No habíamos hablado mucho más durante el día. Mucha gente se le acercaba para saludarla y darle la bienvenida, gente con la cual yo ni siquiera había cruzado una palabra. Sonó mi alarma del teléfono, la apagué y empecé a ordenar mis cosas para irme.
-¿Ya te vas? – preguntó ella dirigiendo la vista hacia mi.
-Sí, ha acabado mi turno.
-Pues supongo que el mío también.
Asentí y seguí empaquetando. Silvia seguía a su bola y cuando levanté la cabeza para mirarla ella estaba haciendo lo mismo. Me sonrojé y volví a mirar hacia abajo.
-Eres una chica de pocas palabras... – añadió ella.
-No se me da bien.... Hablar.
-Bueno, no pasa nada. Ya hablaré yo por las dos. ¿Te apetece ir a tomar algo?
-¿Conmigo? – pregunté algo extrañada.
-Claro, con quien sino. Me debes muchas explicaciones.
Me sentía muy tensa en ese momento. Era cierto que tenía que hablar con ella y disculparme por mi comportamiento, pero no sabía cómo. Era tan difícil de explicar todo esto. Apenas sabía yo por qué salí corriendo de allí, puro instinto supongo.
-Entonces, ¿qué me dices?
-Em... Mejor lo dejamos para otro día. Pero gracias.
Le sonreí y me fui corriendo de ese pequeño apartado de la oficina. Estaba sudando y parecía que en cualquier momento me iba a dar un ataque al corazón. Fui al baño y me encerré en uno. Me senté en la taza del WC e intenté calmarme. Oía como la gente salía y entraba y tenían conversaciones triviales de cualquier cosa, algo que yo no había tenido casi nunca.
-oye Silvia, ¿te vienes a tomar algo y así nos conocemos? - le preguntó una compañera.
-Lo siento, no puedo. Otro día. – dijo ella lamentándose
Se despidieron y solo se quedó Silvia. Oí como el grifo se encendía así que decidí salir. Parece que ella se asustó, no sabía que estaba allí.
-Bueno Anita, ¿aún aquí?
Me puse a su lado y también me empecé a lavar las manos, por hacer algo. Ella me miraba con una sonrisa divertida, supongo que le parecía un espécimen particular.
-Bueno, pues hasta mañana – dijo cogiendo su bolso.
-¿Por qué no has ido con ellos?
Ella levantó una ceja y me miró con una sonrisa irónica. Supongo que pensó que no tenía derecho a hacerle esa pregunta, al fin y al cabo, yo había rechazado su invitación.
-Porque me apetecía ir contigo, no con ellos.
Abrí los ojos un poco más de lo normal y a ella se le escapó una sonrisa. Entonces me miró y se despidió con la mano, dejándome a mí sola en el baño. Esa mujer era extraña, diferente a todas las demás. Quizás debería darle una oportunidad y conocerla mejor. No era de las típicas que al ver que eras un bicho raro se alejaba. Y con ella me sentía diferente, no me sentía como la chica rara y tímida que era. Era algo diferente, y eso me gustaba. Salí del baño con una media sonrisa y me encontré a Silvia apoyada en la pared.
-¿Nos vamos? – sonrió.
Abrí la boca para decir algo pero ella solamente me agarró del brazo y tiró de mi hacia la puerta.
-Sabía que al final accederías a venir – me guiñó un ojo.
-En realidad yo no... – empecé a decir.
-Ya bueno, no digas nada. Iremos a un bar y te prometo que solo nos tomaremos una copa, no quiero que acabes como el otro día – volvió a guiñarme el ojo.
Íbamos paseando en silencio por las calles de Madrid. No había mucha gente, solo un par de parejas yendo arriba y abajo. Silvia me agarró del brazo e hizo que entrara en un bar. Era un establecimiento acogedor, jamás había estado allí. Me llevó a una mesa apartada y pidió dos cervezas.
-Bueno, cuéntame cosas de ti. – dijo ella una vez ya teníamos las dos nuestras cervezas.
-Pues no sé... Soy una chica normal.
-No lo creo, tienes algo que me intriga.
-Algo que te.. ¿Intriga?
-Sí, algo especial. Ya lo descubriré, solo necesito tiempo.
Di un sorbo a mi cerveza para hacer que el nudo que tenía en la garganta bajara. Me incomodaba que alguien me preguntara sobre mi, y más si me decían que había algo que les intrigaba. ¿Qué podía ser? Soy una persona normal y corriente, sin nada que ofrecer.
-¿Tienes hermanos? – preguntó cuándo dejo el vaso sobre la mesa.
-Sí, un hermano y dos hermanas.
-¿Eres la pequeña?
-No, soy la tercera.
-Eso está bien. ¿Edad?
-36.
-¿Casada?
-N..No – tardé un poco en responder y eso lo notó.
-¿No? ¿Lo has estado?
-Algo.. Algo así. – asentí sin mirarla a la cara.
-Está bien, cuando quieras ya me lo contarás.
Sonreí otra vez y volví centrar toda mi atención en la bebida. Me había hecho un interrogatorio en toda regla y yo ni siquiera sabía su edad.
-¿Y tú? –pregunté susurrando.
-¿Yo qué? – preguntó ella con la ceja levantada
-Pues eso... Cuantos años tienes, si tienes hermanos, si estás casada...
-Pues me alegro que lo preguntas – sonrió – tengo cuatro hermanas, tengo 45 años y estoy soltera y entera.
Se me escapó una carcajada con el último comentario y ella correspondió mi carcajada con otra.
-Ya sé que es difícil de creer... Pero así va la cosa – dijo echándose el pelo para atrás.
Sonreí y asentí con la cabeza. Nos acabamos la cerveza y decidí invitarla por lo que había hecho el otro día conmigo. Salimos del bar y nos dirigimos hacia su casa, que casualmente estaba a solo unas cuantas calles de la mía.
-¿por qué me acogiste en tu casa? – pregunté cuando habíamos llegado a su portal.
-Qué preguntona eres... Pues porque no te iba a dejar aquí tirada, mujer.
-Podría haberte hecho daño...
-Qué va. A parte de que no tenias fuerzas ni para abrir los ojos, no tenías pinta de macarra. No falló mi instinto.
Sonreí y noté como me ponía colorada, otra vez. Odiaba esa sensación. Silvia sonrió y se despidió de mí. Se giró para introducir la llave en la cerradura pero luego se volvió a dirigir a mí y me dio un beso fugaz en la mejilla, para luego entrar rápidamente en la casa y dejarme a mí allí plantada.
Fijé mis ojos a la puerta de la casa y puse mi mano encima de la mejilla en la que me había besado. Se me escapó una sonrisa involuntaria y seguidamente me fui andando hacia casa, un poco más feliz que la mañana anterior.