Capítulo 4

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-        Hola Charlie... Soy yo, Maggie... Creo que deberíamos hablar y aclarar algunas cosas antes de que me vaya... No se... Lo del otro día... Fue extraño... Puede que dijera algo que debería no haber dicho... La verdad es que tu forma de actuar me sorprendió... Tú nunca has sido así... Bueno, al menos conmigo... Cuando oigas el mensaje llámame por favor, o envíame un mensaje... No quiero perderte Charlie, no quiero... Eres una persona muy importante para mí, y te necesito... Por favor, contéstame... Gracias...

¡¡¡Así es Maggie!!!, dijiste algo que no debiste haber dicho. A la semana de mi desastrosa fiesta de cumpletacos sorpresa recibí un mensaje de voz de Maggie. Me paré a oírlo unas siete veces, lo repetía y lo repetía. Parecía estar arrepentida a la vez que triste, como si se sintiera muy mal por todo lo que pasó. Vuelvo a decir que es verdad que ella no tuvo toda la culpa, que si yo hubiese actuado de otra manera ahora mismo todo sería muy diferente, pero no le contesté, no me sentía con ánimos, y además yo ya no la necesitaba, mi vida iba a empezar de cero, y seguramente conocería a nueva gente con la que me entendería mejor.

A un mes y medio antes de irme y sin piso en Broadway, me dio por mirar en google algunas residencias o pisos para compartir ya que era evidente que mis planes con Maggie se habían ido al traste. Encontré una residencia cerca de la escuela en la que me había matriculado que me llamó la atención, incluía el desayuno, almuerzo y cena, te lavaban la ropa, te limpiaban las habitaciones, y yo, con lo bago que soy, creí que era una buena opción. El curso completo en la residencia salía 1546 dólares, un precio asequible para mí y para mi beca.

-          Mamá, ¡mira lo que acabo de encontrar! – le dije mostrándole mi portátil negro.

-          ¿Eso es una residencia? ¿Tú en una residencia? – me preguntó.

-          Sí, ¿por qué? ¿Tanto te extraña después de no tener con quién compartir piso?

-          Bueno, tienes razón... ¿Cuánto sale? Al estar en Broadway seguramente será cara, ¿no?

-          Pues no sorprendentemente Afri – le dije.

Afri era mi manera cariñosa de llamar a mi madre. El nombre viene a causa de que en su boda con mi padre la peluquera la peinó como los años setenta, al estilo afro, y la vez que encontré su álbum de boda no pude parar de reírme de su "peinado sofisticado", y por eso la llamo así, Afri.

-          ¿Y qué precio tiene?

-          Mira, 1546 dólares el curso entero – señalé el precio en la pantalla.

-          Para estar en Broadway está muy barato. Me gusta el precio.

-          La verdad es que sí, creo que voy a llamar mañana para informarme.

-          Por cierto... Hoy me encontré a la madre de Maggie en el supermercado y me dijo que mañana se van en el vuelo de las seis y media.

En ese momento el tiempo se paró, no había caído que Maggie se iba en esta semana. ¿Qué hago ahora? Pensé. Quería mantener mi orgullo de no hablarle, de no echarme para atrás, pero también quería despedirme de ella, de decirle lo que en verdad significaba para mí. ¿Qué debo hacer?

-          ¿Mañana?... Bueno... En verdad no me importa – le dije a mi madre.

-          ¿Qué no te importa?

-          Eso, no me importa. El mundo está repleto de gente, puedo conseguir amigos fácilmente.

-          Te arrepentirás de tus palabras Charlie, te arrepentirás.

Y volvió mi orgullo, mi maldita falsedad. Odio ser así pero no lo puedo evitar, y es que pase lo que pase sé que no voy a decir que no quiero perder a Maggie, porque soy estúpido, idiota, capullo. Solo pienso en mí y no en lo que los demás sienten. Me odio.

A la hora de cenar no comí nada, piqué un poco del arroz seco que papá solía preparar todos los jueves y me bebí medio vaso de zumo de manzana. Esa noche me acosté temprano, pero no dormí nada. No podía parar de pensar en que quedaban menos de veinticuatro horas para que Maggie volase a Europa y en que quizá no la volvería a ver nunca más. Supe que lo que debería haber hecho era llamarla tras oír su mensaje de voz, pero mi orgullo me puede. Tan solo con imaginar que tantos años de amistad desaparecerían en horas las lágrimas bajaban por mis ojos como cascadas que arrastran recuerdos entre ella y yo. En las fotos pegadas en el collage de mi pared más de la mitad eran con ella, todas momentos divertidos, momentos que sé que nunca voy a olvidar. Aún recuerdo cuándo en primaria pusimos chinchetas en el asiento del profesor que más mal nos caía, Sr. Bradson, el profesor de matemáticas, un hombre de unos cincuenta y seis años, calvo y con bigote blanco. Llegó como de costumbre a las 07:55 de la mañana, cinco minutos antes de que tocara la campana, a esa hora todos debíamos estar sentados en nuestro pupitre y con los libros abiertos por la página dada en la clase anterior, sino nos echaba de clase. El viejo se sentó y el grito que pegó se escuchó por toda la escuela. No nos pillaron ya que no había pruebas que nos culparan y tampoco era posible que los niños "buenos" de la clase fueran capaces de hacer algo así. Es uno de los recuerdos más divertidos que tengo, y claro, incluye a Maggie. Casi todos mis recuerdos divertidos la incluían, porque para mí ella es uno de los  motivos más importantes para levantarme cada mañana, porque es muy difícil encontrar personas así en este mundo, y más aún, saber conservarlas.

MetamorfosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora