Los días pasaron con nuestra acostumbrada rutina de que nada, absolutamente nada, es lo mismo. Las sorpresas son la rutina cuando se vive con Sherlock Holmes. La vida seguía, como la constante sucesión de cambios que es. A veces bruscos, a veces discretos. El caso de la chica había quedado archivado como los demás, junto a los triunfales y a las... tragedias.
A pesar de todo, aquella nube oscura cargada de angustias que me seguía a todas partes había reducido su tamaño, aunque aún estaba ahí. No podía simplemente desaparecer, pero si controlarse.
En una tranquila mañana en Baker Street, los rayos del sol atravesaban la ventana y formaban un caminito de partículas de polvo flotantes, que iluminaban los rizos de mi compañero.
Yo sólo admiraba la sencillez de la perfección que para mí era verlo. Desayunábamos en el comedor, y él se encontraba absorto en sus pensamientos.
De repente, los ojos claros de Sherlock se cruzaron con los míos.
--La digestión me ralentiza- reclamó- Eres doctor, John. Sabes que el proceso de digestión requiere energía, energía que debería de usar para concentrarme en este asunto.
Sonreí. Estos comportamientos eran de lo más infantiles.
- ¿De dónde obtenemos energía, Sherlock? De los alimentos. Así que cállate de una vez y come. -- respondí, mientras llevaba a mi boca un pedazo de omelette, que la señora Hudson, muy amablemente, nos había preparado a falta de comida real en el refrigerador.
-Sabía que dirías eso. - rezongó Sherlock- Eres increíblemente terco.
-Bueno... aprendí del mejor. Y debes de comer esto, al menos que quieras que caliente los dedos de aquel cadáver en el microondas.
Sherlock gruñó. Yo fruncí el ceño.
- ¿Y de cual asunto hablas, Sherlock? Acabaste de enviar un texto a Greg diciéndole quien fue el asesino del policía ¿recuerdas? Por el adhesivo en la gorra y todo eso.
- ¿Greg? - preguntó Sherlock, como si yo hubiera inventado el nombre al momento.
-Lestrade
Sherlock lo ignoró.
-En fin, John. – Sherlock se levantó de la silla para llamar la atención. Empezó a caminar alrededor de la sala de estar, con las manos en su cabeza, revolviendo su cabello, como masajeando su cráneo- Sabes que mi mente es una máquina que no se detiene y necesita mantenerse ocupada. La gente ordinaria no sabe de lo que hablo- giré los ojos-Eso ya pasó, y no puedo estancarme en el pasado. Sólo los tontos hacen eso.
- Entonces soy un tonto. – comenté con un aire de tristeza.
-No tanto como otros. - Sherlock sonrió por un instante- Eres mi tonto. También eres el soldado más inocente, e ingenuo del...
Se quedó pasmado con la boca entreabierta, y su rostro palideció. Como si hubiera tenido una súbita revelación. Luego se sentó en su sillón de un tirón. Colocó sus brazos alrededor de sus piernas, abrazándolas, y su mentón sobre sus rodillas, encorvado.
Se hizo un ovillo. Parecía un preso con la mirada perdida.
- ¿Sherlock? - pregunté, alarmado.
Me aproximé a él.
-¿Estás bien? ¿Qué pasa? - recargué mi mano sobre su hombro.
-John...- susurró. Sus pupilas estaban contraídas, su mirada seguía perdida. Tal vez había pronunciado mi nombre involuntariamente, porque parecía estar en una especie de trance.
-Sherlock, no entiendo...
- El plan ya está. Lo he aceptado. - Sherlock empezó a temblar. Me asusté.
-Soy yo... ¿Soy yo parte del plan?
-¡Tiempo! ¡Necesito más tiempo! ¡Necesito que se detenga! –Gritó, y su cara enrojeció de la frustración. Me alejé un poco por la sorpresa, pero luego lo abracé, que fue lo primero que se me ocurrió, hasta que se tranquilizó. Lo besé en la mejilla. Nunca lo había visto así, parecía un ataque de nervios. Respiró hondo y cerró los ojos.
Nada de lo que decía tenía sentido. ¿De qué plan hablaba? ¿por qué necesitaba tiempo? Después recordé nuestra charla en Russell Square Gardens, cuando estaba a punto de decirme algo, pero cambió de tema. ¿Estaría relacionada?
Sherlock abrió los ojos y su temple de acero volvió.
-¿Qué fue eso? – Pregunté, angustiado. Estaba acostumbrado a que Sherlock se perdiera en su palacio mental y murmurara cosas, pero nunca, nunca, lo había visto así de alterado.
-Nada- respondió, cortante.
- ¡No mientas! –grité lo más fuerte que pude, no podía contener mis sentimientos, mis nudillos se volvieron blancos de tanto que apretaba mis puños. Odiaba eso, odiaba que fuera tan cerrado. – ¡Necesitas confiar en mí! Estoy harto de que me ocultes cosas ¡me preocupas demasiado!
- ¡Pues deja de hacerlo, John! ¿Por qué te importa tanto?
-Porque te amo, idiota
Sherlock desvió la mirada al suelo, cabizbajo. Parecía triste. Juraría que estaba a punto de llorar, si no fuera Sherlock.
Ambos guardamos silencio un buen rato. Hasta que yo hablé.
-Estaré en mi cuarto por si me necesitas. O si quieres hablar.
-Ajá.
Suspiré.
-Me quedaría si me lo pidieras.
-Entonces quédate.
Me acerqué a él.
-Entonces... ¿entonces quieres hablar sobre lo que pasó? - traté de sonar lo más cariñoso y cálido posible, cuando me senté en mi sillón, que daba de frente con el suyo. Pasé mi lengua por los labios. Tomé aire y suspiré lentamente - Lo que sea, yo entenderé. Todo está bien.
-No quiero hablar sobre eso.
-Bien... ¿por qué?
-Porque no quieres saberlo.
- ¿Y sobre qué quieres hablar?
-Sobre ti, John.
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Fix You
Fiksi PenggemarLa depresión llega sin saberlo y se oculta tras una sonrisa para John. Sherlock le demostrará que pueden superarlo juntos, mientras vive su propia lucha interna.