Adiós

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Adiós

Me apresuré por los pasillos del edificio de mi apartamento. Acababa de terminar los deberes y pidiéndole permiso a mamá para salir, me dirigí a ver al jardinero. No lo había visto en el par de días que estuve enferma, pero ya me sentía mejor. Salí al exterior y el sol de la tarde me dio de lleno, pues todavía estaba muy resplandeciente y caliente. Sin embargo, lo que me sorprendió mucho fue verlo a él justo frente a mí, al pie de los escalones que daban acceso a la vivienda; parecía esperar a alguien. ¿A mí? Me acerqué a él.

—¿Es verdad que conoces a mis papás? —inquirí en cuanto me coloqué frente a él. Era algo de lo que quería asegurarme desde que lo supe.

—Algo así —respondió y pude distinguir lo forzado en su voz, como si algo le impidiera hablar con normalidad—. Aunque en realidad le debo un favor a tu padre, por eso estoy aquí.

Lo miré ladeando la cabeza, sin entender absolutamente nada. ¿Qué significaba eso?

—Vengo a despedirme. He renunciado a ser jardinero y me voy.

Sus palabras vacías y mecánicas me golpearon duramente al comprender su significado; quería decir que ya no lo vería. Las lágrimas se acumularon en el borde de mis ojos, pero como no hice esfuerzo por retenerlas, bajaron por mis mejillas, incontenibles.

—¿Por qué? —cuestioné a duras penas.

No lo entendía. Se suponía que ahora todos seríamos amigos. Él dudó antes de responder con inseguridad:

—Estoy enfermo, Iris; enfermo del corazón.

Abrí los ojos, impactada. La duda y el resentimiento se fueron y un extraño miedo los suplió. Recordé a mi abuelito; él también estaba muy enfermo del corazón. Respingué aterrada.

—¿Significa que morirás? —La idea hizo incrementar mi llanto.

—Si no me voy puede que sí —me confesó, triste.

Me limpié las lágrimas con intensidad. No quería que se fuera, para nada que lo quería; pero mucho menos deseaba que muriera. Si para salvarse tenía que irse, debía dejarlo ir, tenía que dejarlo ir; mamá me había enseñado a no ser egoísta. Los sollozos me sacudieron e intenté calmarme lo mejor que pude mientras lo miraba a los ojos.

—¿Puedes decirme tu nombre, por favor? Yo no quiero recordar a un jardinero, quiero recordar a mi amigo el jardinero y para eso necesito tu nombre. ¿Podrías decírmelo, por favor? —Aunque intenté pararlas, las lágrimas descendieron sin estorbo y mi petición fue más un ruego.

—Es Yes.

No se lo pensó demasiado y eso me alegró. Procuré sonreí y aunque lo logré, fue triste.

—Entonces, Yes, gracias por todo. Adiós.

Y sin esperar respuesta de su parte, me di la vuelta y corrí al interior de la residencia, sin volver mi vista atrás ni una sola vez. Nunca me habían gustado las despedidas y no deseaba alargar esta porque dolía, dolía demasiado y sabía que este malestar duraría mucho, pero estaba bien. Al menos de este modo siempre que él viniera a mi mente, lo recordaría por los lindos momentos que pasé a su lado. En mí vivirían los bonitos instantes que tuvimos el jardinero y yo.

Fin

El Jardinero y yo [II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora