Hanna

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Gritos y golpes, siempre gritos y golpes. Un fuerte ruido la hizo girar la cabeza, aterrada, ya casi una costumbre. Agarró sus rodillas con más fuerza, intentando hacerse más pequeña, no quería que la encontrara, porque cuando ella la encontraba, le hacía daño.

Hanna estaba en su escondite secreto, un pequeño armario empotrado en la esquina de la vieja casa destartalada. La pintura descascarada y los agujeros en las paredes eran el testimonio de los años de abuso y neglicencia. La casa estaba sumida en un silencio espeluznante, solo roto por los horribles gritos de su madre.

-Hanna- la voz dulce de su madre se había vuelto una pesadilla, un tormento del que no podía escapar- las voces me dicen que no has sido buena Hanna. ¿Dónde estás?- canturreó abriendo de repente una puerta cercana a ella. Iba a encontrarla, siempre la encontraba- Mi pequeña, prometo que si sales ahora, no les haré caso a las voces.

Hanna tembló. Ella siempre decía eso, pero no era verdad. Una vez salió de su escondite, y su madre le hizo mucho daño. Las voces eran malas, su madre decía que venían del mismísimo infierno para castigarla por sus pecados.

-Ohhhh Hanna- gimoteó lastimosamente su madre antes de abrir el armario donde ella se hallaba- te tengo- gritó triunfante al agarrarla del cabello. La arrastró hasta la sala de estar, donde las paredes estaban cubiertas de arañazos y manchas de sangre. Había muebles destrozados y vidrios rotos en el suelo, como si la casa fuera un reflejo del tormento que vivían dentro de ella. La madre la reprendió, sentándola en una vieja silla de castigo de madera, a la que le habían añadido correas de restricción. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas sucias y rotas,tablones de madera y trozos de periodicos, y la única luz que entraba era un débil destello de sol que parecía luchar por penetrar el oscuro ambiente.

-No- gimoteó- mamá- su madre la acalló con una mano temblorosa contra sus labios, luego cogió sus puños cerrados y los abrió a la fuerza sobre los apoya-brazos de la silla. Las uñas afiladas de su madre rozaban su piel descubierta, arañándola con malicia.

-Calla demonio- gritó enfurecida, dejando caer el primer golpe de una regla rota contra los dedos de Hanna. Hanna gritó de dolor, y eso solo le valió un segundo golpe.

Un atronador ruido la hizo cerrar los puños en un último intento por protegerse, aunque sabía que eso solo le haría ganarse más golpes. La luz entró a la sala por una de las ventanas, ahora rota. Un hombre vestido de militar apuntó su arma contra su madre, quien estaba fuera de sí, y esta última lo atacó con uñas afiladas. Tres disparos sonaron antes de que el cuerpo sin vida de su madre tocara el suelo.

-Ya está, pequeña- el hombre se arrodilló ante ella, liberándola de las correas y recogiéndola con ternura. La casa parecía un lugar de pesadilla, con sus pasillos oscuros y sus muebles destrozados, una prisión donde había sufrido durante años- voy a cuidarte, ¿de acuerdo? Te sacaré de aquí. Te espera gente buena.

Hanna temblaba en brazos del soldado mientras este rodeaba su frágil cintura y la alzaba tiernamente. Un paso tras otro, Hanna se alejaba de la pesadilla que había sido su vida y experimentaba la libertad por primera vez en años. El mundo exterior se extendía ante ella, un lugar luminoso y cálido que contrastaba con la oscuridad de su pasado.

-Llegamos a tiempo- informó el soldado al paramédico que atendía las manos heridas de Hanna- aunque no puedo imaginar el infierno por el que has tenido que pasar.

Pero a Hanna eso le daba igual. Miraba a su alrededor, descubriendo un mundo lleno de belleza, y aunque estaba llena de cicatrices, sabía que por fin estaba a salvo.

Después de años de oscuridad y abuso, Hanna se encontraba ahora rodeada de un mundo que le parecía mágico. El sol iluminaba el paisaje con su cálida luz dorada, inundando sus sentidos con una calidez que nunca había experimentado. Observó los campos verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, salpicados de flores silvestres de colores brillantes. Los árboles se mecían con una suave brisa, y el canto de los pájaros llenaba el aire.

Hanna se atrevió a dar sus primeros pasos fuera de la casa cuando el militar la deposito con dulzura, sintiendo la hierba fresca y suave bajo sus pies descalzos. Sus ojos se llenaron de asombro al ver un cielo inmenso y despejado, sin las paredes oscuras de su antiguo hogar. Levantó la vista y se encontró con una inmensidad de azul, una sensación de espacio y libertad que le hizo creer que finalmente podría sanar. La vida, con toda su belleza y posibilidades, se abría ante ella. Hanna, aún temblorosa por su nueva libertad, se arrodilló en la hierba y extendió los brazos al cielo, como si quisiera tocar el mundo entero y exprimir hasta la última gota de su libertad recién descubierta. Por fin, podía experimentar la belleza y la esperanza que la oscuridad le había negado durante tanto tiempo.

2. Kit fanfic nuevas especies (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora