Twenty Eight Days

PRÓLOGO.

8 de Enero de 2031.

He decidido empezar a escribir una especie de "bitácora", casi un diario, más que nada una forma de desahogar mis pensamientos.

Tenía 25 años cuando el mundo entero entró en pánico tras la declaración de la 3ra Guerra Mundial.
El panorama no prometía nada más que una muerte segura por alguna de las armas biológicas que los paises que para entonces eran considerados potencias mundiales contaban con un amplio arsenal en armas químicas que, de un momento a otro, serían capaces de acabar con la humanidad.

El 17 de agosto del 2029, El gobierno ruso lanzó una bomba nuclear. (O al menos eso se nos hizo creer antes de que sucediera.)
Bomba que almacenaba un potente virus que arrancaba la humanidad de una persona.

Los infectados no tienen conciencia, sus cuerpos seguirán mostrando señales de vida pero sus almas están muertas. Se desconocen unos entre otros, no importa si su alma se esfumó frente a uno de sus seres queridos, ellos tienen una insaciable sed de sangre, devorarán hasta el último trozo de carne que les sea posible. Estar cerca de ellos es estar cerca de la muerte.

Se dice que el virus puede ser transmitido si uno de esos demonios te ataca con una mordida o si su sangre o su saliva se impregna en ti por la boca o los ojos

Durante todo este tiempo, he sido capaz de notar una "primera fase" de la infección, que se da cuando los infectados presentan ojos rojos, derramados de sangre, pupilas dilatadas, brillantes y ligeras torceduras al caminar. Una vez el virus termine de fusionarse con la sangre contaminada, la piel empezará a pudrirse y tornarse de un color más obscuro.
Si el virus muta, los ojos del infectado pasarán a ser blancos. Su piel será cada vez más delgada, pero sumamente resistente. Mutilar partes de sus cuerpos no servirá de mucho, sin embargo, un buen disparo a la cabeza puede acabar con ellos.
Hay quienes corren la dichosa suerte de morir al momento, pero para ello primero deben tener más la apariencia de un esqueleto con restos de piel y carne que de un cuerpo humano.

Hoy, las calles están infestadas. Estar ahí afuera no es otra cosa más que llamar a las puertas del infierno.
Sigo en mi hogar, con mi familia,

s o b r e  viviendo...