CAPÍTULO 8

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Los labios del apuesto pelinegro habían llegado para profanar los suyos, mandando una especie de corriente eléctrica por todas las terminaciones nerviosas al cuerpo del delgado chico.


Quizás se trataba del sueño que aún lo perseguía, o simplemente era que el dulce rubio había tomado cariño por aquellos labios sedosos que le acariciaban tan suave y febrilmente, como si fuese él la joya más hermosa.

Ji Yong se sentía ido, todos sus sistemas de alerta habían sido remplazados por centros nerviosos que experimentaban en ese instante el fino arte del placer. Sintieron sus lenguas rozándose, al grado en que no deseaban otra cosa más que sumergirse en la profundidad de sus pasiones.

El mayor hizo descender una de sus manos, acunando en su amplía mano una de las redondeadas y firmes mejillas, ganándose un jadeo por parte de aquellos labios rosas que tanto le gustaban. Con fuerza, el más alto logró que el cuerpo más delgado enrollase sus piernas alrededor de sus caderas.

Sus labios se movían con lentitud a ratos, para después hacerlo con una mayor rapidez, logrando que ambas cabezas dieran vueltas por tremenda sensación. Ji Yong había cerrado los ojos hacia rato, sin despegar aún sus labios, y unos minutos después, su cuerpo se vio recostado sobre suaves edredones. Abrió los ojos lentamente, encontrándose de primera mano con aquel par de oscuros ojos negros que le miraban como si él fuese el último trozo de carne sobre la Tierra.

Seung Hyun observó ese hermoso rostro, esas mejillas encendidas, esos labios hinchados por sus besos y esa mirada brillosa y dilatada. El pequeño cuerpo suyo respiraba agitado, tratando de volver el aire a sus pulmones. Le sonrió mientras una de sus manos se trasladaba a las finas caderas, comenzando entonces a acariciarle con lentitud, notando como el bello rubio cerraba los ojos y echaba la cabeza hacía atrás; escabulló su mano bajo la delgada prenda que portaba el menor, sintiendo la piel bajo sus dedos hundiéndose.

No fue necesario para Seung Hyun decir nada, simplemente se dedicó a mirar la reacción del más joven segundos antes de que retirara la delgada prenda superior, teniendo a su deleite aquella blanquecina piel que le llamaba para ser lamida y marcada por sus labios. Inclinándose sobre el cuerpo más pequeño, el pelinegro emprendió un recorrido desde el pequeño ombligo, lamiéndolo lentamente, robando una pequeña risa boba de parte del más joven. Ascendió lentamente, dejando en el transcurso, calientes besos y obscenas lamidas, mismas que sólo lograron que el menor se volviese un desastre de gemidos mientras hundía sus largos y delgados dedos entre las hebras de seda negra del millonario. Viéndose de pronto frente a un par de protuberancias rosadas, el pelinegro sonrió mientras alzaba la mirada, encontrándose con aquellos ojos color caramelo que tanto le volvían loco.


—Seung Hyun.— gimió el pequeño chico, consiguiendo solamente que una parte de la anatomía del mayor se hinchara más. Sin importarle absolutamente nada, el mayor tomó en su boca el pequeño botón, comenzando a lamer con su lengua lentamente, dando movimiento de atrás adelante, mordiendo quedamente con sus dientes e incluso jalándolo hacia sí— Por favor. —imploró el rubio, no sabiendo si quería que el mayor continuase o parase.


Minutos después, la pasión y el deseo fueron incrementando hasta un punto en el que ya no había retorno. Ji Yong fue despojado de todas y cada una de sus prendas, sintiendo entonces una especie de temblor recorrerle todo el cuerpo. Abrió los ojos cuando sintió que el pelinegro descendía, repartiendo besos a lo largo de su cuerpo y justo en el momento en que sus miradas se encontraron, el mayor le tomó en su boca, arrebatando un chillido de placer de sus labios, a la vez que tomaba entre sus dedos el suave edredón.

Seung Hyun subía y bajaba, acariciando con sus dedos la parte que su boca no alcanzaba a cubrir. Ahuecaba sus mejillas y lamía con su lengua la punta en forma de hongo, tratando de darle al menor todo el placer posible. Quería que disfrutara de una de sus primeras experiencias íntimas, y es que el pelinegro creía eso, que el más joven era inexperto. Creía que había sido sincero en todo momento.

DRAGÓN DE DOBLE CARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora