CAPÍTULO 13

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¿Soy un idiota por creer que tu corazón es puro y no está vacío?

Los días nunca le habían parecido tan singulares, en específico por la mañana cuando apenas abría los ojos, sin embargo, ese en particular podría atesorarlo por el resto de su vida.

Con una suave sonrisa adornándole los labios, recorrió con las yemas de sus dedos el bello y perfilado contorno de ese andrógino rostro. No era que su amante fuese femenino, al contrario, sin embargo no tenía nada que envidiarle a nadie, ni siquiera a una mujer.

Su suave caricia recorrió la tersa piel, emprendiendo camino sobre la unión del cuello y el hombro, delineando con sumo cuidado las afiladas clavículas y el estrecho hombro, deleitándose con la exquisitez de esa piel lechosa que se había atrevido a arañar con los dientes la noche anterior, como si de alguna manera quisiese reclamarlo como suyo.

Perdiéndose en sus propios pensamientos, ignoró todo lo demás. Inclinándose sobre el cuerpo más pequeño, delineó con su húmeda y tibia lengua los músculos definidos, dejando un traslucido camino de saliva. Con suaves mimos, recorrió dulcemente la blanquecina piel, permitiéndose explorar sin temor, como si en verdad ese cuerpo le perteneciera, como si fuese una extensión de sí mismo.

Rasguñando con sus dientes la tierna piel de los suaves pectorales y yendo un poco más abajo, lamió entonces los definidos abdominales, acariciando con su lengua el pequeño ombligo, delineando el par de tatuajes sobre éste, sonriendo en el transcurso. Sus largos y gruesos dedos se aventuraron a tocar con entusiasmo los lechosos y llenos muslos, dándose espacio entre ellos para que sus labios recorrieran impacientes la desnuda intimidad, importante bastante poco que los cortos rizos castaños le picaran en las mejillas mientras su lengua se hundía en lo más recóndito de aquella anatomía.

En medio de un agudo y fuerte gemido, el más joven arqueó su espalda mientras sentía la extraña sensación recorriéndole cada terminación nerviosa. Apretando los ojos, enterrando la cabeza sobre la almohada y empuñando las suaves sábanas con sus manos, se permitió experimentar una sensación alucinante. Su respiración se tornó irregular y los latidos de su corazón se descontrolaron a tal punto en que estaba seguro que en algún momento podría darle un paro cardiaco. El tibio sudor perló su lechosa piel, siendo una prueba irrefutable de la alta temperatura en su cuerpo.

Sonriendo ladinamente, el mayor se alzó para deleitarse con la preciosa escena que había provocado. Su amante, con el cabello revuelto y las mejillas enrojecidas, los parpados fuertemente cerrados y una gota de sudor recorriéndole el contorno del rostro. Tendiéndose sobre el cuerpo más pequeño, los fuertes y constantes latidos de corazón se impactaron contra su propio pecho.

Alzando con su dedo índice el pequeño rostro, fue en busca de esos apetitosos labios rojizos, tibios e hinchados por las constantes mordeduras, atrapándolos en un ardiente y necesitado beso que les exigió todo de sí mismos.

Buenos días...— murmuró adormilado el más joven. Recibiendo una conciliadora sonrisa, sonrió mientras sentía las manos del mayor acariciando cada centímetro de su piel desnuda, junto con aquella necesitada intimidad frotándose contra la suya.

Buenos días, mi amor.— ronroneó el más grande, acariciando con la punta de su nariz la tierna piel del cuello, aspirando ese dulce aroma fresco.

—Tienes una manera muy particular de despertarme.— ambos sonrieron— Y especialmente, me ha encantado.— ronroneó. Invirtiendo posiciones, fue el más joven quien se dedicó a acariciar con las frías yemas de sus dedos la morena piel, deleitándose con la suavidad y endulzándose el oído con los graves quejidos que se desprendían de entre los llenos labios.

DRAGÓN DE DOBLE CARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora