Capítulo 3

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Empezaba a llover y el autobús no había pasado todavía. La anciana y su nieto se cubrían con una chaqueta negra impermeable porque la lluvia los alcanzaba ya que que la parada solo constaba de dos bancos y un techo de cristal. Yo miraba el reloj cada diez segundos impaciente de llegar a mi casa y encerrarme en mi habitación, aún no encontraba explicación a lo que había pasado. El cielo estaba cubierto por una manta de nubes grises y la bruma tapaba todo lo que había a mi alrededor. El agua que caía se amontonaba en charcos en las orillas de la carretera. De repente un coche azul oscuro pasó tan rápido que me empapó de pies a cabeza. El día no podía ir a peor. Un cuarto de hora después el autobús llegó. La anciana y el pequeño se levantaron, y entonces la mujer resbaló en el suelo mojado e hizo por caer hacia atrás. Corrí lo más rápido que pude y paré su caída. El niño se asustó y se puso a llorar y yo intenté calmarlo.

- Oh... ¡Gracias querido! ¡Eres un chico atento y bueno! – me dijo la abuelita.

- De nada señora. No se preocupe – le dije.

- Ya no quedan tantos jóvenes como tú. Seguro que tienes una familia que te ha educado correctamente, y tus amistades han de ser buenas, no de esas que llevan por malos caminos – me dijo con una sonrisa.

- Bueno... si – respondí.

- Muchas gracias cielo – decía ella mientras cogía a su nieto de la mano.

- No hay de qué.

La anciana subió con su nieto al autobús mientras yo iba detrás de ella para pagar el transporte. Lo que me había dicho esa mujer me hizo aún más pensar en Maggy y en su "no tengo motivos por los que regresar". ¿Qué había pasado esa tarde en esa mansión a las afueras de Kern County?

Me senté al fondo del autobús. En él montaban dos mujeres vestidas como para ir a un concierto de los Rolling Stone, un hombre con uniforme de supermercado, dos chicos poco más pequeños que yo, una mujer rubia que estaba leyendo un libro, y la anciana y su nieto. La conductora del vehículo era muy simpática, me saludó con una sonrisa y me deseó un buen trayecto, lo que los conductores de autobuses no suelen hacer. Casi siempre son viejos amargados que solo se disponen a decirte lo que tienes que pagar, por eso esta conductora me cayó bastante bien.

No hacía otra cosa que ver como las gotas de agua golpeaban el cristal hasta que mi móvil comenzó a sonar. Era Maggie. Por un momento quise contestar, pero no lo hice, lo dejé que siguiera sonando. Maggie siguió insistiendo, pero a la cuarta llamada se dio por vencida. Sé que no todo es culpa de ella, pero repito que me dolió mucho lo que me dijo.

Una vez bajé en mi parada, sin paraguas me empapé de camino a casa. Corrí para mojarme lo menos posible, pero no sirvió de mucho. Cuando abrí la puerta Apolo se abalanzó encima de mí, como de costumbre. Apolo era mi perro, un husky siberiano de un año y medio color negro y blanco, con un ojo color café y el otro azul, lo que se conoce como heterocromía. Lo primero que hice al llegar fue quitarme mi converse negras y tirarme boca abajo en mi cama. No tenía ganas de nada, solo de no pensar y quedarme inmóvil.

A la media hora mis padres llegaron enfadados, como me supuse. Mi madre entró sin llamar a mi habitación y empezó a discutir conmigo.

- ¿Quién te crees que eres? ¿Cómo puedes irte de tu propia fiesta de cumpleaños y dejar a todos tus amigos tirados? ¡Eres un irresponsable y tienes que aprender a comportarte como un adulto si te quieres ir a Nueva York! – dijo mientras daba vueltas en mi habitación.

- ¿Qué quién soy? Soy Charlie Scott, tu hijo, un chico de dieciocho años recién cumplidos que no ha pedido ninguna fiesta de cumpleaños, un chico que quiere largarse de aquí e irse a vivir su propia vida sin que haya nadie encima que le esté diciendo lo que tiene que decir en cada momento, un chico que quiere que sus padres dejen de buscar tanta perfección y que le permitan equivocarse, soy una persona que quiere tener sus propias decisiones, una persona harta de todo su alrededor, ¡HARTA! – contesté.

El silencio invadió la habitación. Mi madre miraba por la ventana mientras yo seguía boca abajo, esperando escapar de la vida que tanto me agobiaba.

- ¿Te acuerdas cuándo fuimos de acampada a Harden Lake? Tú y tu padre junto a tus hermanos cogisteis globos de agua y me hicisteis una emboscada. Casi os mato – soltó una pequeña risa- Somos una familia Charlie, y sí, es verdad que muchas veces no te hemos logrado entender, pero tu padre y yo te queremos más que a nada. Tú fuiste el primer regalo que nos dio la vida, y sé que sin ti nuestras vidas no serían iguales. Tengo miedo a que te vayas, tengo miedo a perderte, pero quiero que hagas lo que quieres, y que cumplas tus objetivos porque... sé que eres capaz de conseguir todo lo que te propongas porque eres diferente a los demás, y es eso lo que te hace único y especial cariño, eres Charlie Scott, un adolescente de dieciocho años recién cumplidos que a pesar de todo nunca ha tirado la toalla, y solo tienes que mirar todo lo que has conseguido. Porque todo lo que tienes lo has logrado gracias a lo que has hecho todo este tiempo, porque eres así, y por eso me siento orgullosa de ser tu madre.

- Mamá, yo... lo siento – le contesté.

Todo lo que mi madre me dijo en ese momento me hizo darme cuenta de que a pesar de todo quiero a mi familia, me di cuenta de que si ellos no estuvieran nada sería igual, que todo sería diferente y no sería yo mismo, porque ellos son los que me han educado y los que me han enseñado qué camino seguir, y que gracias a ello poco a poco voy consiguiendo lo que quiero.

- Cariño, no tienes que sentir nada, soy yo la que te pide perdón por no haberte sabido ayudar cuando lo has necesitado, y siento no haber sido una madre perfecta, y espero que me perdones por haberme equivocado tantas veces – dijo ella mientras me miraba con los ojos llorosos.

- Mamá, yo tampoco he sido perfecto, y espero que puedas perdonar mis actitudes de caprichoso, y no quiero que llores por mí, porque sé que no te he hecho tan feliz como debería, y por ello lo siento. No dudes nunca que te quiero – le dije a punto de llorar.

- Sé que me quieres, y espero que tú sepas que yo también te quiero más que a nada.

- Lo sé, mamá.

Terminamos en un abrazo, un abrazo que me hizo sentir bien, que me hizo olvidar lo que me atormentaba y añorar todos los buenos momentos que había pasado junto a mi familia. Llevaba mucho tiempo sin darle un abrazo a mi madre, años diría yo, y todo por mi egoísmo y pesimismo. Aquella tarde fue diferente, a pesar de lo que me había pasado con Maggy, me sentí bien, y pude olvidar y ver que mi familia era mi vida, y que no debía pagar siempre mis penas con ellos. Gracias a las palabras de mi madre empecé a ver la vida con otros ojos, ese fue mi mejor regalo de cumpleaños, hablar con ella y darme cuenta de que mi familia era tan importante para mí.

MetamorfosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora