Llevaba dos horas conduciendo por esa oscura carretera. La música me distraía pero notaba como mis párpados caían. Intentaba con todas mis fuerzas mantenerlos abiertos pero era un gesto totalmente involuntario. Sabía los riesgos que suponía conducir cuando no habías dormido, pero a causa de la emoción por la sorpresa a Silvia, no pensé en ello, no hasta ahora que me encontraba con la situación. Me daba pequeñas bofetadas en la cara para despejarme, pero ni eso funcionaba. No quería parar en medio de la carretera, y no encontraba ninguna estación de servicio y me empezaba a desesperar. Volví a pegarme y a sacudir mi cabeza a ver si notaba alguna mejora.
-Si quieres que te peguen solo tienes que pedirlo mujer, yo te ayudo encantada. - oí que me susurraban por detrás.
Automáticamente noté unos brazos que rodearon mi cuello con cuidado y me depositaban un beso suave en la cabeza. Sonreí instantáneamente y le eché una fugaz mirada.
-Buenos días cielo - le respondí.
-Qué dolor de espalda por dios - apartó las maletas y se sentó en el asiento del copiloto - esa cama no es muy cómoda, y menos si tu no estás a mi lado.
Mi sonrisa aún no se había esfumado desde que me había dado un beso en la cabeza y con ese comentario se incrementó sin yo darme ni cuenta. Silvia entonces puso su mano en mi muslo y se acercó a mi.
-¿Cuánto has dormido hoy? - me preguntó seria.
-Pues... Nada - admití.
-Para ahí y ve a dormir Ana, sabes que no es bueno lo que estás haciendo.
Me resigné y le hice caso. Paré la caravana y ella volvió a iniciar la marcha. Me senté en el asiento del copiloto y en un abrir y cerrar de ojos, Morfeo me ganó. Creo que nunca en mi vida había dormido tan mal. La espalda me crujía y cada vez que intentaba hacer un movimiento brusco notaba una punzada en el costado que me hacía acordar de toda mi familia.
Me sobresalté y me desperté de golpe. Una pesadilla. Miré a todos lados sin acordarme donde estábamos y cuando vi el panorama sonreí. Por el cristal delantero se veía un lago enorme de un azul precioso, un azul que hacía que te perdieras en él. Este lago estaba rodeado por unos árboles altos y abundantes, fuertes. Y ahí en medio del lago estaba ella. La que alteraba la calma de ese paisaje y la de mi vida.
Fui rápidamente a ponerme el bañador y fui hacia ella, que parecía no haberse dado cuenta que estaba allí.
-No me esperas ni para darte un baño - le susurré al oído.
Silvia pegó un bote y se giró hacia mí para luego sonreírme. Esa sonrisa era tan especial. Era la única que conseguía que solo al salir me saliera una sonrisa a mi. Me quedé observándola un rato mientras disfrutaba de la brisa que movía nuestro pelo discretamente y del paisaje. Esa vista te impartía una tranquilidad increíble. No sé si era ruido de los pájaros, las hojas movidas por el viento o el ruido que la naturaleza producía en sí que hacía de ese lago un paraíso.
-¿Te apetece un baño? - le pregunté mientras mi dedo bajaba suavemente por su brazo
Ella asintió tranquila y cogidas de la mano nos dirigimos hacia el lago. El agua estaba fresca, hizo que cuando mis pies la tocaron me estremeciera y se me pusieran los pelos de punto. Silvia, la muy bruta, se tiró de cabeza, sin preámbulos. Yo iba a mi ritmo, no quería constiparme porque me conocía perfectamente. Hacía que mi cuerpo poco a poco se acostumbrara al agua. Pero un brazo tirando de mi me impidió seguir con ese tranquilidad.
-Está fría - me quejé.
Cuando fui consciente tenía a Silvia sonriendo delante de mí, rodeando mi cintura con sus piernas y acariciando mi mejilla con sus dedos. Ignoró mi queja sobre la temperatura del agua y acercó su cara a la mía, mirándome con deseo y ternura a la vez. Fui a romper esa distancia para juntar nuestros labios pero ella, justo cuando nuestros labios se habían rozado un segundo, se apartó abriendo un poco su boca para hablar.
-Ana - sonrió muy cerca de mi - todo esto es lo más bonito que ha hecho nadie por mi. Gracias.
-No tienes por qué dármelas. Te mereces todo lo bonito y bueno de este mundo.
Esta vez no dejé que escapara de mi beso y empecé a besarla con ansias devorando sus labios como si fuera la ultima vez que iba a catarlos. La apreté con fuerza a mi cuerpo mientras nuestros labios seguían en continuo contacto. Cada vez tenía más ganas de ella, nuestros cuerpo nos pedía más contacto, era como una droga para mí. Silvia desenrolló sus piernas de mi cuerpo y automáticamente, su mano acarició mi espalda con suavidad, para dirigirse sutilmente hacia mi barriga. Esas caricias eran suaves pero a la vez desprendían una pasión desbordante. Llegó a mi estómago y sin más demora esquivó mi parte baja del bikini y fue directa al lugar donde quería ir desde un principio, produciéndome así gemidos y suspiros. Besó mi cuello con cuidado, como si fuera de porcelana, mientras con su mano se adueñaba de mi ser y de mi alma.
Hice lo mismo que ella, mi mano se dirigió a su zona prohibida y ahí hizo de las suyas mientras también devoraba su cuello con cuidado. En ese lago no sólo se oían los ruidos de la naturaleza, sino que hubo un momento donde nuestros gemidos ganaron la batalla e inundaron todo ese paraíso.
Salimos del agua y nos sentamos en la hierba. No dijimos nada, simplemente nos abrazamos y en esa posición nos dormimos. Parecía mentira la paz que me daba esa situación. Parecía que todo el sufrimiento que día a día he intentado olvidar nunca hubiera existido. Y todo es gracias a ella, gracias a Silvia Abril.