Capítulo 12

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ÁNGEL ESPINOSA

12 de Marzo de 2016


-Ese hijo de puta–repito una y otra vez mientras miro todas mis armas, pensando cuál debería usar con Sánchez. Nunca debí fiarme de ese puto. Ah, a veces soy demasiado blando.

Tras deliberar un poco más, agarro una FN Herstal Five-Seven. Así si el cobarde de Sánchez decide esconderse tras sus amiguitos policías y sus chalecos antibalas, le alcanzaré igualmente. De camino al garaje me encuentro a María Guadalupe.

-Ángel, amor. ¿Qué ocurre?

-Ahora no, María, –entonces me doy cuenta de que debería avisarle. Si alguien viene aquí, quiero que se aleje de los problemas. Veo que se va a ir, así que agarro su brazo para detenerla. –Espera. Mira, me han traicionado. No sé hasta qué punto es grave el asunto, pero quiero que metas mucho dinero en una bolsa y te vayas. Acude al motel El duque, pide una habitación y espera ahí hasta mañana. Si no voy, sal del país.

Le doy un beso y me voy. Cuando arranco el coche, la cara de preocupación de mi mujer es lo único en que puedo pensar. Me fumo un cigarro para despejarme. Sigo sin poder creer que Sánchez me haya traicionado. Siempre pensé que era débil, pero era un amigo, un compañero de tequilas. La rabia está volviendo. Fumo otro cigarro, y cuando lo acabo me meto un chicle en la boca.

Llego a la casa, y al bajar del coche veo movimiento por la ventana. Perfecto, están en casa. Conociendo a Sánchez, esa rata se estará preparando para huir, así que me alegro de llegar antes de que lo consiga. Cargo la pistola y me dispongo a entrar. No me hace falta ni llamar a la puerta, pues cuando me acerco ésta se abre, y la mujer de Sánchez se queda mirándome atónita.

-Vaya, cuánto tiempo, Josefina Sánchez.

Sonrío, y por su cara, parece que se acuerda de mí, aunque solo nos hemos visto un par de veces. Ve la pistola y retrocede hacia el interior de la casa, con sus dos hijos tras la espalda. No veo a Sánchez, y eso me sorprende.

-¿No está el hombre de la casa?

-Ahora no se encuentra aquí.

Me habla con cierto desprecio. Decido ahorrarme conversaciones innecesarias, al menos por el momento, y voy directo al grano.

-Vengo por negocios. Supongo que sabes quién soy.

-Claro que lo sé. Y ya lo he dicho, no está.

-Vaya. Entonces esperaré aquí con vosotros. Mejor si mandas a los niños a algún lugar donde no puedan oírnos, sobra decir que dentro de la casa. La conversación podría no ser agradable. Ah, y de paso, si puedes traerme una bebida me harías muy feliz.

-¿Qué bebida? –pregunta a regañadientes.

-Me encanta esperar a mis amigos con un buen vaso de whisky.

Me siento en el sofá, apoyo la pistola en mi regazo y voy dando sorbos al whisky mientras espero. Se nota la tensión en Josefina, que juguetea nerviosa en frente mío con su anillo de casada.

De repente, se oye un ruido, y un jadeante Roberto Carlos Sánchez entra por la puerta. Parece que tiene prisa, entra y cierra la puerta corriendo, pero cuando se da la vuelta y me ve, se queda paralizado.

-Se nota que no esperabas verme, hermano. ¿Tienes prisa?

-¿Qué haces aquí?

Contesta seco, seguramente sabe para lo que he venido.

-Mira, Ángel, no sé qué piensas que he hecho, pero como te atrevas a tocar a mi familia...

-Ay, Sánchez, de verdad no esperaba esto de ti. Mira que hay gente que podría haberme traicionado, y has tenido que ser tú. Y todavía me acuerdo de cuando viniste a mí pidiendo trabajo...

Noto que me estoy poniendo nervioso, aprieto el vaso cada vez con más fuerza, y temo que se rompa. Me levanto del sofá, con la pistola en la mano.

-No te equivoques. No he dicho nada, te estás precipitando. Por favor, no hagas esto. Y menos a mi familia, ellos no saben nada.

Ver que se arrastra de esa manera me hace enfadar aún más. Si fuera un hombre, si tuviera algo de orgullo, trataría de enfrentarme y matarme, o por lo menos reconocería lo que ha hecho. Le apunto con el arma y pongo el dedo sobre el gatillo.

-Dame una buena razón para no hacerlo.

-¿No somos amigos?

El ligero temblor en su voz es todo lo que necesito para apretar el gatillo y ver cómo su cuerpo cae al suelo. Observo su cara desfigurada por el disparo. De repente escucho un grito procedente de la cocina y veo salir al hijo mayor, que viene hacia mí. Me empuja y me empieza a dar puñetazos. Se nota que aún es un crío, y como tiene poca fuerza, casi no me esfuerzo para darle un empujón y tirarle al suelo. Mientras cae me araña el brazo, y cuando bajo el brazo para dispararle, veo la sangre que cae por mi mano. Veo que Josefina está completamente paralizada, y no aparta la vista del cadáver de su marido. Miguel se intenta levantar, pero piso su pecho, impidiéndoselo.

-Me da pena matarte. Podrías haber sido muy útil si hubieras trabajado para mí.

Veo que le cuesta respirar, le he pegado más fuerte de lo que quería. Decido terminar su sufrimiento y disparo dos veces en su pecho. Algo de sangre salpica el suelo, y tras un momento de silencio, Josefina empieza a chillar. Grita demasiado fuerte, me molesta mucho.

-Deja de gritar, mujer.

No se detiene, sino que sigue llorando y chillando aún más fuerte, así que, para que se calle, disparo mi arma de nuevo. Justo después de apretar el gatillo, algo me paraliza. Es el llanto de un niño. Me giro y veo a Simón, quien me mira mientras llora. Veo el miedo en sus ojos, y la verdad es que no lo quiero matar. Seguramente ni sabe a qué se dedica su padre.

De repente oigo el ruido de la puerta y veo a alguien que entra corriendo empuñando un arma. Me giro, sobresaltado, y al ver la pistola, aprieto el gatillo como acto reflejo. Cae al suelo y me acerco a él. Entonces vislumbro su placa. Así que es un policía. Seguramente el amigo de Sánchez. Me da hasta pena.

Apunto mi pistola hacia el niño, aunque no es mi intención disparar.

Entonces veo a los refuerzos. Son diez policías, todos con cascos, chalecos antibalas, armados hasta los dientes, etc. Sé que puedo atravesar los chalecos, pero sería una estupidez disparar, ya que con hacer un simple movimiento, estoy muerto. Me doy cuenta de que sigo apuntando al niño, Simón, creo que ese es su nombre. En realidad podría haberle disparado, pero no me apetece. Esta experiencia le hará fuerte, y algún día será un hombre de verdad, lo que su padre no ha sido. Quién sabe, quizás incluso podría trabajar para mí, y así arreglar los errores de Sánchez.

Pensándolo bien, no es tan grave ir a la cárcel. Me llevará muy poco tiempo planear mi fuga, y cuando consiga salir, mis hombres estarán esperándome. Miro al policía muerto en el suelo, y rompo el silencio que reina en el salón de la casa.

-Parece que ha resuelto el caso, ¿eh?

-Ángel Espinosa, suelte el arma –dice el policía más mayor -. Está detenido.

Decido tomármelo con humor, me agacho lentamente y hago ademán de tirar el arma con una pequeña carcajada. Al ver que todos se tensan y acercan los dedos al gatillo, la dejo suavemente y me vuelvo a levantar con las manos en alto. Quizás si hubiera traído la ametralladora...

Creo que me ha sentado bien relajarme con un poco de acción. Dejo que me lleven, pero antes de salir me giro, sonrío al niño, con un punto de malicia, quizás, y le digo.

-Espero que nos volvamos a ver.

Y por cómo me mira, presiento que así será.

Oro blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora