Capítulo 4

3 1 0
                                    

SIMÓN SÁNCHEZ

11 de Marzo de 2016


Tras darnos un baño refrescante en un río de Nuevo León, mi madre, mi hermano mayor y yo, volvemos a casa, apenas son las 12 de la mañana, nos gusta darnos un baño matutino los días que no hay colegio, hoy hay ferias en mi ciudad por lo que niños y mayores tenemos fiesta. Mi padre no ha querido venir al río, nunca quiere, sale muy poco de casa, y si sale es por trabajo, aunque sigo sin saber cuál es su trabajo. Llegamos a casa, y ahí está mi padre, tumbado en el sofá y viendo la tele, es un vago, todo tiene que hacerlo mi madre. Mi casa es bastante pequeña, las habitaciones de todos están en la misma sala que el sofá y la tele, y que el comedor, sin puertas ni paredes, lo único que está separado es la cocina, donde mis padres van a discutir, y el cuarto de baño, tan solo un retrete sucio y un grifo que gotea, también hay una ducha, pero la utilizan más las ratas que nosotros. Echo de menos mi antigua casa, era enorme, al menos comparada con esta, tenía dos pisos, cada uno tenía su habitación, y comedor y salón estaban separados, además teníamos un baño enorme. Ah, y no se caían trozos de pared como ahora. Pero todo cambió un día, se acabó el dinero, mi padre trabajaba pero no le daba para pagar la casa, por lo que nos echaron, y acabamos aquí. En realidad, ahora mi padre gana más dinero, no sé por qué, pero le veo todos los días cuando lo guarda en esa caja con llave, aunque él nunca me ve, podríamos cambiarnos de casa, pero se empeñan en no gastarlo ni llevarlo a bancos.

¡Qué bien huele! Mi madre ha preparado un delicioso chuletón para cada uno, mi plato favorito, a pesar de aparentar ser pobres, respecto a comida no escatimamos en gastos. Nos sentamos todos a la mesa a disfrutar de esta delicia.

-Papá hoy he encontrado un cangrejo en el río.

-Ah ¿sí?, y ¿no te ha enganchado con las pinzas?

-No, pero lo ha intentado, pero es que yo soy muy listo. –mi padre ríe y asiente con la cabeza.

-Deberías venir algún día, papá. –dice mi hermano mayor, lo admiro mucho, está estudiando una carrera y a la vez trabaja, y tiene una novia muy guapa.

-Ya sabes que no me gusta salir mucho, hijo, tú lo sabes el que mejor.

-Sí, lo sé. –no entiendo de qué están hablando, ¿qué sabe mi hermano que yo no sé? Odio ser el pequeño.

Después de comer, a eso de la una y media, mi padre, mi hermano y yo, nos sentamos a ver la tele, mientras mi madre recoge todo. Después ponemos una peli. Cuando acaba, mi padre va al baño. De repente, una musiquilla empieza a sonar de la mesita de noche de mi padre, él sale del baño rápidamente, no le gusta que cojamos su teléfono, abre el cajón, y de su tremenda variedad de móviles, saca al que le luce la pantalla. No sé de qué estará hablando ni con quién, pero mi padre cada vez se está poniendo más nervioso y enfadado.

-¿Qué?..... ¿Uno nuevo?..... No lo sé, deberás darme más información, y después hablaré con mi jefe..... ¿Ahora?..... Ya voy, ya voy. Me tengo que ir, debo hablar con una persona, puede que le demos trabajo, después iré a ver a mi jefe.

-¿Vendrás a comer? –pregunta mi madre confusa.

-No lo sé, no me agobies. –y tras decir esto, sale dando un portazo.

Veo como la cara de mi madre a cambiando poco a poco, pero ella no quiere que la veamos mal, así que entra en la cocina. Yo entro porque quiero preguntarle algo, y veo como van cayéndole lágrimas por la cara, no sé qué decir, por lo que prosigo a preguntarle lo que quería.

-Mamá, ¿puedo ir a jugar?

-Las calles son muy peligrosas, Simón. –cuando me llama por mi nombre entiendo que habla en serio.

-¿Y si me acompaña Miguel?

-De acuerdo, id juntos, pero no os quedéis en la puerta, ya lo sabes.

Tras esto salgo de la cocina y le digo a Miguel que venga a jugar conmigo, cojo un balón de fútbol un poco deshinchado y salimos. Mis padres nunca nos dejan quedarnos en la puerta a jugar, no sé por qué, por eso nunca puedo ir solo. Para ir de mi casa a la plaza donde jugamos, tenemos que pasar por una calle muy peligrosa, casas que parece que se van a caer, vagabundos, gente intentando venderte cosas.

-Eh, vosotros, –dice un tipo bastante mal oliente, –¿queréis un poco? –nos dice mostrándonos un paquetito con una especie de polvos blancos.

-Vamos Simón, no te pares.

-¿Es que no me has oído, chaval?

-No queremos nada wey.

-Venga, un poco na más, tú no sabes lo difícil que es la vida de un camello. –y sin pensarlo dos veces, mi hermano se suelta de mi brazo y se gira hacia él bruscamente, y le da un puñetazo en la boca, el hombre se queda sangrando y mi hermano tapa la cara y se me lleva corriendo para que no lo vea.

-¿Por qué haces eso?

-Me estaba molestando. –tras su respuesta, decido no decir nada más.

Ya en la plaza, hay muchos niños jugando, mi hermano y yo damos unos toques y tiramos a puerta poniéndonos cada vez uno de porteros. Ya casi son las seis y estamos cansados, así que decidimos volver, esta vez vamos por otro camino, más largo, pero más seguro. Ya en casa, me tumbo en el sofá, estoy cansado, se me cierran los ojos, pero de repente alguien abre la puerta con tal brusquedad que yo me levanto de golpe. Entra mi padre, muy cabreado y soltando palabrotas. Entra en la cocina con mi madre y cierra de golpe.

-Joder.

-¿Qué pasa? ¿Has hablado con tu jefe?

-No preguntes tanto. –mi padre grita tanto que mi hermano y yo oímos todo. –van a meter a otro tío que han sacado de la calle, y a mí me dice que estoy flojeando. Voy a quedarme en la puta calle por un nuevo asqueroso.

-Seguro que no te echan, pero no tienes que tomarla conmigo.

-¡Calla! –de repente oigo un golpe y todo se queda en silencio, yo miro hacia la cocina asustado, mi hermano se da cuenta y entra a ver qué pasa. Mi padre sale y vuelve a irse de casa dando un portazo. En la cocina se quedan mi hermano y mi madre, y oigo como ella empieza a llorar, él la anima. Esta escena familiar se vive cada día en mi casa. Yo, me pongo la tele e intento olvidar.

Oro blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora