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Iba andando por la calle, completamente perdida. Apenas sabía cuanto tiempo llevaba haciéndolo, ni a dónde me dirigía. Solo sabía que me había pasado con la bebida. Quién me mandaría a mi ir a ese bar, con esa persona. Si al final, todo acaba de la misma forma: yo rota y él consiguiendo lo que quiere.

Las calles eran oscuras, no había ni una sola alma. Mis pasos eran torpes, no conseguía seguir una línea recta por más de cinco segundos. Notaba como mis párpados pesaban cada vez más, y como mis piernas dejaban de obedecerme poco a poco. En cualquier momento mis energías se acabarían y acabaría desplomándome en el suelo. Mientras mis músculos dejaban de obedecerme, yo solo podía pensar en el ridículo que había hecho. ¿Cómo había acabado así? ¿Cómo era posible que después de tanto tiempo no hubiese aprendido nada? Una y otra vez, me tropezaba con la misma piedra, y parecía que sentía cierto placer por ello. Pero no, esta vez será diferente, pienso cambiar. Ya está bien de ir detrás de alguien que no hace más que humillarte y hacer que tu misma te humilles.

Andaba con la mano derecha apoyada en la pared, y cuando llegué a la altura de un portal pequeño, caí de bruces. Conseguí parar el golpe con mis brazos, pero al intentar levantarme, nada en mi cuerpo parecía estar en su sitio. Por más que le dijera a cada nervio que se levantara, no era capaz de hacerlo.

No sé cuánto tiempo estuve en el suelo, quizá unos 10 minutos. Noté como alguien me cogía de los hombros y me levantaba con brusquedad. Pasó mi brazo por encima de su hombro y me ayudó a andar. Bueno, me arrastró hacia la puerta. Intenté abrir los ojos y ver quién era, pero perdí la consciencia al hacer ese mínimo esfuerzo.

Recuerdo que soñé que estaba en un campo. Un campo verde lleno de flores, con un cielo azul descomunal. El sol brillaba, y yo, con el pelo suelto, disfrutaba de la brisa. Estaba sola, pero esa soledad no me importaba, estaba en un sitio donde no hace falta tener a nadie más. Corriendo encontré un lago, parecía poco profundo, así que me metí en él para refrescarme, pero me perdí en su inmensidad, me fui hacia el fondo.

Abrí los ojos de golpe. Intenté recordar algo de la noche anterior, pero no pude. Todo eran manchas negras, como lagunas. Me reincorporé y tuve que contener una arcada. Abrí los ojos y fui a levantarme de la cama. Cuando puse los pies en el suelo noté que estaba congelado. Alcé al vista y vi algo que no me esperaba. Una habitación completamente desconocida. No era la mía, eso seguro. Era pequeña, con una cama individual, pintada de blanco. Había unos cuadros pintados a mano colgados por toda la pared, y un armario al fondo. Al lado, había una ventana. Caminé a duras penas hacia ella y miré a fuera. Había un jardín con una piscina tapada, y un árbol que cubría con su sombra una mesa y dos sillas. No sabía dónde estaba, ni quien me había acogido en su casa.

Primero tuve miedo por lo que podría haber pasado la noche anterior. Podrían haberme matado y nadie se hubiera dado cuenta. Pero luego pensé, ¿y qué tengo que perder? Nada, la respuesta es nada.

Me encaminé hacia la puerta de madera y la abrí lentamente. Había un pasillo con las paredes también pintadas de blanco. Estaba muy iluminado, ya que todas las puertas y ventanas estaban abiertas. No era muy grande, pero era acogedor. Empecé a andar sigilosamente hacia adelante, hasta que oí un ruido al fondo de ese pasillo. Parecía como si alguien estuviera... No sé, quizás lavando los platos.

Con un paso firme, decidí ir a ver quién tan amablemente me había acogido en su casa. Cuando estuve delante de la puerta, me paré. Soy una cobarde, no me atrevo a entrar ahí. No sabía qué hacer. Tenía la puerta de entrada a la derecha, podría irme sin dejar rastro. Total, siempre lo hago. Siempre huyo, está en mi ADN.

-Vaya, veo que ya te has levantado.

Me sobresalté y me giré desde donde venía la voz. Vi a una mujer con el pijama puesto y el pelo recogido con una coleta detrás. En la mano tenía un plato y un trapo, y me sonreía dulcemente.

-Buenos días, ¿cómo te encuentras? - me preguntó aún sonriendo.

No podía hablar, las palabras no me salían de la boca. Quería decirle algo, darle las gracias aunque sea, pero no pude. La miré por última vez y salí corriendo hacia la puerta de entrada. Ignoré como me gritaba que me parase, yo solo quería salir de allí y volver a donde pertenecía. Pero, al fin y al cabo, ni yo misma sé de dónde procedo, ni tampoco sé a dónde me dirijo. El aire era frío esa mañana, me daba en la cara y solo sentía como mis lagrimas congeladas se apegaban aún más a mis mejillas. No debí irme así, debí darle una explicación, pero es algo que no se me da bien. Las palabras no se me dan bien.

Una semana después de aquello, apenas me acordaba. Seguí como cada día mi rutina. Me levanté, desayuné un café y una tostada y me fui a la oficina en autobús. Llegué justa de tiempo, algo que también es muy frecuente en mi. Me senté en mi silla y empecé a teclear en el ordenador. Otro normal y aburrido día de mi vida.

-Hola, perdona, soy nueva y creo que me han asignado a tu lado. Encantada, yo soy...

Me giré lentamente para ver quién me estaba hablando. Mi ligera sonrisa cambió cuando reconocí esa cara que me estaba mirando fijamente. Pude ver que su sonrisa se esfumó un momento en cuanto me vio, pero luego volvió a aparecer.

-Anda, pero si eres tú. - dijo alargándome su mano - ahora no tienes escapatoria. Encantada.

Alargué mi mano hacia ella y la estreché. Se sentó a la silla que tenía al lado y encendió el ordenador. Ordenó sus cosas y cuando lo hubo hecho, se giró a mirarme. Yo no había dejado de hacerlo en ningún momento, quería hablarle y decirle un millón de cosas, pero ni siquiera me salía un hola.

-Bueno, vas a tener que aguantarme, supongo. - dijo mientras sonreía.

-Supongo - solté yo también con una risita.

-Hombre, ¡por fin oigo tu voz! Tienes un tono de voz precioso.

Le sonreí y noté como me sonrojaba. Decidí dirigir mi atención hacia el ordenador y dejar que se instalara. Era una mujer risueña, alegre y soñadora, se le notaba en la mirada que era feliz.

-Por cierto, soy Silvia, Silvia Abril.

-Y yo Ana, Ana Morgade. - le sonreí.



Bueno, parece que he vuelto jajaja la verdad es que llevaba días queriendo escribir algo, pero no me venía la inspiración. Pero ayer, por arte de magia, se me ocurrió una pequeña historia. Espero que os guste y que la disfrutéis igual que yo disfruto escribiendo. Un beso enorme😘

El valor de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora