Capítulo 9

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MANUEL PIÑERO

12 de Marzo de 2016


Al día siguiente me despierto relativamente pronto, sobre la una de la tarde. Tengo un hambre horrible, así que me visto y salgo de casa para ir al Wal-Mart. Ando animado pensando en el hecho de que tal vez haya conseguido un trabajo. Entro al Wal-Mart y voy a la sección de comida. Ojeo las estanterías buscando a ver qué me apetece. Cojo unas donas de chocolate y me dispongo a pagar, pero recuerdo que no tengo dinero y que no me pagaron nada por el encargo. No quiero dejarlos porque tengo bastante hambre, así que divido el paquete y me los guardo en diferentes partes de la chaqueta. Salgo de la tienda como si nada. De camino a casa me como dos de las cuatro donas.

Llego al motel. Cuando estoy enfrente de la puerta me doy cuenta de que ésta está entre- abierta. No puedo recordar si he cerrado o no la puerta, así que no le doy mucha importancia pensando en que habré sido yo quien la ha dejado yo así. No sería la primera vez. Cojo un chicle, me lo como y entro en la habitación tarareando una canción pero al ver que todo está tirado por el suelo paro en seco. Definitivamente no había sido yo quien se había dejado la puerta abierta. Un señor bastante siniestro con un abrigo impermeable aparece del baño. Yo trato de escapar andando hacia atrás, pero otro hombre al que no logro ver me tapa la boca con una mano y me sujeta con la otra. El señor siniestro del baño saca una pistola con silenciador.

-¿Dónde está? –dice sin dejar de apuntarme.

Me mantengo callado. Ambos se miran y caen en el hecho de que si me tapan la boca no puedo hablar.

-Voy a quitarte la mano de la boca. Si pronuncias una sola palabra mi compañero te volará los sesos, ¿lo pillas? –yo asiento y él quita la mano lentamente.

-¿De qué estáis hablando? –pregunto enojado y confuso.

-¡Del puto dinero que robaste al jefe! –me grita al oído el hombre que me está sujetando.

-¡Yo no he robado nada! –digo con seguridad –¡Dejadme en paz, hijos de puta!

Comienzo a gritar que me dejen, pero no parece que nadie del motel me oiga o vaya a ayudarme. El hombre del baño se acerca a mí y me pega un puñetazo en el estómago.

-Cierra el pico, mamón –dice con odio –Devuélvenos los 60 pesos o lo próximo que haré no será darte un simple puñetazo.

Cuando dice lo de 60 pesos empiezo a recordar. Comienzo a jurar en mi cabeza al darme cuenta de que se refería a lo que me quedé de la entrega de ayer. Ya no tengo nada de dinero y el que robé me lo gasté en heroína, por lo que no se lo puedo devolver. Me entran nauseas. Todavía no me hago a la idea de que vaya a morir por 60 pesos. Es... lamentable.

-¡Te he dicho que no he robado nada! ¡Os estáis equivocando! –decido negar todo, tal vez cuele.

-¿Crees que somos tan imbéciles? Sabemos perfectamente que has sido tú, no trates de negarlo –dice el hombre siniestro poniéndome la pistola en la frente mientras se ríe –Mira, como te he dicho, si nos das el dinero te dejaremos en paz. Aunque, sinceramente, yo te aconsejaría mudarte.

Los tres nos quedamos en silencio.

-¿Y bien? No nos hagas perder más tiempo contigo, pendejo –dice el que me está sujetando.

-No puedo devolverlo...–digo finalmente con un suspiro.

-¿Por qué?

-Me lo gasté y no tengo más.

-¿En qué te lo gastaste?

-En... una dosis...–contesto cabizbajo.

Ambos se miran y comienzan a reírse.

-Si ya es lamentable ir a morir por 60 pesos imagínate hacerlo por una dosis. En fin, adiós, chaval –tras decir esto, el hombre que me estaba todo este tiempo apuntando, dispara–.

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