Abrí los ojos y no sabia donde estaba. No sabía si lo de anoche había sido un simple sueño o de verdad había pasado. Pero sí, cuando mis piernas no me respondieron y empezó a dolerme la cabeza y la garganta, sabía que había pasado de verdad. Silvia me había traído a casa y me había metido en la cama. Lo que más me dolió es que no se quedó conmigo, aunque no puedo pedir más. Yo solita me he buscado estar así, por lo tanto, no me puedo quejar.
Fui a la cocina y me preparé un café calentito que acompañé con un ibuprofeno por el dolor de garganta y de cabeza. Me senté en la mesa y encontré un papel plegado donde normalmente se sentaba Silvia. Lo cogí temblorosa y lo miré. No tenía lo que había que tener para abrirlo. La dejé encima de la mesa y durante mi desayuno no dejé de mirarla, como si automáticamente fuera a explotar. Me senté en el sofá y me puse a ver la TV, necesitaba despejar la mente. Cada vez sabia que me encontraba peor porque un frío atormentador me subía por la espina dorsal. Decidí prepararme un baño caliente porque así alomejor me relajaba un poco. Cogí el papel que había dejado Silvia y me lo llevé al baño, tenía que leerlo ya, ya basta de hacer tanto el gilipollas y retrasar lo inevitable.
Cuando ya estaba dentro de la bañera, cerré los ojos y respiré hondo. Me sequé bien las manos y cogí el papel blanco dispuesta a leer. Imaginaos mi sorpresa cuando lo abrí y vi que no había nada escrito. ¿Qué significaba eso? ¿Quería mandarme algún mensaje o simplemente se lo encontró en el suelo y lo puso encima de la mesa? Qué gilipollas soy, pensé. Tenía la esperanza que Silvia hubiera dado el paso y hubiera abierto un camino para volver a estar juntas, como siempre hace. Quizás por eso no hace nada, porque quiere que lo haga yo. Ella es la fuerte, la atrevida, la irracional de la relación. La que rompe los esquemas de cualquiera y después no hay manera de reconstruirlos.
El timbre. Había sonado el timbre. Rápidamente me tapé con lo que encontré y fui a abrir la puerta, ilusionada por pensar que podría ser ella. Abrí y, efectivamente, no era quien yo me esperaba.
-¡Hermanita! - gritó Belén antes de venir a abrazarme.
-Hola peque, ¿qué haces aquí?
-Nada, quería darte una sorpresa. ¿Qué te parece si pasamos el finde juntas? ¿Y Silvia?
Mi cara respondió a su pregunta. Rápidamente me abrazó y me llevó al sofá para que le contara todo lo que había pasado.
-Joder Ana... Lo siento.
-No lo sientas, yo mismita me lo he buscado.
-Seguro que volvéis, no temas. Se te veía muy enamorada cuando la mirabas, hablabas con ella o simplemente pensabas en ella. Más que con David.
Supongo que tiene razón, no lo sé. Mi personalidad autodestructiva no me permitía ver que David eres tóxico para mí, yo creía que de verdad estaba enamorada de él. Pero Silvia, como no, me demostró lo contrario. Me demostró que ella fue la primera persona a la que amé de verdad.
-Pero bueno hermanita, no temas - dijo Belén cambiando de tema - hoy olvidas tus penas como nosotras sabemos.
Sonreí y asentí. Pasar el finde con mi hermana me haría bien. Así conseguiría sacarme a Silvia de la cabeza aunque solo fuera un rato. Decidimos que esa noche iríamos a un bar y luego a una discoteca cercana, simplemente a ver el ambiente y a bailar y despejarnos un poco.
El bar al que fuimos era de los que a mí me gustan, los de toda la vida. La barra de madera, ese ambiente característico y esa mezcla de olores tan diferentes entre sí. Belén y yo hablamos de todo, mientras iban cayendo cervezas y copas, muchas copas. Llegamos a un punto donde las dos no éramos conscientes apenas de dónde estábamos. Quizás esa era la única manera de hacer que el dolor aminorara, ahogarlo en alcohol. Fuimos a la discoteca de al lado pero Belén no aguantó y vomitó en la bota del segurata. Yo lo miré y le pedí perdón mientras me llevaba a Belén y la sentaba en la acera y hacía que tumbara la cabeza.
-Lo siento - dijo apunto de llorar - yo solo quería que te olvidarás de todo.
-No te preocupes cielo, todo está bien. Llamaré un taxi e iremos a casa - sonreí mientras acariciaba su cabeza sudada.
Colgué el teléfono y lo volví a meter en el bolso. En media hora vendría un taxi a recogernos y nos llevaría a casa. Pasó un cuarto de hora y Belén parecía encontrarse mejor, aunque aún tenía un poco de malestar en el estomago.
-¿Ana? ¿Belén?
Levanté la cabeza porque no reconocí la voz que nos estaba llamando, y era raro que alguien conociera a mi hermana en ese barrio. Cuando vi quién era, bajé la mirada. No puede ser, eso sí que no.
-Hola, David - le saludó mi hermana - ¿cómo estás? - odié a Belén por no ignorarlo, pero no puedo culparla, ella no sabe nada de nada. Mi familia solo sabe que lo dejé, no el porqué.
-Bien, pero vosotras no. ¿Qué os ha pasado?
-He vomitado - dijo Belén arrastrando las palabras - esperamos a un taxi que nos lleve a casa.
-Ni se os ocurra - saltó él - os llevo yo, que vivo cerca. Además, ya tenía ganas de irme a casa.
Belén me miró pidiéndome permiso. Yo no quería, no quería volver a depender de él una vez más. Pero Belén se encontraba mal y necesitaba ir a casa. Yo aún seguía con un pedo monumental, así que también acepté a regañadientes. Subimos a su coche, yo en el asiento del copilotos. Ese coche había visto tantas peleas, tantos gritos y tantas reconciliaciones... Y aquí estaba otra vez, donde había pensado que no volvería a estar nunca.
Llegamos al portal de mi casa y David aparcó delante mismo. Ayudó a bajar a Belén y la llevo al portal. Yo bajé por mis propios medios hasta que vino él a socorrerme. Lo miré de mala gana y decidí rendirme y dejar que me ayudara. Llegamos al portal y Belén ya había entrado, dejando así la puerta abierta. Fui andando hacia allí como pude hasta que su mano tiró de mi brazo y me encontré encima de sus labios.