Capítulo #4 - ¡Bienvenida! Más o menos. . .

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Aquata golpeó la superficie del agua intentando superar el espantoso dolor que sentía en todo su cuerpo. La caída la había desorientado y por primera vez no sabía en que dirección nadar. Sus pulmones estaban a punto de estallar por la falta de oxigeno, y sus oídos chillaban fuertemente debido a la presión causada por la profundidad en la que estaba.

Mientras luchaba por salvarse a sí misma sintió un cambio. Era el mismo cambio que había sentido en la ducha cuando le salieron por primera vez las escamas de colores, solo que esta vez el cosquilleo era mucho más intenso, y corría por debajo de su piel.

El dolor de su espalda, y de su cabeza comenzó a menguar lentamente, dando paso a un extraño no muy diferente al de sus extremidades inferiores. A pesar de todo se sentía bien consigo misma, mejor de lo que se había sentido en toda su vida. Tenía miedo de abrir los ojos, pero se estaba quedando sin aire. Jadeó intentando respirar como si estuviera sobre la superficie, sabiendo que si lo hacía el agua llegaría a los pulmones y moriría ahogada, pero el cuerpo lo hizo de todos modos involuntariamente. En cambio aspiró e inhaló un oxígeno extraño.

Podía respirar bajo el agua.

Anabelle parpadeó desorientada, incluso podía ver bajo el agua. No de la manera borrosa como haces cuando estás en una piscina, sino de una manera clara, como cuando estás sobre la superficie, quizás hasta aún más clara.

Sus pensamientos no la dejaban pensar en más nada, todo era demasiado maravilloso como para ser cierto. Ahí estaba ella en medio de la nada, en la profundidad de las aguas siendo capaz de respirar y ver, algo que ningún humano era capaz de hacer sin la maquinaria correcta.

—¡Anabelle! ¿eres tú? —Una voz suave, y aguda corrió por las aguas y llegó a los oídos de Anabelle. Burbujas blancas rodearon su cuerpo y poco a poco se divisaron. Frente a ella estaba la chica, la chica de la bahía. Su cabello marrón flotaba en todas direcciones como un halo.

Le dirigió una sonrisa escalofriante mostrando todos sus afilados dientes. Movía sus manos de lado a lado para mantener el balance, y cuando Anabelle se percató de su cintura brotaba la cola de sirena más hermosa de lo que la mente humana podía imaginar. Era violeta, y repleta de escamas como la de un pez. Su torso era todavía humano, y en su pecho tenía escamas cubriendo sus senos.

Anabelle bajó la vista para mirarse y se dio cuenta de que de ella también salía una cola similar cubriera de escamas de color azul iridiscente. Su ropa había desaparecido, y de su pecho brotaban escamas fosforescente.

—¿Qué es esto? —lanzó un grito, más como una pregunta de desesperación sacudiéndose de un lado al otro intentando deshacerse de esa inquietante cola. Oceanía se limitó a reír.

—De esa manera jamás te librarás de ella.

—¿Qué soy? —preguntó alterada una vez que ambas subieron a la superficie de las transparentes aguas. El sol brillaba en todo su esplendor, eran posiblemente las 12:00 del medio día. Anabelle podía saberlo por la manera en la que el sol brillaba tan fuertemente.

—¿Cuantas horas he estado inconsciente bajo el agua?

—Solo unas cuantas, pero eso es bueno, eso hace que tus pulmones se acostumbren más a distribuir bien el oxígeno.

—No me has dicho que soy aún. —Anabelle necesitaba saber que era, necesitaba escucharlo de alguien que pasara por lo mismo, o que al menos lo hubiera pasado anteriormente. Su cuerpo había estado cambiando rápidamente, y era espantoso.

Anabelle se sentía fría, tiesa, cubierta de escamas y con una cola. Después de todo lo estaba, pero no podía dejarse de preguntarse a sí misma ¿cómo se había permitido que eso ocurriera sin siquiera darse cuenta? ¿Cómo ella no había pensado en la existencia de esos seres marinos mucho antes?

Aquarius - Una saga de sirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora