Capítulo 2

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ÁNGEL ESPINOSA

10 de Marzo de 2016


Hoy estoy de buen humor. El día es soleado e incluso María Guadalupe, mi mujer, que está aún durmiendo en la cama, parece más hermosa. Pero Rodrigo, un chaval de 18 años que apenas lleva tiempo trabajando para nosotros, se encarga de arruinarme el día.

-¿Qué quieres?

-La policía ha confiscado 27 kilos de nuestra cocaína en la ciudad.

-¿Otra vez? Últimamente se están pasando. Se ve que esos malnacidos no enseñan a los novatos cómo funcionan las cosas por aquí.

-En realidad... Ha sido el agente Valente.

-¡¿Cómo?! Ah... Se ve que tendré que hacerle una visita.

Voy a la comisaría de policía. Hablo con algunos policías que trabajan para mí, y me dejan entrar sin problemas. Entro en el despacho del oficial y me siento en una silla en frente suyo, ante su atónita mirada.

-¿Así que decidiste volverte un policía honrado? Después de todo este tiempo.

-Se podría decir que sí. Pero por supuesto, estoy abierto a negociaciones –esboza una sonrisa burlona.

-¿Qué quieres? –me río sonoramente -¿Dinero? ¿Quieres dinero?

-¿Qué me ofreces, narco? ¿Qué estás dispuesto a hacer para proteger tu mierda?

No lo puedo creer, maldito gringo hijo de puta. Se está atreviendo a desafiarme. Me hace gracia, este imbécil. Ese es el problema de los policías. Siempre llega el momento en el que creen que tienen ellos el poder, que pueden tomar las riendas. Y luego me toca a mí bajarlos de la nube.

-Y dime tú, agente... ¿Qué haría tu devota esposa Martha si se enterase de que eres un bastardo corrupto? Ah, ella que presume, tan orgullosa, de tu moral impecable de agente de la ley, ante las madres de los compañeros de clase del pequeño Antonio... Se llevaría un disgusto, ya lo creo.

Se tensa la cara del policía, y parece que se deja de bromas.

-Dame 500.000 y lo olvidamos, ¿vale?

-En el fondo me caes bien, Valente. Tienes claras tus prioridades. Ven esta tarde a esta dirección y te daré tu dinero. Comprende que no puedo traerlo aquí.

-Hasta entonces –me responde mientras yo sonrío, y me mira desconfiado.

Esa misma tarde voy al sitio acordado, un almacén abandonado que me llamó la atención cuando volvía del club destellos. Llevo un maletín con el dinero, aunque pienso regresar con él. Veo llegar al policía, con su uniforme bien planchado y una brillante placa.

-Buenas tardes, señor agente.

-Veo que has venido –mira el maletín, visiblemente satisfecho.

Le tiendo el maletín, y lo agarra. Lo deja encima de unos ladrillos para comprobar que está todo el dinero. Saco un chicle de la chaqueta y me lo meto a la boca.

-¿Quieres un chicle? –le digo mientras le ofrezco otro.

-No, gracias.

Mejor, sería una pena desperdiciarlo. Aprovechando que está distraído contando el dinero, me llevo la mano a la chaqueta, saco mi pistola, se la pongo en el pecho, y cuando me mira, dándose cuenta de que ha caído en mi trampa y de que nunca ha tenido el poder, disparo dos veces. Cae al suelo, muerto, y veo que algunos billetes tienen salpicaduras de sangre. Bueno, no importa. Recojo el maletín y me voy a casa.

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