Nombres

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Nombres

—Esa es una rosa. Esa es una violeta. Esta de acá es ¿amapola? Y esa es margarita... ¡No! ¿Manzanilla? ¿Eh? ¿Y cuál es el alcatraz?

El jardinero y yo estábamos en los jardines que eran rodeados por los caminos pavimentados, por los que los autos de la residencia transitaban al entrar o salir y que a su vez los llevaban a su respectivo garaje. Le había preguntado por los nombres de todas las flores con las que trabajaba; se los sabía todos y yo quería aprenderlos también, pero era difícil, muy difícil. Eran muchas y sus nombres eran raros. Fruncí el ceño, frustrada y a punto de desesperarme por no poder nombrarlas todas.

—No es necesario que sepas el nombre de cada flor —me dijo él con voz cansina en lo que podaba cada mata.

—¿Por qué se las pusieron, entonces? —Me crucé de brazos, extrañada.

—Para distinguirlas unas de las otras, supongo. Tu hermanito tendrá nombre, ¿no? No se llamará hermanito.

—¿Distinguir? —Lo miré directamente por unos instantes, pensando en una realidad que hasta ahora tomaba en cuenta—. Yo no sé tu nombre.

—Y no lo sabrás —respondió tajantemente y con sequedad.

—¿Eh? ¿Por qué? —indagué, tanto sorprendida como desilusionada.

—Mi nombre no interesa, soy un simple jardinero.

—Quiero saberlo. A mí me interesa.

—Que creas o pienses que algo es importante no lo hace verdaderamente importante.

Parpadeé varias veces, no estando segura de entender a lo que se refería. Ladeé la cabeza, confundida.

—¿Significa que no me lo dirás? —quise asegurarme.

—Exacto.

Fruncí el ceño con tristeza, pero volví a dirigir mi atención a las flores para memorizarme sus nombres; no insistiría en el tema. En mi salón había una niña a la que no le gustaba su nombre y cada vez que la maestra la llamaba, hacía berrinche. Tal vez a él tampoco le gustara el suyo y por eso no se lo decía a las personas.

El Jardinero y yo [II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora