Capitulo 14

291 17 0
                                    

-¿Qué pasa mami? -preguntó Christine al cruzar la puerta de ingreso de su casa y ver a su madre hundida en el sillón y con el rostro escondido entre sus manos. -Por favor, dime ¿qué pasa? -volvió a preguntar esta vez corriendo hacia ella y con la puerta, todavía abierta, a sus espaldas.

-Perdóname hija mía. -dijo balbuceando Nathaly, sin atreverse a levantar la mirada.-Perdoname por lo que te hice. Por favor.

-Pero, ¿de qué hablas? ¿Qué hiciste? Dime por favor. -dijo la muchacha, casi al borde de las lágrimas, para luego arrodillarse al frente de su madre y tratar, vanamente de que esta la mirase.

-Fui yo la culpable de que tú estés así. Yo, tu propia madre. -siguió hablando la madre, sin que eso le permitiese a la hija saber de qué hablaba.

-Mami, por favor. No me gusta cómo estás hablando. -respondió la hija ya bañada en lágrimas.

-Siéntate por favor. -dijo ya la madre, recuperando en algo la compostura.

Christine se levantó y se sentó al lado de su madre que levantó su cuerpo y se empezó a limpiar las lágrimas que mojaban todo su rostro.

-Tengo que contarte algo. Algo que sucedió hace muchos años. Antes de que tú nacieras. -empezó hablando Nathaly, con una voz pausada y ya casi totalmente repuesta.

-No puede ser. Estás mintiendo. Eso no puede ser mi imaginación. -dijo Christine cuando terminó de escuchar la historia de su madre, que luego de descargar en su hija toda la historia, había vuelto a permanecer en silencio. Esperando la terrible respuesta que ya temía.

-Yo también lo pensé así. Pero todo encaja a la perfección. Mi golpe. El absoluto olvido de lo que sucedió en mi luna de miel. Tu sueño. La fecha en que surgió el recuerdo. Todo. -respondió Nathaly, obligándose a mantener una voz tranquila, para no caer en el mismo nerviosismo en el que estaba su hija.

-No. Es imposible. Lo recuerdo perfectamente. Todavía siento sus manos sobre mi cuerpo. Incluso puedo olerlo. Escuchar su jadeo. Sentirlo dentro mío. No. Me estás mintiendo. ¿Por qué? ¿De dónde sacaste esa historia?

-Tranquilízate hija. Por favor. -dijo Nathaly perdiendo un poco de la firmeza con la que había contado la historia. -Sé que es algo extraño. Yo mismo todavía no logro comprenderlo. Pero es algo que sucede a veces. Una cobardía que tenemos algunas madres de no querer cargar con nuestros problemas. De pasar a nuestros hijos cargas emocionales tan pesadas. Por eso te pido que me disculpes. Por favor.

-No mamá. No te creo nada de lo que estás hablando. Y no me has dicho de dónde sacaste esa historia. Porque no creo que la hayas inventado sola. Estuvo esa abogada por aquí, ¿no es así? -preguntó con firmeza Christine, con su mirada fija en los ojos de su madre, tan fuerte que la obligó a inclinar su rostro para escapar de esos rayos que salían de los ojos de su hija.

-He preguntado si estuvo esa abogada por aquí. -volvió a preguntar Christine ante el silencio prolongado de su madre.

-Sí. Por supuesto que sí. -concluyó Christine al no recibir respuesta de parte de su madre. -De dónde sino de ella podrías sacar una historia tan absurda. ¿No te das cuenta que te está manipulando? ¿Que te está engañando para protegerlo? ¿Para hacerte creer que ese que se dice mi padre, es inocente? Pero no. Por Dios que no lo es. No me puedes decir que es mentira, porque yo lo sé. Lo sé porque todavía lo siento sobre mi cuerpo. Y por eso es que lo odio. Y quiero que se pudra en la cárcel por lo que me hizo. A mí. A su propia hija. ¿Qué tipo de abominación es esa que viola a su propia hija? Pero no. No solo se conformó con eso. Ahora quiere hacernos pasar por locas. A las dos. No. Eso es peor. ¿No te das cuenta de lo que está haciendo? ¿

El silencio y las lágrimas fueron las únicas respuestas que pudo dar su madre, que permanecía sentada, a un lado de su hija, en la misma posición en la que la había encontrado cuando entró en su casa.

-No mamí. No te dejes manipular. No te puedes poner de parte de él. Yo soy tu hija. Y soy mujer. Y por eso es que deberías apoyarme a mí. No a él. -seguía lanzando las palabras, cual puñales que atravesaban la débil protección de su madre.

-Yo soy la culpable de todo esto. -murmuraba Nathaly para sí, al no encontrar ningún tipo de consuelo. -Dios. Ayúdame. Devuélveme ese recuerdo. No permitas que mi hija sufra. Por favor

-Buenos días Victoria. -sonó la voz al otro lado del teléfono móvil.

-Deja tu falsa cortesía. -respondió Victoria con una voz poco amigable. -De una vez, dí lo que tengas que decir y terminemos esta conversación.

-Pero, ¿por qué esa forma de conversar entre colegas abogados? -sonó en forma de reclamo, nuevamente la voz.

-Te ruego no me digas que soy tu colega. Si yo fuese el fiscal de distrito, te habría echado de la fiscalía muchos años atrás. Pero ellos no te conocen tanto como yo.

-Qué mal concepto tienes de mí. Te invito un café para que puedas conocerme mejor. Para que me des la oportunidad de defenderme. Es mi legítimo derecho a la defensa.

-Denegado. -respondió agriamente Victoria. -Y no quiero seguir esta conversación. Dime de una vez para qué me has llamado, o cuelgo inmediatamente la conversación.

-Está bien. Pero no pierdo la esperanza de conocernos mejor. Sólo te llamé para comunicarte que la fiscalía está emitiendo una orden de restricción para que no sigas molestando Christine y Nathaly Miller. Así que por favor deja de acosarlas. Te recuerdo que la restricción no solo es para visitarlas, sino que tampoco puedes acosarlas por teléfono. ¿Entendiste?

-Eso muestra lo bajo que eres. Seguro es que tú has solicitado al juez porque sabes que esta también te la ganaré. Eres un mal perdedor.

-No. En eso te equivocas. ¿Ves que nuestro problema es que no nos conocemos lo suficiente? Si me conocieras bien, no dirías eso de mí. Sigo esperando la invitación a tomar un café. Allí te contaré que, quien solicitó la restricción es la propia víctima. Me contó que has ido con historias fantásticas para convencer a su madre que no hubo tal violación. Que todo es invento de una muchacha un poco loca, que decidió acusar a su padre simplemente porque sí. Veo que estás desesperada. Solo así te pondrías a inventar semejantes tonterías. Por eso es que te espero en mi despacho. Tengo un café delicioso. Allí podríamos negociar. Tu cliente simplemente tendría que declararse culpable. Eso reduciría en algo su pena. Eso es lo que yo haría, por el bien de mi cliente.

-Estás loco si crees que voy a ir a tu despacho a negociar. Menos a tomar un café. Me daría vergüenza que me vean junto a semejante personaje. No. Nos veremos en el juicio. Y te voy a ganar. Ya me está gustando ver el rostro que pones cada vez que el jurado me da la razón. ¿Sabías que tengo la colección completa de tu cara en los juicios que te he ganado? Y en este también lo tendré.

-Eso lo veremos. Y nuevamente te advierto. No te acerques a las Miller. -dijo la voz en el teléfono, mostrando una rabia contenida, y colgó.

Búsqueda ProfundaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora