XXXIII

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Me desperté y Silvia aún seguía dormida entre mis brazos. Me quedé allí como estaba, no me moví ni un pelo. Quería disfrutar del silencio y de la tranquilidad de ese ambiente. Parecía que estuviéramos en el mismísimo cielo. Se oía el ruido como de un río, y la naturaleza seguía su ritmo normal sin importar nada. Los pájaros seguían volando de un lado a otro y el viento seguía removiéndolo todo suavemente.

-Esto es maravilloso. - susurró Silvia al darse cuenta de que estaba despierta.

-Buenos días -  le respondí yo - ¿te he despertado?

-No, tranquila. Aquí se está mejor que en la caravana. - se rió.

-Pues nos quedamos un ratito antes de seguir -propuse.

Y así lo hicimos. Nos quedamos en ese sitio todo lo que quedaba de tarde y cuando empezaba a refrescar decidimos poner rumbo a mi pueblo para pasar almenos el día que nos quedaba allí.

Mi pueblo era tal y como lo recordaba. Seguía con ese olor característico, con la frescura del ambiente y con toda la gente saliendo de sus casas para encontrarse con otros. Todo el mundo se conocía allí, eran como una gran familia. Fuimos delante de una fuente que había a las afueras de mi pequeño pueblo, y me senté en el borde y miré a Silvia. Cogí su mano y la apreté fuerte contra mi pecho, quería que notara el latido de mi corazón.

-¿Qué pasa, Ana? - preguntó ella algo preocupada.

-Nada... Es esta fuente que me trae muchísimos recuerdos.... Aquí es donde di mi primer beso, donde me enamoré por primera vez.. Es tan...

-Especial - acabó ella mi frase. Nos quedamos en silencio un rato, hasta que levanté la vista y vi que ella me miraba con ternura. Le sonreí levemente y ella automáticamente me devolvió la sonrisa.

-¿Me dejas crearte un nuevo recuerdo? - me propuso.

Extrañada, asentí. Ella lentamente se fue acercando a mí y plantó sus labios sobre los míos con cuidado, de una manera tierna y suave. El beso me dejó sin aliento, casi que ni me lo esperaba.

-Ahora recordarás que a parte de todo eso, en este fuente te pidieron algo muy importante.

-¿Me pidieron? - pregunté incrédula.

Entonces ella se rió de mí a causa de incredulidad y hincó una rodilla en el suelo. Miró a las piedras que había sin levantar  la vista. Yo estaba que no me creía nada de lo que estaba pasando, mi corazón en cualquier momento me saldría del pecho. Silvia no decía nada, ni se movía. Yo empezaba a temblar y de mi boca no salió nada, ni un sonido.

-Ana, ¿quieres....?

No respiré y la sangre dejó de correr por mis venas. ¿De verdad iba a proponerme lo que yo creo?

-¿aún quieres venir a vivir conmigo? - levantó su brazo derecho y se sacó una llave del bolsillo. Automáticamente me levanté y me quedé frente a ella mirando hacia abajo, perdiéndome otra vez más en sus ojos.

-Por supuesto, claro que sí. - me encogí y cogí su cara entre mis manos para besarla - eres tan tonta - le dije encima de sus labios. - eres la más tonta del mundo - sonreí.

-Tranquila, lo que te pensabas que era ya te lo dejo para ti - dijo levantándose y guiñándome un ojo - pues.. ¿qué te parece si vamos ver nuestra casa?

-¿Ahora? - pregunté incrédula.

-Claro, ahora. Hay un rato de camino así que tendremos que espabilar, ¿no?

Silvia empezó a correr con nuestras manos entrelazadas hacia la caravana. Nos esperaba un largo viaje de vuelta.

-Ey - me quejé una vez dentro de la caravana - ¿no quieres celebrarlo? - pregunté acercándome a ella de una manera sensual y provocativa.

-Ana... Lle... Llegaremos tarde entonces - dijo nerviosa ante mi reacción.

-Y si llamas que llegaremos una hora... O dos... ¿Tarde?

No le dejé tiempo a que me respondiera, replicara o hiciera nada. Ataqué sus labios sin compasión, tenía sed de ella. Nuestras ropas volaron por toda la caravana y nuestros gemidos y suspiros inundaron esa pequeña estancia. Silvia mordía mi cuello con dulzura mientras mi mano se encargaba de darle lo que ella quería y hacerla llegar donde yo más deseaba que llegara. Nuestros besos eran desesperados, no nos queríamos separar por mucho que la respiración no nos dejara tregua. Era como si nos fuéramos a fusionar en un solo ser para poder sentirnos más y mejor.

Al cabo de una hora y media, muy a nuestro pesar, pusimos rumbo a Madrid de nuevo, donde nos esperaba nuestra nueva casa. Fuimos a casa de mi hermano primero a dejar la caravana, darle las gracias y coger nuestro coche. Silvia me iba dando las instrucciones para llegar hasta que llegamos a una pequeña urbanización en un barrio de lo más cuco y pijo. Entonces me guió por una calle sin salida y a la que giré a la derecha, vi un cartel que ponía "vendido" y a una mujer sonriente esperando delante de la puerta. Aparqué y antes de salir del coche le di un beso a Silvia y la abracé con ternura.

-Gracias - susurré en su hombro.

Ella me dio un beso en el hombro y salimos del coche. Nos cogimos de la mano y fuimos directas a donde estaba esa mujer, que parecía que hacía poco que nos estaba esperando.

-Buenas tardes chicas - nos saludó a las dos estrechando nuestras manos. - pasad a vuestra nueva casa.

Le hicimos casi y ella abrió la pequeña puerta que separaba el pequeño jardín delantero de la calle. Subimos unos escalones que había y observé un poco ese jardín. Era pequeño, había un columpio de esos donde caben dos personas y una hamaca en el otro lado. Seguro que nos tiraríamos ahí todo el día. Llegamos delante de la puerta de casa, blanca con una decoración de cristal a los lados. La chica se giró hacia nosotras y nos sonrió.

-¿Preparadas para ver vuestro nuevo hogar?

Nosotras dos nos miramos, sonreímos y asentimos a la vez. Ella se rió de la situación y abrió la puerta para dejarnos pasar dentro.

El valor de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora