III

300 38 16
                                    

Mi alarma volvió a sonar, y como siempre, la apagué. Mi vida parecía el día de la marmota, siempre lo mismo. Desayuné mi café con una tostada y fui a la oficina. El autobús se retrasó y llegué corriendo al trabajo. Me senté en mi silla y cogí aire, necesitaba respirar.

-Bueno, hola a ti también - dijo Silvia dirigiendo su mirada hacia mi.

-Hola - dije suspirando

-¿Siempre llegas fan apresurada?

-No, es que el autobús se ha retrasado.

-Entonces, ¿eres puntual? - preguntó ella con la ceja levantada.

-Puntualidad británica - asentí.

-Perfecto, hoy a las 9 te quiero lista.

Levanté la ceja en señal de no entender nada. ¿A las 9? ¿Para qué quería que estuviera lista a tal hora?

-¿Te crees que no me he enterado que hoy es tu cumpleaños? Felicidades, enana - dijo guiñándome el ojo.

Abrí la boca en señal de sorpresa. No entendía cómo pudo haberlo sabido, si nadie lo sabe. Nunca digo que es mi cumpleaños, no me gusta nada celebrarlo.

-¿Cómo...?

-¿Importa eso? Deja que te lleve a cenar.

Sonreí y asentí. Supongo que por mucho que intente decirle que no, acabará sacándome de casa. Mejor salir a cenar y pasar un buen rato que enclaustrarme en casa, ¿verdad?. El día me pasó rápido, tenía ganas de ir a cenar con Silvia y tener la oportunidad de conocerla, hacer una... Una amiga. Quería tener a alguien con quién contar cuando las cosas vayan aún peor, alguien a quien sentir cerca sin necesidad de que lo esté físicamente.

-A las 9 te paso a recoger - dijo Silvia cuando se levantó de su silla - Ponte guapa... Más aún.

Sonrió y se fue. ¿Más aún? Me quedé clavada en mi sitio mientras ella se alejaba por la puerta principal. ¿Guapa, yo? Nunca nadie me había lanzado un piropo así.

Llegué a casa y puse la lavadora, lavé los platos e hice el baño. Estaba nerviosa, podía notarlo porque no paraba quieta. Me fui a la ducha a las 19:30, ansiosa por hacer algo,la espera me alteraba. Cuando ya estaba duchada y peinada, fui a buscar algo que ponerme. No tenía vestidos ni nada para arreglar, siempre había sido una mujer sencilla.

-Joder, qué me pongo ahora...

Seguí rebuscando en el armario y vi una bolsa transparente que descubría un traje negro. ¡perfecto! El vestido del bautizo de mi sobrina. Lo cogí y me lo puse, por suerte aún me cabía. Busqué los tacones a juego y la chaqueta. Ya estaba lista. Miré el reloj y eran... ¡Las 20:30! ¿Aún? ¿Qué hago yo esta media hora? Los nervios me consumían, y no sabia ni por qué. La razón por la cual estaba nerviosa era por.. ¿Por salir a cenar con alguien? O porque ese alguien era... ¿Era Silvia?

El timbre sonó y me distrajo de mis pensamientos. Miré el reloj y solo habían pasado cinco minutos. Fui corriendo a responder el telefónillo.

-¿S..Sí?

-No. Abre anda, soy Silvia.

-¿Qué haces aquí?

-Coño Ana abre, que tengo frío.

Pulsé el botón para abrir la puerta y esperé. Subió por el ascensor y cuando salió empecé a reír. Iba con un vestido negro, al igual que yo. Parecíamos hasta hermanas, las dos con gafas, pelo recogido y vestido negro.

-Viva la originalidad - dije sonriendo.

-Bueno, la primera broma que te oigo. Estamos progresando, amiga.

Se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y fue a sentarse en el sofá. Cerré la puerta y no me giré hacia ella porque no quería que notara que me había puesto roja como un tomate.

-Estás muy guapa - dijo cuando me giré.

-Y tu - le sonreí.

-¿Me haces un tour por la casa? Tú ya has estado en la mía.

Y tal y como me pidió, le hice un tour por mi pequeño hogar. Parecía que le gustaba lo que veía, aunque fuera una casa sencilla sin nada que ofrecer, exactamente como yo.

-Me gusta tu casa, es acogedora - dijo sentándose en el sofá.

-¿Por qué has venido antes?

-¿Te molesta?

-No.. Yo no he dicho eso...

-Ya lo sé, boba. Pues porque quería ver tu casa, nada más.

Sonreí e instintivamente le alargué mi mano para que la cogiera. Así lo hizo e hice que se levantara para así ir tirando.

-Te va a encantar el restaurante, ya verás.

Asentí. Me sentía especial al tener a alguien que por mi cumpleaños me llevaba a un sitio a cenar. Puede que parezca una tontería, pero nunca nadie había hecho algo así, algo desinteresado por mi. Y encima era ella, una mujer la cual conocía desde hacía dos días.

Razón no le faltaba al decir que me encantaría el restaurante. Comimos de maravilla, y el ambiente era... Un poco romántico, la verdad. No me molestaba en absoluto, algo que también me pareció extraño al principio. Silvia no me dejó pagar mi parte de la cuenta, así que cuando salimos la invité a un par de copas, para pagárselo así.

Fuimos a un bar de al lado del restaurante y pedimos. Creo que nos pasamos un poco con la bebida, yo almenos. Me solté más, parece que con la cena y con las copas de vino que acompañó la comida me había tragado mi timidez, almenos por un rato.

-Venga Ana, vamos a casa que al final acabaremos mal - dijo Silvia con lágrimas en los ojos de reír.

Por el camino íbamos riendo sin sentido, parecía que me estuvieran haciendo cosquillas unas manos invisibles. La verdad era que me sentía libre. Parecía que las cuerdas que me ataban se habían aflojado un poco, hasta podía decir que bastante. Y solo ella había conseguido eso en tan poco tiempo. Bueno, en tan poco tiempo y en toda mi vida.

-Ana, mi casa está por ahí. Nos vemos mañana, ¿vale?

Fui a despedirme de ella con un abrazo, el cual ella no rechazó. Me separé y me quedé mirando sus ojos con una sonrisa. Esta se esfumó al ver que Silvia, lentamente, se iba acercando más a mi cara, concretamente a mis labios. Sus ojos iban cerrándose lentamente, ya podía notar su aliento en mi boca.

El valor de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora