Mami

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Mami

El jardinero y yo nos encontrábamos una vez más en el taller donde estaba todo su material de trabajo. Yo estaba sentada en una silla que a veces él usaba para descansar, en tanto lo veía ir y venir, subiendo podadoras, palas y demás cosas en la camioneta que usaba para trasportarse dentro de la residencia. Ese día iría a los extremos más alejados de la zona para trabajar en los jardines de allá. Estaba recogiendo un gran saco de abono cuando escuchamos desde adentro, que alguien no tan lejos de allí gritaba mi nombre.

—Es mi mami —informé reconociéndola.

—Debe estar buscándote. Será mejor que te vayas —dijo él colocándose el gran saco en el hombro para después atravesar la puerta del taller y salir.

Apenas tuve tiempo de levantarme de la silla, pues casi al instante de haberse ido, él regresó velozmente sin saco esta vez, cerrando la puerta tras de sí, azotándola con tanta fuerza que salté del susto. Lo miré por demás extrañada y descubrí que su rostro estaba asustado, mucho; tal vez tanto como se ponía el mío cuando papi me contaba historia de terror, o incluso más.

—¿Qué...?

—¡Shh!

El jardinero me silenció con ansiedad y yo me tapé la boca con las manos. Afuera, mami continuó llamándome, así que escuchamos con claridad su voz cuando caminó frente al taller, para después oír que seguía su recorrido sin dejar de gritar mi nombre; dejamos de escucharla cuando volvió a alejarse. Volví a mirarlo más que confundida y entonces noté que él temblaba demasiado, lo que era raro porque no hacía frío.

—No puede ser —Apenas alcancé a escucharlo, pues susurraba—. No puede ser.

De estar clavando su vista en el suelo, me miró con admiración de arriba a abajo

—Realmente... te pareces a ella; su rostro, su cabello. Todo igual salvo... salvo... —Sus ojos se centraron en lo míos. Frunció el ceño y con prontitud abrió la puerta, ahora repentinamente molesto, lo que confirmó su voz al ordenar—: Vete.

—Pero...

—¡Vete!

Esta vez no reprimió el grito y ahora me tocó a mí ser la asustada. Lo miré sin entender absolutamente nada, sólo que quizás quería estar solo de nuevo. Con un nudo en la garganta y ojos llorosos porque el sentimiento de dolor me llegó al gritarme así, salí del cuartito. Poco después me encontré con mamá.

—Hija, te buscaba —me dijo cuando me vio, sonriente—. Iremos con tus abuelitos. Nos invitaron a pasar el fin de semana con ellos.

Olvidé por un momento la tristeza y lo vivido con el jardinero para ahora sonreír con alegría; me gustaba ir con mis abuelitos. Asentí ante lo dicho por mami y ambas nos dirigimos a casa a alistarnos. La miré unos momentos; ella era delgadita y pequeña, tenía el cabello castaño corto y los ojos cafés. Pero había dos cosas de ella que tanto a papi como a mí nos gustaban mucho: el primero era el lunarcito que tenía bajo una de sus orejas, el que la hacía verse chistosa y del que papá decía era su chispa de chocolate; lo otro era el listón que siempre llevaba sobre la cabeza y que era del color de su nombre: Celeste. Así era mami.

El Jardinero y yo [II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora