XV

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Dios, que bien sentaba decirlo en voz alta. Me había liberado de un peso enorme, más grande de lo que me podría haber imaginado.

-Me... ¿Me quieres? - preguntó ella aún con la cara roja de llorar

Me encogí de hombros, asentí levemente y sonreí. Silvia me miraba con los ojos como platos pero en su boca había una sonrisa que apenas cabía en su cara.

-Más que nada en el mundo - añadí susurrando.

Silvia se abalanzó a mí y me besó con garra. Hizo que se me erizara la piel y que un temblor recorriera toda mi espina dorsal. Fue un beso bañado en lágrimas, las dos nos habíamos puesto a llorar como dos niñas pequeñas.

-No llores más, por favor - acaricié su cara.

-No puedo dejar de pensar que si hubiera aparecido antes en tu vida no hubieras tenido que pasar todo eso...

Junté nuestras frentes y sonreía mientras acariciaba su nuca para sentirla más cerca. Silvia había dejado de sollozar, ahora parecía que esa posición la tranquilizaba.

-Hubiera pasado lo mismo. Todo ha sido culpa mía, yo soy la que ha caído una vez tras otra con la misma piedra.

-Ni se te ocurra decir que todo eso ha sido tu culpa - Silvia se separó de mi bruscamente. - ni se te ocurra.

Se levantó y empezó a dar vueltas por el salón, eso lo hace cuando está nerviosa o cabreada, porque tiene tantos sentimientos y pensamientos rondando por su cabeza que no puede estar quieta.

-Silvia, vale, tienes razón, siéntete - le agarré del antebrazo y la volví a tumbar en el sofá.

Intenté tranquilizarla mientras acariciaba su cabeza, y al final se quedó dormida. Quizás tiene razón, y la culpa de todo lo ocurrido no es mía. Aunque fui yo que una vez tras otra iba detrás suyo, sabiendo lo que iba a pasar. Sabía que eso me destruiría poco a poco, como el tabaco. Te va consumiendo por dentro y no te enteras, hasta que llega un día que no hay marcha atrás. Me salvé a tiempo supongo, encontré en Silvia mi parche de nicotina.

La levanté y la llevé a la cama, la puse dentro de las sabanas y le di un beso en la frente. Fui al baño a relajarme, a mojarme la cara para despejar la mente un poco. Nunca le había contado a nadie lo que le acababa de contar a ella, y la verdad es que te hace sentir un poco más libre sabiendo que alguien comparte tu información.

Volví a la cama y me tumbé mirando al techo. Esa noche no iba a dormir, eso ya lo tenía claro desde el principio. Solo hacía que pensar, pensar y pensar, me comía demasiado la cabeza.

-Gracias -  dijo Silvia de golpe

-¿Por qué? - pregunté extrañada.

-Por decírmelo - afirmó ella. - por confiar en mí.

-Siempre - susurré mientras buscaba su mano en la oscuridad.

Volvió a reinar el silencio y yo y Silvia teníamos las manos entrelazadas. Yo seguía mirando el techo perdida en mis pensamientos, en todos los malos recuerdos del pasado. Pero llegué a una conclusión... Estos recuerdos se iban a borrar, iba a volver a ser la Ana de antes. Ahora en mi solo cabrían recuerdos buenos, recuerdos al lado de Silvia.

-Silvia - susurré - ¿estás despierta?

-Sí, dime - me respondió al instante

-Que te quiero. - le volví a repetir. Sentaba bien decirlo, sentaba muy bien.

-Y yo a ti - se giró de cara a mí y noté su mano encima de mi mejilla.

Juntamos nuestras frentes y nos dormimos así, como dos tontas perdidas.

A la mañana siguiente me levanté por un golpe que Silvia dio en la cama. Oí como se cagaba en todo lo cagable por lo bajini y no pude evitar ponerme a reír.

-Buenos días a ti también - sonreí.

-¡Ana! Mierda, ¿te he despertado?

-Un poco - dije frotándome los ojos.

-Pues vuelve a dormir. - dijo ella inmediatamente.

-¿Qué tramas? - me reincorporé.

-Nada. ¿Yo? ¿Qué voy a tramar? Solo quiero que mi chica descanse, nada más.

-No sabes mentir. - me reí - dime qué trama usted señorita Silvia Abril.

Silvia me miró y salió corriendo al comedor, dejándome a mi clavada en la cama. Me levanté al instante y corrí detrás de ella.

-¿Es esto uno de tus juegos sexuales? Siempre igual Silvia ya no sé ni...

Llegué al comedor y tuve que parpadear a causa de la luz que había, pero el concepto lo había captado.

-¿Qué haces con esto? -pregunté acercándome más.

-Casi me pillas con las manos en la masa - se rió.

Silvia tenía encima del sofá dos maletas hechas y la mesa estaba preparada con un desayuno que olía que daba gusto. Vino cerca de mí y me dio un beso en la mejilla. Me arrastró y me sentó en la silla que estaba más próxima a mí y ella se sentó delante.

-¿Y todo esto? - pregunté.

-Nada, ya una no puede sorprender a su chica sin dar explicaciones.

Me reí y fui a sentarme en su regazo. Rodeé mis brazos en su cuello y le di un beso.

-¿No te acuerdas que hablamos de ir a la playa? Pues ahora más que nunca lo necesitamos, ¿no? Así que acaba y ve a vestirte, que nos vamos.

-¿A qué sitio exactamente? - pregunté abrazada a ella como un bebé.

-Eso ya es sorpresa. - dijo rodando los ojos.

-¿Me ayudas... A vestirme? - pregunté levantando una ceja.

-Yo todo lo que sea por ayudar... - se levantó y vino a paso rápido detrás de mí mientras me hacía cosquillas y empezaba a subirme la camisa del pijama.

Una hora y media más tarde estábamos camino a un sitio desconocido. Qué mujer tengo al lado, de verdad. Pienso que no puede sorprenderme más, pero cada vez se supera.

-Sabes Ana, te admiro.

-¿A mi? Silvia Abril me admira a mi, ¿a Ana Morgade?

-Pues sí. Te admiro por lo fuerte que eres, porque sigues con una sonrisa después de todo lo que te ha pasado... Y por eso te admiro.

-Sabes, perdí la sonrisa durante mucho tiempo, no te lo voy a negar. Pero gracias a ti, señorita, la he recuperado.

El valor de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora