugar. Me imaginé en un bosque otoñal en medio de un claro. El piano lleno de hojas secas mientras las notas subían hacia el cielo. La música me hacía ser yo mismo y todos los pensamientos que me atormentaban desaparecían con cada pentagrama de la partitura. La música me traía paz y la paz me reconfortaba.

MetamorfosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora